Hoy lunes, 11 de febrero de 2013,
hemos conocido la renuncia voluntaria y libre de Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) a seguir ocupando la cátedra de
Pedro. Su renuncia, tal y como él mismo ha dispuesto, será efectiva a partir de
las 20:00 del jueves, 28 de febrero próximo. El Santo Padre adopta esta
decisión honrada de renuncia por varios motivos: su edad avanzada (86 años); su
estado de salud delicado, que le impide realizar grandes desplazamientos; y el
peso de la abultada responsabilidad que se cierne sobre sus hombros cansados,
debido a los problemas internos y estructurales que el Vaticano arrastra. Para acometer
nuevas y mejores reformas, se necesita fuerza. Joseph Ratzinger, además, ha
sido siempre lo que le ha gustado y fascinado ser: profesor de Teología. Desde
que es Papa, ha añorado su vocación docente. Su amplia formación intelectual le
inclina a la meditación, la reflexión y el reposo, y de hecho nunca ha dejado
de escribir y de publicar (no solo encíclicas, en las que defiende que la razón
no está reñida con la fe, y que la estabilidad del mundo debe llegar por la
caridad, sino también sus tres volúmenes biográficos sobre Jesús de Nazaret).
Han sido más de siete años de pontificado, en las que en el seno de la Iglesia
Católica se ha procurado depurar responsabilidades, quizá muchas menos de las
que a él le hubieran gustado. No va a tener ninguna tarea fácil su sucesor. La
secularización del mundo impera por momentos; un laicismo radical, irreverente
a menudo con el que cree: la Ciencia y la Técnica dominan amplios espectros de
la vida, y organizaciones alternativas a las ideas dogmáticas intentan colmar
el vacío incierto de aquellos que se han apartado de la práctica religiosa. El
hombre intenta vivir de espaldas a Dios, como si este sobrara o no fuera
necesario.
La Iglesia Católica está
perdiendo su poder de convocatoria, extraviada por escándalos financieros y
morales, por la falta de nuevas vocaciones que complican el sostenimiento de
las parroquias, por la escasa renovación de su mensaje y por el descreimiento
generalizado entre muchos jóvenes, que no pisan una iglesia ni por casualidad.
El Papa Benedicto es muy consciente de estas evidencias: nunca se volverá,
seguramente, a una fe como fenómeno de masas, como ocurrió en la Edad Media,
por ejemplo. La fe se va a vivir diluida, a pequeña escala, y mezclada con
reclamos pseudorreligiosos emparentados con asociaciones y sectas. Las grandes
Iglesias tradicionales aparecen sofocadas por su excesiva institucionalización,
por su imagen de poderío prepotente, y por el peso de su historia responsable.
Ser cristiano católico conlleva el lastre de preceptos morales y dogmáticos
difíciles de aceptar, pero qué bien viene la colaboración de la Iglesia con su
acción caritativa en momentos de incertidumbre y crisis. Entonces, todo el
mundo se acuerda de ella: de los comedores, de los asilos, de las escuelas, de los
hospitales, de las misiones… Alguien dirá: financiados, en parte, por el estado
aconfesional; y es cierto, pero los hombres y mujeres que sostienen día tras
día esa ayuda, no tienen precio. Son el potencial humano de una fe que mueve
montañas, porque salva vidas, aporta esperanza, acoge y da amor: una sonrisa,
un abrazo, un beso. Ellos son la expresión viva y en marcha de Jesús de
Nazaret. Con sus aciertos y sus defectos, porque son libres, y son humanos.
Están ahí, presentes, para quien los necesite.
* * *
Benedicto XVI es el quinto pontífice de la Historia que renuncia.
Sus émulos corresponden a la época medieval, un periodo tumultuoso donde los
reyes y los príncipes proponían y deponían a los papas de acuerdo con sus
alianzas políticas. Benedicto IX
(1032-1045), Gregorio VI
(1045-1046), Celestino V (1294) y Gregorio XII (1406-1415), también
renunciaron a su cargo, libremente o por la fuerza, de manera definitiva o
intermitente.
