Tanto El País como El Mundo
coinciden en señalar que la marcha de Joseph
Ratzinger de la silla de Pedro responde a una desagradable e incontrolada
situación tumultuosa relacionada con los oscuros entresijos del poder vaticano.
Los mismos que han hecho perder la confianza de los fieles en la veracidad y
transparencia de la Iglesia católica como institución.
Los cardenales de más edad y de
mayor influencia en Roma están divididos, pero no tanto por razones ideológicas
o de dogma, sino por rencillas personales, odios lejanos e incómodos
malentendidos. Hay una voluntad de control muy fuerte, y un interés porque las
cosas no cambien demasiado. Los partidarios del actual Camarlengo, Tarcisio
Bertone, andan de uñas con los del jefe del colegio cardenalicio, Angelo
Sodano. El primero ha gozado un tiempo de la confianza del papa Benedicto, y
pasa por ser un reformista moderado. El segundo era la mano derecha de Juan
Pablo II, y es un conservador extremo. Las cuentas del Instituto para las Obras
de Religión (IOR) no están claras, y se dice que hay dinero de la Camorra
ingresado en él. De hecho, hasta hace solo unos pocos días, el estado italiano
había vetado los pagos con tarjeta de crédito dentro del Vaticano. Es decir, no
se podían usar tarjetas. El motivo: la localización, en Deustsche Bank de unos
cuarenta millones de euros de procedencia no declarada. En teoría, proceden de
los ochenta puntos de venta de que dispone el Vaticano, la mayoría abiertos
para los turistas. Pero el fisco italiano nunca había otorgado el permiso para
el uso de dispositivos electrónicos, y se teme que esa cuenta haya sido
utilizada para el blanqueo de ciertos capitales.
El País, por su parte, informa del estado de amenaza permanente en
que vive Ettore Gotti Tedeschi, presidente del IOR entre el 23 de septiembre de
2009 y el 24 de mayo de 2012. Gotti Tedeschi, afín al Opus Dei y representante
máximo en Italia del Banco de Santander, redactó un informe secreto de lo que
iba encontrando en la contabilidad del Pesebre, y lo que vio no le gustó nada. Es
más, le puso de los nervios. Podría haber grandes sumas de dinero confiadas por
el crimen organizado al IOR. Cuando estalló el escándalo de los documentos
papales hurtados por el mayordomo, Tarcisio Bertone se dio prisa por involucrar
en ello a Tedeschi, quien resultó destituido. Ettore se procuró de inmediato
una escolta, y cuando unos policías italianos se personaron en su domicilio
para efectuar un registro, les abrió la puerta muerto de miedo. “Ah, sois policías, creía que veníais a
pegarme un tiro”—les soltó.
Es por eso que, hoy por hoy, las
sandalias del Pescador están sobre un polvorín. El País titula su crónica (13-02-2013) de forma optimista: “El Papa renuncia para limpiar el Vaticano. Benedicto
XVI abandona ante su incapacidad para seguir luchando contra los ‘cuervos’ y
para dejar paso a un pontífice con fuerza para cortar los escándalos”. Pero
habrá que ver si el siguiente papa dispone de esas energías, y de si tiene
intención de ponerse el mundo por montera. En principio, debería ser un papa
joven, de entre sesenta y setenta años, perfil que no coincide en absoluto con
los “papables” más distinguidos. Los ‘cuervos’ quieren controlar, y cada uno
sueña con ser papa. Así que, zancadilla al neófito. En segundo lugar, está la
disposición para acometer los profundísimos procesos de renovación, y que la
camarilla más influyente autorice a ellos. Aún planea por la Santa Sede la sospechosa,
dolorosa y repentina “desaparición” involuntaria de Albino Luciani (Juan Pablo
I). Quién sabe lo que le puede pasar al osado indiscreto. Además la utopía de
un papa neoecuménico y lanzado, tal y como lo soñó Morris West en su conciliar best seller, parece pertenecer a una
galaxia muy lejana.
El Mundo titula su crónica (14-02-2013): “El ‘Yo acuso’ de Benedicto XVI. Denuncia ‘las divisiones que
desfiguran el rostro de la Iglesia’ y rompen su unidad. Critica la ‘hipocresía
religiosa’ y ‘las actitudes de los que buscan el aplauso’”. En su misa de
miércoles de ceniza, el pontífice se explayó a gusto; habló en su homilía de “individualismos y rivalidades” y de “divisiones en el cuerpo eclesial”. Y
añade, como una bomba: “Pocos parecen
dispuestos a actuar de corazón, según su propia conciencia y a sus propias
intenciones”. Esto apunta, evidentemente, a una suerte de coyotes
enmascarados, quienes, por añadidura, exentos de toda humildad, “buscan el aplauso y la aprobación”.
Sin embargo, la culpa de esta merienda de negros (con perdón) de la
que habla el papa, se halla en el propio circo
mediático en el que se ha convertido la Iglesia católica con los impulsos
multitudinarios y los baños de masas hábilmente orquestados por organizaciones
bendecidas como el Opus Dei, el Camino Neocatecumenal y, ahora ya en menor
medida, los Legionarios de Cristo. Estos grupos han aportado las
infraestructuras precisas para que los últimos dos pontífices sean, con sus
viajes y sus vuelos de explanada, auténticas estrellas del espectáculo, como si
la fe necesitara verse, oírse, olerse, tocarse. El Catolicismo teme constatar
que va perdiendo peso frente a otras religiones, y necesita demostrar que, al
menos en Europa y en América Latina, sigue llevando cierta hegemonía.
