“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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martes, 26 de febrero de 2013

Borrón y cuenta nueva.


Dice Benedicto XVI que “el Maligno siempre quiere ensuciar la creación para contradecir a Dios y en este mundo, tan marcado por el mal, hacer que sea irreconocible su verdad y su belleza”. Hay que admitir que el diablo está trabajando a fondo y que debe de tener haciendo, día y noche, horas extras a su ejército de acólitos y secuaces. Nos ahoga la corrupción. No podemos respirar. Ocurre ya en España, ya en el Vaticano. 
Me gustaron las palabras de Rosa Díez, de UPyD, sobre la necesidad de refundar el estado. Por lo menos van cargadas de buenas intenciones.


Hay que terminar con las duplicidades inútiles de las competencias autonómicas, y volver a un centralismo fuerte y unitario que responda a las necesidades de todos. Si hubo algo en lo que Don Juan de Borbón acertó de pleno fue en predecir los nuevos y caóticos reinos de taifas hacia los que caminaba España, merced a la fiebre nacionalista e independentista.
Pero nuestros nacionalismos no brotan solos. De aquellos polvos vinieron estos lodos: el consagrado bipartidismo se señorea de la escena política, la acapara de forma parecida a como lo hizo entre 1875 y la dictadura de Primo de Rivera. Bien es verdad que ha sido la nación la que ha hablado y otorga el poder o la voz opositora a PP y PSOE. Pero no es menos cierto que a estos dos partidos les interesa que todo siga igual –pese a los altibajos de la crisis—y que no entren en la tanda gubernativa otras formaciones menos asentadas. Craso error, pues España pide a gritos que se termine esa bipolaridad y se oigan y se sigan nuevas voces.


Es necesaria la presencia destacada, en las cámaras y en el gobierno, de otras dos alternativas políticas al menos. Que el poder se comparta y sea vigilado por savia renovada. Y, del mismo modo, todos los cabecillas y sus subalternos de PP y PSOE deben desaparecer y dejar paso a generaciones no contaminadas por los casos de tráfico de influencias y de corrupción. Cuando Eliot Ness fue requerido por la oficina del Tesoro estadounidense para atrapar a Capone por tráfico de alcohol y evasión de impuestos, al detective se le ocurrió la sagaz idea de escoger colaboradores limpios, ajenos a los círculos de poder, incluso bisoños. Y aun así tuvo que hacer criba y pasar de cincuenta agentes a quince, y después a solo nueve. Eran “Los Intocables”. Si se pretende sacar a España de su honda crisis moral y parlamentaria, hay que hacer “borrón y cuenta nueva” e imitar a Ness.
Se quedan cortos quienes, por poner un ejemplo, piden que se vaya Rubalcaba y sea sustituido por Chacón. ¿Y Rajoy, por quién podría ser sustituido? Desde luego, no por alguien que haya crecido a su vera. Los últimos gobiernos improvisan y deciden torpemente al socaire de los acontecimientos con los que todos nos desayunamos. No tienen ninguna idea clara de proyecto político. Una realidad reconocida por el propio presidente del país cuando acaba de declarar que no está siguiendo sus promesas electorales, que de momento no puede cumplir. El 67% de los españoles opina que vivimos en el lugar más corrupto de Europa. Vamos a llamar a esto “lugar” a secas, o merindad, puesto que no queda bien hablar de patria, ni se desea que se aliente ese concepto fascistoide entre nuestros ciudadanos. Como observa un comentarista que responde a las siglas M.C., “no sabemos si tendremos Monarquía o República, no sabemos si nos van a seguir quitando empresas los países de América que antes decían ser hermanos, en fin, que no sabemos bien ni dónde estamos ni a dónde vamos. Parece que navegamos de oído a golpe de conveniencias del momento”. A quienes nos ordenan les da lo mismo, con tal de no ceder el control a ciudadanos verdaderamente comprometidos, a quienes desde ahora nos gustaría reconocer y apoyar en su gestión. La política tiene que ser un servicio comunal transitorio, no un oficio ni una corporación. A tal fin tienen que desaparecer cargos intermedios inservibles y repetidos, tienen que suprimirse competencias autonómicas, tienen que cerrarse falsas embajadas y televisiones y medios de comunicación subvencionados. Como apunta otro agudo analista, José Mª Carrascal, “si hemos pasado de una dictadura personal a una dictadura de partidos es para que ‘el nuestro’ acapare el poder cuando llegue al gobierno y machaque al contrario”. En España –al contrario que en el área de influencia anglosajona—no se trabaja por el bien común. No nos va eso de arrimar el hombro y sí lo de poner el cazo, cuanto más grande mejor. Permitimos la subvención a partidos políticos, organizaciones sindicales y demás teloneros mientras criticamos la que recibe la Iglesia católica, que por lo visto es de las peores y no hace nada.
El artículo 15 de un curioso documento, condenado al olvido por su inoportunidad, dice que “La sociedad tiene derecho para pedir cuenta de su administración a todos los empleados públicos” (Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, Asamblea Nacional francesa, 26 de agosto de 1789). No hablaba para nada de inmunidad o de especial protección en el ejercicio de un cargo. Llevar coraza sobre el pecho favorece el pillaje y que la cofradía haga de España patio de Monipodio. Todo sea por el loable ejercicio de especiales habilidades.



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