Benedicto IX, Theophylactus, era jurista. No era
sacerdote siquiera, sino laico. Su padre, Alberico III de Tusculum, lo hizo
papa. Intentó emprender una reforma en el seno de la Iglesia latina, que
consiguió extender hacia el sur de Italia, pero chocó con los intereses de la
nobleza, que lo expulsó de Roma poniendo en su sede a Silvestre III (antipapa).
Benedicto no se amilanó e intentó recuperar su cargo, pero cedió a una buena
oferta económica en favor de Gregorio VI, Ioannes
Gratianus, su padrino de bautismo y confesor. Gregorio era un hombre
honrado, de buenas intenciones, pero feble ante el empuje del poder civil. Fue depuesto
por el emperador Enrique III en el sínodo de Sutri, curiosamente acusado de
simonía. Se le condenó al destierro, posiblemente a Colonia (Alemania), donde
murió en 1047.
Celestino V, nacido Pietro de
Morrone en Molise, en una familia humilde de campesinos, hacia 1209, fue monje
benedictino y santo. Era ermitaño y fundó una hermandad eremítica en torno a
las montañas Morrone, próximas a Sulmona. Su congregación de celdas
independientes seguía la regla cisterciense de completa austeridad. Dotado, sin
embargo, de don de gentes, Pietro se atrajo numerosas donaciones. Su
organización creció y llegó a Roma y Apulia. Tras una prolongada vacante del
papado, a propuesta de Carlos II de Anjou, Pietro fue coronado papa en Perugia.
Sin embargo, tardó en comprender que debía devolver la merced recibida a
Carlos. Idealista en exceso, quería llevar los principios del monacato y de la
pobreza franciscana a Roma, donde reinaban el caos y la corrupción. A la vista
de la dura realidad de esta vida, Celestino se preparó para su renuncia, hecha
efectiva el 13 de diciembre de 1294. Su sucesor, Bonifacio VIII, quien
desconfiaba de él, lo internó en el castillo de Fumone (Frosinone), donde murió
en mayo de 1296. Realmente, a nuestro pesar, fue un Celestino antes del alba.
Como vemos, la renuncia les
sentaba mal a los ex papas; perjudicaba seriamente su salud. Esperemos y
deseemos que no le suceda ahora lo mismo a Joseph Ratzinger.
* * *
En medio de todas esas
turbulencias, en el año 1139, San
Malaquías visitó Roma, donde dejó su famosa lista profética con 113
apelativos en latín, uno para cada futuro pontífice que viniera. Dicen los
agoreros entendidos que sus predicciones se han visto satisfechas en un 75% de
los casos. Su lista se cierra con dos misteriosos apodos: De Gloria Olivae (De la
Gloria del Olivo) y Petrus Romanus
(Pedro Romano). El antepenúltimo fue De Labore Solis (De la Labor del Sol, o del Sol naciente), presuntamente Juan Pablo II, quien vino del Este, de
donde brota el sol, de tierra polaca. Además, su espíritu viajero le hizo
recorrer varias veces el camino del astro-rey, difundiendo el cristianismo por
todo el orbe. No se olvide que su primer viaje (de los 104 que realizó como
papa) fue de Este a Oeste, el 25 de enero de 1979, a Santo Domingo y México. E
Igualmente, de Este a Oeste, el último, a Lourdes (Francia, 14 de agosto de
2004).
De la Gloria del Olivo es Benedicto XVI. Joseph Ratzinger nació y fue bautizado un Sábado Santo, Sábado de
Gloria (16 de abril de 1927). Sus padres se llamaban María y José, y lo
bautizaron tan solo tras cuatro horas de vida, a las ocho y media de una gélida
mañana bávara de abundante nieve. Se le bautizó con agua recién consagrada, el
primero en recibirla. Esa agua servía para todos los bautizos del resto del
año. Ratzinger pertenece, además, a la orden benedictina, u orden olivetana o
del Olivo. Si a ello sumamos la “gloria” o acierto de su despedida voluntaria,
ya tenemos De la Gloria del Olivo.
El listado de Malaquías se cierra
con un presunto último papa romano, Pedro
Romano, para el que no augura sino un destino catastrófico: “Cuando llegue la extrema persecución contra
la Santa Iglesia Romana, se sentará en la cátedra del primer Pedro Pedro
Romano, quien apacentará a su rebaño entre grandes tribulaciones. Cuando llegue
el momento de la consumación extrema, la ciudad de las siete colinas será
destruida y el Juez Colosal juzgará a su pueblo”. ¿Estamos, pues, ante los
últimos días del Catolicismo romano? ¿Es el fin de los siglos?