Hasta Pablo VI y el efímero
Luciani, la casa propia se volvió grande siendo pequeña. Había esperanzas. El
ecumenismo y el progresismo brotados del Concilio Vaticano II estaban todavía
cercanos a los fieles. Todo, en el Vaticano, era más hogareño, más módico.
Pero, a partir de Juan Pablo II, o mejor dicho con él, la casa se hizo
minúscula pretendiendo ser demasiado grande. El Opus Dei entró con enorme
fuerza en San Pedro. Fue nombrada Prelatura Personal. Se instó a la dimisión de
Pedro Arrupe (abril de 1980) como general de la Compañía de Jesús, a la que el
papa deseaba controlar expresamente con sus hombres de confianza. Se declaró el
alejamiento de los teólogos progresistas, como Hans Küng –de quien Rafael
Termes Carreró llegó a decir que no era un teólogo católico (v. El País, 15-02-2004)—y Leonardo Boff.
Este último, y con Ratzinger en la Congregación para la Doctrina de la Fe, por
su notorio coqueteo con el comunismo. Había pasado la hora de los comunistas:
la URSS estaba agonizando. El muro de Berlín, a punto de caer. Thatcher y
Reagan –los más altos mandatarios occidentales—hacían causa común con Juan
Pablo II. No había por qué mantener, entonces, a pensadores muy liberales dentro
de casa. Y mientras una gran parte de la masa de creyentes se iba con el papa
al grito de ¡Juan Pablo II, te quiere
todo el mundo!, otra se desilusionaba y se desgajaba de la Iglesia,
tornándose agnóstica, estoica o decididamente atea.
Juan Pablo II era un buen
sacerdote, con don de gentes y muy próximo a su sentir. Su objetivo difusor del
cristianismo y su espíritu viajero y universalista, muy loables y sinceros.
Pero se apoyó en intrigas nada apropiadas, que no cortó. Un tanto maquiavélico,
debía de ser de los que pensaban que el fin justifica los medios, y si estos
hacen nuevamente grande a la Iglesia, no hay motivo para desdeñarlos. Pero una
cosa es levantar la fachada, y otra muy distinta permitir que las termitas se
adueñen del edificio que hay detrás. Esto hizo él, y Ratzinger se ha topado con
el guiñol construido durante más de dos décadas.
Aparte de la nube de intrigantes,
está la homosexualidad activa de los curas pederastas. En 2001, a la oficina de
Ratzinger comenzaron a llegar los primeros casos de delicta graviora (delitos de gravedad extrema), reservados al
enjuiciamiento directo por la Santa Sede. A ciertos curas se les habían ido las
extremidades en seminarios y sacristías repartidos por doquier, en Estados
Unidos, Alemania, Irlanda, Argentina, Chile y Brasil. El Viernes Santo de 2005,
el cardenal Ratzinger clamó: "¡Cuánta
suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar
entregados al Redentor! ¡Cuánta soberbia! La traición de los discípulos es el
mayor dolor de Jesús". Hubo casos constatados de reverendos pedófilos
que habían llegado a las ciento treinta víctimas, y con los cuales sus obispos
solo se habían limitado a jugar al escondite cambiándolos de parroquia. En
Alemania, los “cachetes” a los chavales en los coros se decía que habían sido
confundidos con caricias. Bueno, Columbi
lapsus.
* * *
¿Vamos a tener a un reformador
sentado en la silla de Pedro? Difícilmente, visto el negro panorama. Tendría
que salir alguien joven, distinto, de fuera, no contaminado, preferentemente
latinoamericano o africano y, desde luego, racionalista, es decir, jesuita.
Pero de 117 cardenales electores (menores de 80 años), Europa aporta 62
candidatos (de ellos, 28 italianos), frente a 11 africanos, 11 de EE.UU., 19
latinoamericanos y 3 canadienses. Lo más probable es que salga un papa
italiano, que viene a ser la costumbre.
¿Conllevaría una renovación
profunda de la Iglesia la progresión del número de fieles católicos en el
mundo? También algo muy complicado de conseguir, habida cuenta de que las
parroquias se abren en despoblado: sin curas --por la falta de vocaciones--, y
sin ningún concurso compromisario de la gente joven (de menos de cincuenta
años). Conozco ministros de comunidades de base que no llenan ni los domingos.
Que tampoco seducen ni atraen a familias jóvenes, y que predican –eso sí, de
forma más grácil, viva e inteligente—ante viejecitas sordas o militares y
médicos retirados. Se augura un futuro muy difícil para la Iglesia de Roma.
* * *
Para una visión renovada de la
Iglesia, visita estos enlaces de interés:
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Este es el comunicado en el que se recoge la declaración del Papa en
la que anuncia su dimisión:
"Queridísimos hermanos,
Os he convocado a este
Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para
comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia.
Después de haber examinado ante
Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad
avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino.
Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe
ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no
menor grado sufriendo y rezando.
Sin embargo, en el mundo de hoy,
sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve
para la vida de la fe, para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el
Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu,
vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de
reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue
encomendado.
Por esto, siendo muy consciente
de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al
ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por
medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de
febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro,
quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias,
el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.
Queridísimos hermanos, os doy las
gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a
mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos.
Ahora, confiamos la Iglesia al
cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su
Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir
el nuevo Sumo Pontífice.
Por lo que a mi respecta, también
en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con
una vida dedicada a la plegaria.
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