“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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jueves, 10 de octubre de 2013

La flor caníbal.


No me gusta entrar en descalificaciones, porque cada cual es digno de pensar y opinar lo que quiera mientras respete a los demás, pero me parece que la asilvestrada manera de manifestar públicamente en el Congreso su defensa del aborto libre de estas tres miembros (que no “miembras”) del Femen (Movimiento Feminista), dice muy poco en su favor. Como gatas montesas, como tigresas rabiosas e irracionales, como locas febriles de odio, se encaramaron a la balaustrada de la sala de sesiones, desnudas, con el tórax tuneado y profiriendo sus consignas anticlericales y proabortistas. Parecían salidas de una cueva de Atapuerca, con fiereza por morder y canibalizar fetos.


La concepción es el mayor y más hermoso milagro de la Naturaleza, o de Dios (según creencias). Yo prefiero pensar que viene de arriba, y que cada ser que una mujer y un varón gestan viene alentado y protegido por la bendición del Espíritu del Señor. Así fue como, de acuerdo con los textos sagrados, concibió María Virgen: el Espíritu de Dios Padre progenitor la cubrió con su sombra y engendró a Jesucristo, Hijo de Dios. Esa fuerza arrolladora y benéfica es la que debe sentir toda mujer que se precie al saberse embarazada. Que un nuevo ser, una nueva criatura humana, está comenzando a vivir en su vientre. Nadie echa lejía a la planta que con paciencia y amor cultiva. ¿Por qué, entonces, querer marchitar la gestación? ¿Se dan cuenta las mujeres que abortan de lo que están haciendo contra la Naturaleza, la Humanidad y sí mismas? Si somos fervientes nostálgicos del Divino Marqués, responderemos ufanos que la Naturaleza igual crea una vida humana que una gacela o un árbol. ¿Qué más da destruir esa vida? La Naturaleza la repone con otra enseguida. No hay por qué preocuparse. Pero si somos seres éticos y racionales, con una impronta de conservación de la especie y una esperanza de trascendencia más allá de la muerte, no podremos nunca aceptar esos parámetros de Sade.


Cada mujer es una bella flor. La floración da buenos frutos y buenas semillas. Una flor que se come su propio fruto y lo destruye, es una flor caníbal. La flor está satisfecha con alumbrar a sus hijos, nuevas flores. La flor se siente unida por extraordinario gozo de amor a sus hijos. ¿Sería capaz una flor de matarlos, como cuando los engulló Saturno? ¿De veras pueden existir flores caníbales satisfechas de serlo? ¿Puede quedar fríamente indiferente una mujer que ha matado un corazón que late? ¿No hay tremendos remordimientos, excepcionales alienaciones por la separación antinatural y brutal de ese ser tuyo interior?


 “No quiero llevar ‘esa cosa’ dentro”—es posible que diga alguna. –Que me la quiten—como se extirpa un tumor. La fuerza de la civilización, plasmada en la cultura, conduce a la consolidación de unas estructuras sociales y éticas que tienen como cometido prioritario procurar el bienestar común y la conservación de la vida. La religión añade una trascendencia de que somos más que nosotros solos, de que hay alguien con nosotros, que nos creó y que no nos abandona en ningún momento de nuestra existencia. Ese alguien nos dio la capacidad de amar, esa hiedra cálida y generosa que trepa desde un corazón a otro, y que arraiga, sobre todo, en nuestros padres, en nuestra pareja y en nuestros hijos. El amor se cultiva, y con delicadeza de horticultor, crece. El amor se trabaja, se madura a diario. Y los frutos del amor son maravillosos; no se van a descansar ni de noche; con ellos nunca se pone el sol.
©Antonio Ángel Usábel, octubre de 2013

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