Juan de Jerusalén, el séptimo de los caballeros fundadores de la
orden del Temple, fallecido hacia 1119, vaticina para nuestro segundo milenio
presagios ciertamente oscuros, pero con un rayo de esperanza. En su Protocolo Secreto de las Profecías habla
de enorme inestabilidad y cambios muy drásticos: acumulación del poder político
y del dinero en manos de unos pocos privilegiados; hambrunas; destrucción de
los recursos naturales; amoralidad; alteraciones genéticas inducidas en
especies animales; crecimiento imponente de la altura del mar… El hombre será “un
enano de alma con la fuerza de un gigante”, para obrar como un tiránico dios.
Quienes no tengan recursos, venderán su cuerpo para sobrevivir y escucharán a
falsos profetas. Sin embargo, según se avance hacia el tercer milenio, la vida
recobrará estabilidad y prosperidad: se hablará una lengua universal, el hombre
levantará una sociedad solidaria irrevocable, se poblarán los mares, se
dominarán todos los secretos del agua, de la tierra y del cielo, “el espíritu
se apoderará de las gentes, que comulgarán en fraternidad” y se restablecerá el
vigor de la fe; las curaciones serán infinitas, los desiertos se volverán
vergeles, y la mujer empuñará el cetro, “será la gran maestra de los tiempos
futuros, y lo que piense lo impondrá a los hombres”.
* * *
San Malaquías fue un obispo irlandés, sabio reformador de su
iglesia según la estricta pobreza del Císter. Vivió los últimos años de su vida
con San Bernardo en Claraval, y murió en sus brazos en 1148. Su fiesta se
celebra el 3 de noviembre.
Joseph Ratzinger, antes de ser elegido Papa, fue Prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe. Hijo de un policía y de una empleada de
hotel, creció bajo el nazismo, pero hizo de la fe católica su defensa y
baluarte. Sintió la llamada de Dios, y se ordenó sacerdote. Estudió Teología en
Múnich y debutó como profesor en la universidad de Freising. A medida que
publicaba libros sobre patrística, cristología, doctrina, historia eclesiástica,
liturgia y otros temas asociados, crecía en Alemania su prestigio como erudito
teólogo. Fue catedrático en las universidades de Bonn (1958), Münster (1963),
Tubinga (1966) y Regensburg (1969). Por aquella época, era un abanderado de la
doctrina social de la Iglesia y un opositor a lo rancio. Hizo conciliábulo con
el jesuita progresista Karl Rahner, y fue uno de los fundadores de la revista Concilium.
No obstante, andando el tiempo,
se volvió a posturas más conservadoras que antes criticara. No le sentó nada
bien la sentada de los estudiantes en Tubinga cuando él era decano. Desconfió
sobremanera de los aires renovadores del Concilio Vaticano II, en lo que podían
suponer de pérdida de presencia de la Iglesia en la vida laica.
En 1977, Pablo VI lo nombró
arzobispo de Múnich y Freising. Entonces conoció en un sínodo al polaco Karol
Wojtila, e hizo causa común con él al criticar la orientación marxista de
ciertos teólogos latinoamericanos. Cuando Wojtila fue elegido pontífice, llamó
a Roma a Ratzinger, y le puso al frente del antiguo Santo Oficio para velar por
la pureza de la fe y del dogma. Ratzinger ordenó guardar silencio a los
teólogos de la Teología de la Liberación,
entre ellos a Leonardo Boff.
Ratzinger presidió la comisión
que elaboró el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, aprobado por Juan Pablo
II en octubre de 1992.
Fue elegido sucesor de Pedro el
19 de abril de 2005. Se le reconoce haber emprendido una labor de limpieza
moral entre los ministros pastorales al denunciar y reprender los abusos por
pederastia así como la reforma de los Legionarios de Cristo.
Es autor de las encíclicas Deus Caritas Est (2006; sobre el poder
enriquecedor del amor), Spe Salvi
(2007, acerca del poder redentor de la fe y la remisión por el amor) y Caritas In Veritate (2009, sobre la
falta de ética en las sociedades industrializadas).