Dice Benedicto XVI que “el Maligno siempre quiere ensuciar la
creación para contradecir a Dios y en este mundo, tan marcado por el mal, hacer
que sea irreconocible su verdad y su belleza”. Hay que admitir que el
diablo está trabajando a fondo y que debe de tener haciendo, día y noche, horas
extras a su ejército de acólitos y secuaces. Nos ahoga la corrupción. No
podemos respirar. Ocurre ya en España, ya en el Vaticano.
Me gustaron las palabras de Rosa Díez, de UPyD, sobre la necesidad
de refundar el estado. Por lo menos van cargadas de buenas intenciones.
Hay que terminar con las duplicidades inútiles de las competencias autonómicas, y volver a un centralismo fuerte y unitario que responda a las necesidades de todos. Si hubo algo en lo que Don Juan de Borbón acertó de pleno fue en predecir los nuevos y caóticos reinos de taifas hacia los que caminaba España, merced a la fiebre nacionalista e independentista.
Hay que terminar con las duplicidades inútiles de las competencias autonómicas, y volver a un centralismo fuerte y unitario que responda a las necesidades de todos. Si hubo algo en lo que Don Juan de Borbón acertó de pleno fue en predecir los nuevos y caóticos reinos de taifas hacia los que caminaba España, merced a la fiebre nacionalista e independentista.
Pero nuestros nacionalismos no
brotan solos. De aquellos polvos vinieron estos lodos: el consagrado
bipartidismo se señorea de la escena política, la acapara de forma parecida a
como lo hizo entre 1875 y la dictadura de Primo de Rivera. Bien es verdad que
ha sido la nación la que ha hablado y otorga el poder o la voz opositora a PP y
PSOE. Pero no es menos cierto que a estos dos partidos les interesa que todo
siga igual –pese a los altibajos de la crisis—y que no entren en la tanda
gubernativa otras formaciones menos asentadas. Craso error, pues España pide a
gritos que se termine esa bipolaridad y se oigan y se sigan nuevas voces.
Es necesaria la presencia
destacada, en las cámaras y en el gobierno, de otras dos alternativas políticas
al menos. Que el poder se comparta y sea vigilado por savia renovada. Y, del
mismo modo, todos los cabecillas y sus subalternos de PP y PSOE deben
desaparecer y dejar paso a generaciones no contaminadas por los casos de
tráfico de influencias y de corrupción. Cuando Eliot Ness fue requerido por la oficina del Tesoro estadounidense
para atrapar a Capone por tráfico de alcohol y evasión de impuestos, al
detective se le ocurrió la sagaz idea de escoger colaboradores limpios, ajenos
a los círculos de poder, incluso bisoños. Y aun así tuvo que hacer criba y
pasar de cincuenta agentes a quince, y después a solo nueve. Eran “Los
Intocables”. Si se pretende sacar a España de su honda crisis moral y
parlamentaria, hay que hacer “borrón y cuenta nueva” e imitar a Ness.
Se quedan cortos quienes, por
poner un ejemplo, piden que se vaya Rubalcaba y sea sustituido por Chacón. ¿Y
Rajoy, por quién podría ser sustituido? Desde luego, no por alguien que haya
crecido a su vera. Los últimos gobiernos improvisan y deciden torpemente al
socaire de los acontecimientos con los que todos nos desayunamos. No tienen
ninguna idea clara de proyecto político. Una realidad reconocida por el propio
presidente del país cuando acaba de declarar que no está siguiendo sus promesas
electorales, que de momento no puede cumplir. El 67% de los españoles opina que
vivimos en el lugar más corrupto de Europa. Vamos a llamar a esto “lugar” a
secas, o merindad, puesto que no queda bien hablar de patria, ni se desea que
se aliente ese concepto fascistoide entre nuestros ciudadanos. Como observa un
comentarista que responde a las siglas M.C., “no sabemos si tendremos Monarquía o República, no sabemos si nos van a
seguir quitando empresas los países de América que antes decían ser hermanos,
en fin, que no sabemos bien ni dónde estamos ni a dónde vamos. Parece que
navegamos de oído a golpe de conveniencias del momento”. A quienes nos
ordenan les da lo mismo, con tal de no ceder el control a ciudadanos
verdaderamente comprometidos, a quienes desde ahora nos gustaría reconocer y
apoyar en su gestión. La política tiene que ser un servicio comunal transitorio,
no un oficio ni una corporación. A tal fin tienen que desaparecer cargos
intermedios inservibles y repetidos, tienen que suprimirse competencias
autonómicas, tienen que cerrarse falsas embajadas y televisiones y medios de
comunicación subvencionados. Como apunta otro agudo analista, José Mª
Carrascal, “si hemos pasado de una
dictadura personal a una dictadura de partidos es para que ‘el nuestro’ acapare
el poder cuando llegue al gobierno y machaque al contrario”. En España –al
contrario que en el área de influencia anglosajona—no se trabaja por el bien
común. No nos va eso de arrimar el hombro y sí lo de poner el cazo, cuanto más
grande mejor. Permitimos la subvención a partidos políticos, organizaciones
sindicales y demás teloneros mientras criticamos la que recibe la Iglesia
católica, que por lo visto es de las peores y no hace nada.
El artículo 15 de un curioso
documento, condenado al olvido por su inoportunidad, dice que “La sociedad tiene derecho para pedir cuenta
de su administración a todos los empleados públicos” (Declaración de los
Derechos del Hombre y el Ciudadano, Asamblea Nacional francesa, 26 de
agosto de 1789). No hablaba para nada de inmunidad o de especial protección en
el ejercicio de un cargo. Llevar coraza sobre el pecho favorece el pillaje y
que la cofradía haga de España patio de Monipodio. Todo sea por el loable
ejercicio de especiales habilidades.
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