Este pequeño cielo, Hajrudin Kamenjas, tiene la misma edad
de mi hijo, ocho años. Está enfermo de un cáncer terminal, una leucemia muy
agresiva, y los doctores apenas le dan un mes de vida. Su deseo, posiblemente
uno de otros varios que no verá cumplidos, es conocer en persona al jugador de
fútbol de origen bosnio Zlatan Ibrahimovic.
Ojalá Hajrudin se lleve la
alegría de verlo pronto.
Cuando asistimos a estos casos
nos preguntamos cómo Dios permite que el dolor se cebe con una criatura tan
tierna, frágil y libre de culpa. Cómo Dios permite que una madre tenga que ver
morir a su hijito, con su débil llama apagándose lentamente en tan poco tiempo.
Qué sentido le puede dar Dios a este sufrimiento, como si el tal pudiera
alcanzar un sentido. Para nosotros, no tiene explicación.
Si somos creyentes, soñamos con
el encuentro con el Creador en el más allá, tras las oscuras puertas de la
muerte. Entonces nos hacemos la ilusión de que Hajrudin será bien acogido, y
que será recompensado por el mal trance de su triste final, y de la vida generosa
que no ha podido disfrutar.
Ese es el único consuelo que nos
queda. Mientras, pedir para que Hajrudin no siga sufriendo y al menos vea
cumplido su sueño. Seguramente cuando esté lejos, pero siempre presente en
nuestros corazones, bata con gentileza sus alas de ángel y nos ayude a ser
mejores personas.
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