El 25 de noviembre es la fecha elegida internacionalmente como Día contra la Violencia hacia la Mujer, que la ONU ratificó en 1999.
Se escogió esa fecha en el Primer Encuentro Feminista de
Latinoamérica y del Caribe, celebrado en Bogotá (Colombia) en julio de 1981.
Para ello se tuvo presente la conmemoración del día del asesinato de
tres mujeres dominicanas, las hermanas
Minerva, María Teresa y Patria Mirabal, muertas a golpes por militares bajo
las órdenes del cruel déspota y dictador Rafael
Leónidas Trujillo Molina (1891-1961).
Sin embargo, hay que aclarar que las hermanas Mirabal no fueron maltratadas y muertas por su condición femenina, sino que su detención ilegal y eliminación obedeció solo a razones políticas. Fue un crimen de Estado, no un acto de violencia contra mujeres, en cuanto a mujeres.
Las hermanas Mirabal –apodadas Las Mariposas—eran bien conocidas
como opositoras activas al régimen de Trujillo. De hecho, estuvieron
encarceladas varias veces, fueron vejadas y hasta violadas y torturadas, y sus
maridos respectivos sufrieron prisión incondicional. Ellas procedían de la
burguesía rural acomodada (su padre era un exitoso hombre de negocios) y se
educaron con monjas franciscanas. El hombre fuerte de la República Dominicana
desde 1930, Rafael Leónidas Trujillo, se cruzó en sus tiernas vidas con inusual
frecuencia. La familia perdió su fortuna por su culpa, y en 1949, Minerva
Mirabal resultó molestada y acosada por El Jefe, El Chivo, o El
Tigre del Caribe, como gustaban apodar a Trujillo.
Trujillo estaba al mando de la Guardia Nacional, cuerpo de intervención
castrense creado bajo el parabién de los Estados Unidos. En 1930, obligó a
dimitir al presidente Horacio Vázquez e impuso en el país un régimen megalómano,
cruel y sanguinario. Era famoso por hacer desaparecer a los contestatarios
arrojándolos directamente a los tiburones. Practicó torturas y
encarcelamientos, así como asesinatos en masa, como la Matanza del Perejil: entre el 3 y el 8 de octubre de 1937, la policía
y el ejército dominicanos recorrieron las aldeas y haciendas limítrofes con
Haití, asesinando a palos, hachazos y machetazos a los residentes negros de
origen haitiano. La excusa era que quitaban trabajo de jornaleros y peones a
los nacionales. Miles de hombres, mujeres y niños de color fueron reunidos por
grupos y obligados a pronunciar la palabra “perejil” para saber si eran nativos
o extranjeros. Los haitianos, que hablaban un dialecto francés (el créole o
criollo), no pronunciaban ni la “r” ni la “j”, y les salía “pegsil”. Este fallo
les conducía al exterminio inmediato. Cerca de 30.000 murieron. Trujillo lo
organizó todo como si de una cacería se tratara: inutilizó puentes para
acorralar a las presas y animó a los terratenientes y peones locales a que se
sumaran a la matanza. Muchos acudieron a divertirse con lo que tenían más a
mano: hachas, cuchillos, machetes, palos o piedras. Todo valía. Se mataba a las
madres en presencia de sus hijos, y a estos –de un sinfín de modos y con honda
saña—ante aquellas. El río Massacre se llevó al mar cientos de cadáveres, para
que fueran festín de los escualos. El gobierno de Haití reclamó una
indemnización de 750.000 dólares USA, que fue negociada por Trujillo y
finalmente rebajada a 525.000. El presidente norteamericano Franklin Delano
Roosevelt apoyó la multa, que, no obstante, nunca llegó a las familias de las
víctimas. En realidad, Trujillo había liquidado a una masa desclasada,
socialmente incómoda para ambos gobiernos, dominicano y haitiano.
Trujillo se retiró de la presidencia a intervalos, pero a condición de
poner en el cargo a cabezas títere manejadas por él, como Peynado, Troncoso de
la Concha y Héctor Trujillo. La jefatura de la Guardia Nacional le aseguraba el
control real y efectivo del país.
En su vida privada, era un mujeriego acosador y enfermizo: obtenía
favores sexuales de niñas, adolescentes y hasta mujeres adultas casadas, bajo
amenaza de represalia contra sus familias y maridos. A menudo, supo sin embargo
granjearse ciertas confianzas y simpatías entre el campesinado, acabando con la
influencia de algunos caciques locales. Pero lo que hizo en realidad fue
eliminar a quienes lo molestaban, para obtener el completo monopolio en el
comercio de la sal, el azúcar y el tabaco. Así, miembros de su familia y de su
camarilla personal sustituyeron a los antiguos caciques, llegando a traficar
incluso con sustancias alucinógenas.
Aunque siempre contó con el apoyo norteamericano, por su postura
anticomunista, anticastrista y aliada de dictaduras como la de Somoza en
Nicaragua, sus salvajadas tronaron más fuerte y significaron su fin: la CIA
organizó una emboscada de sus secuaces de antaño contra el vehículo de
Trujillo, y más de sesenta balas fueron en un momento dirigidas hacia su
interior. Rafael Trujillo se llevó siete de ellas. Era el 30 de mayo de 1961,
tan solo seis meses después del asesinato de las hermanas Mirabal.
Trujillo es el oscuro protagonista de la novela La fiesta del Chivo
(2000), del Nobel Mario Vargas Llosa. Este relato de ficción, basado en hechos
reales, ha sido recientemente proclamado por el diario ABC como la mejor
novela en español del siglo presente. La encuesta se realizó entre cien
escritores, editores y figuras del mundo cultural hispano (http://www.abc.es/cultura/libros/20130519/abci-noveladelsiglo-201305191751.html)
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Minerva, María Teresa y Patria
Mirabal se dirigían a
visitar en la cárcel a los respectivos maridos de las dos primeras. Las
familias pertenecían al movimiento de resistencia “Agrupación Política 14 de
Junio”, fundado por el abogado Manolo Tavárez Justo, de línea procastrista, y
con más de seis mil miembros compromisarios repartidos por todo el país. Previamente,
y siguiendo motivos estratégicos, a ellas se las había excarcelado y a los
presos se les había aproximado al lugar de residencia de las interesadas. Desde
el 18 de noviembre de 1960, su jeep era vigilado por un comando militar,
encabezado por el cabo de policía Ciriaco de la Rosa, bajo la supervisión del
teniente Víctor Peña Rivera. El día 25, cuando no viajaban con niños, se las
paró en un puente. Se las detuvo a ellas tres y a su chófer acompañante, Rufino
de la Cruz. Según algunas versiones, se les condujo a los cuatro a un cañaveral
cercano y allí las víctimas fueron separadas e inmoladas a golpes y mediante
asfixia. La idea era que sus cuerpos tuvieran magulladuras graves para simular
un accidente de carretera. Según otras fuentes, el cuarteto fue apaleado más
cómodamente en una casa de adobe de la localidad de La Cumbre. Seis fueron los
sicarios que tomaron parte en el crimen. Después de desaparecido en combate el
dictador, se dictó juicio contra ellos y fueron sentenciados a penas de entre
veinte y treinta años de prisión, pero los simpatizantes del régimen
trujillista se las arreglaron para hacerles escapar al extranjero con
pasaportes falsos.
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Consideradas mártires de la causa de la mujer por diversas asociaciones
feministas, las Mirabal han dado pie a la fecha del 25 de noviembre como día contra
la violencia contra las mujeres. Pero, como hemos visto, no tuvieron nada que
ver con ningún proceso expresamente reivindicativo de ciertos derechos sociales
femeninos. De hecho, de no haber luchado ellas políticamente contra el régimen
trujillista, no habrían acabado de la forma tan lamentable y lastimosa como
terminaron. Además, en la conspiración también pereció un varón acompañante, el
chófer Rufino.
Si siguiéramos el criterio de considerar violencia machista en el
crimen contra las Mirabal, también podríamos escoger como día mundial el 16 de
octubre, por el de 1793 en que fue guillotinada en París la reina María
Antonieta de Austria. Recordemos que, burlonamente, fue enterrada con las
piernas abiertas y con la cabeza tapando su pubis. O quizá mejor el 3 de
septiembre, por el de 1792 en que la fiel amiga de aquella reina, la princesa
de Lamballe, María Luisa de Saboya-Carignan, fue descuartizada viva en la
prisión de la Force, y su cabeza, grotescamente empolvada y maquillada,
empalada y paseada entre gritos e insultos obscenos por las calles.
Pero, sin duda, una de las víctimas candidatas mejores a fijar otro día
para la violencia machista sería Ana
Bolena (1501?-1536), segunda esposa del misógino monarca Enrique VIII. Su
error fue no tener a tiempo hijos varones. El rey se deshizo de ella bajo la
acusación de adulterio, incesto y traición, mientras coqueteaba ya con su nueva
favorita, Jean Seymour. Se conmutó la pena de cremación por otra más piadosa de
decapitación mediante espada de doble filo, a cargo de un experto maestro de
esgrima de Calais. La reina moriría en el tajo de la Torre de Londres, de un
solo golpe, la mañana del 19 de mayo de 1536. Un disparo de cañón señaló el
postrer momento. En el cadalso, Ana se despidió de sus damas, su limosnero y
las autoridades de la Torre con estas palabras amables:
«Buena gente cristiana, he
venido aquí para morir, de acuerdo a la ley, y según la ley se juzga que yo
muera, y por lo tanto no diré nada contra ello. He venido aquí no para acusar a
ningún hombre, ni a cuestionar nada de eso, de que yo soy acusada y condenada a
morir, sino que rezo a Dios para que salve al rey y le dé mucho tiempo para
reinar sobre ustedes, para el más generoso príncipe misericordioso que hubo
nunca: para mí él fue siempre bueno, un señor gentil y soberano. Y si alguna
persona se entremete en mi causa, requiero que ellos juzguen lo mejor. Y así
tomo mi partida del mundo y de todos ustedes, y cordialmente les pido que recen
por mí. ¡Oh, Señor, ten misericordia de mí! A Dios encomiendo mi alma.»
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En España se suele mencionar la
fecha del 25 de noviembre como Día Mundial contra la Violencia de Género.
Cuando “género” es un término equívoco e impropio, pues lo hay tanto masculino
como femenino. Del mismo modo, si bien la violencia machista es un problema muy
serio y grave que afecta hoy a la mujer (y que la lleva martirizando desde hace
siglos, desde que el mundo es mundo), no es menos preocupante que se produzca,
en el seno de la pareja y del hogar, violencia de la mujer contra su compañero,
que puede ser verbal o incluso física. También hay hombres que resultan ignorados,
vejados, vilipendiados, ofendidos y humillados, a diario o frecuentemente, por
sus esposas. Hay mujeres que no dan ningún valor a la talla humana del hombre
con el que comparten su vida. De la misma manera que existen hombres que
consideran a la hembra como un simple objeto de posesión, que debe someterse a
la voluntad decisoria y sexual del marido. Cuando hablamos de hombres y de
mujeres, hemos de considerar que son PERSONAS. Ante todo y sobre todo, son
personas, por encima de su sexo o de su orientación sexual. Y las personas se
merecen una dignidad y un respeto en el trato. Y una igualdad a nivel laboral y
ante la ley. Ninguna mujer debería ocupar un puesto de trabajo de tipología
inferior por el hecho de ser mujer; ninguna mujer debería recibir menor
retribución, derechos y consideraciones que un hombre en una misma escala de puesto
laboral. Ninguna mujer debería ser obligada a cuidar del hogar y de los hijos
sin percibir por ello un salario justo. Ninguna mujer debería ser apartada de
una Educación de calidad. Ninguna mujer debería ser esclavizada sexualmente o
sufrir ablación. Porque no es solo el varón en la familia, sino la sociedad en
general quien comete los principales actos de injusticia contra las mujeres.
¿Cómo exigir del hombre que se
comporte dignamente con su pareja femenina, cuando la sociedad en que él vive
auspicia lo contrario, la indignidad encubierta contra la mujer?
No obstante, no debemos tampoco
permitir que se utilice a la justicia para tratar de equilibrar, en contra de
sujetos que a lo mejor no lo merecen, esa desigualdad que la sociedad practica.
No es justo que, en las actuales leyes de nuestro país, el varón no sea
individuo protegido en las relaciones familiares y de pareja, y la mujer, en
cambio, sí reciba la mayor confianza y protección. La justicia es una dama
vendada que sujeta un fiel horizontal. Este equilibrio adecuado debe favorecer
a mujeres y hombres por igual. No puede estar la justicia para actuar como un
tribunal inquisitorial que persiga al hombre que es denunciado, dudando desde
un primer momento de sus derechos fundamentales como ciudadano y persona. Y
debemos exigir que proteja esos derechos como se inquieta por los de la mujer.
Debemos exigir que el hombre que sufre humillaciones, vejaciones y violencia en
el trato familiar y afectivo, pueda también reclamar, ser escuchado y recibir
protección de los tribunales de justicia.
Dice el artículo 7º de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos: “Todos son iguales ante la ley y
tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen
derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta
Declaración y contra toda provocación a tal discriminación”.
La actual Constitución española
de 1978 suscribe, en su artículo 10.2, los derechos fundamentales de esa
Declaración y refrenda, en su artículo 14: “Los
españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación
alguna por razón de nacimiento, raza, sexo,
religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”.
Porque, de lo contrario,
perpetuaremos los consabidos arquetipos de los que se pretende escapar: macho
que sabe siempre imponerse y defenderse solo, hembra que es dominada y
acomplejada por el varón.
©Antonio Ángel Usábel, noviembre
de 2013.
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Con el fin de RECORDAR QUE TODOS SOMOS PERSONAS, Y COMO SERES HUMANOS,
MERECEDORES SIEMPRE DE UN TRATO DIGNO Y JUSTO, he preparado estos vídeos que he
subido a You Tube. Creo que son interesantes. Son cinco, y se titulan "Violencia en el trato a las personas". Os pongo los enlaces, para que
podáis acceder a ellos:
Violencia en el trato... 1ª Parte
Violencia en el trato... 2ª Parte
Violencia en el trato... 3ª Parte
Violencia en el trato... 4ª Parte
Violencia en el trato... 5ª Parte y final.
Nuevo caso de violencia contra una mujer, con resultado de muerte.
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