“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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lunes, 2 de mayo de 2011

"TU ES PETRUS".

Personalmente, estoy fascinado por la figura del Papa Kiril Lakota, tal y como lo encarnó Anthony Quinn en la película Las sandalias del pescador (1968), basada en el éxito de Morris L. West. 


 Aquel era un pontífice de ficción, pero, como el real Karol Wojtyla (Wadowice, Cracovia, 1920-Roma, 02 de abril de 2005), también había llegado del Este; en concreto de un campo de prisioneros, un gulag soviético donde estaba siendo "reeducado". Liberado para que actúe de portavoz de los intereses del Kremlin, consigue ganarse la confianza de los cardenales italianos y, en un cónclave, llegar a la silla de Pedro. Es un hombre tímido, tremendamente sencillo y humilde, comprensivo, pacífico, ecuménico y abierto. Capaz de rezarle a un moribundo judío en su propio idioma y con su propia plegaria. En la escena final del largometraje, cuando es coronado Papa en el balcón de la Plaza de San Pedro, pronuncia un discurso breve, pero contundente y rompedor: "Jesucristo, Nuestro Señor, cuyo vicario soy, fue coronado de espinas. Yo estoy descubierto ante vosotros, porque soy vuestro siervo. Aunque hablase todos los idiomas humanos y evangélicos, si careciese de caridad, yo sería como un tambor hueco... Si me faltase caridad, yo nada valdría. Vivimos una tremenda crisis. No puedo cambiar el mundo ni borrar lo que escribió la Historia. Solo puedo cambiarme a mí mismo... Soy el custodio de los bienes espirituales y materiales de la Iglesia. En nombre del Espíritu, enajeno todo el oro y piedras preciosas de los relicarios, y en primer lugar los que adornan mi tiara, para aliviar a nuestros hermanos hambrientos. Y si en virtud de esta hipoteca la Iglesia tiene que pordiosear como los mendigos, sea en buena hora. Y ahora invito a los magnates del mundo y a quienes viven en la abundancia a compartir con aquellos que nada poseen". Hace falta tener una gran Fe, no ya solo en la Divina Gracia y Misericordia, sino en el propio mundo, para dar un paso tan arriesgado. Pensar que los demás pueden imitarlo y hacer lo mismo: volcarse en los más pobres. Así empezó la Iglesia: entre harapientos y pobres, en humildes comunidades, a veces amparadas por pequeños mecenazgos, como las damas romanas más piadosas, que daban importantes limosnas en favor de la causa. Si la Iglesia, de repente, regalara sus recursos, estaría a merced de los caprichos de la fortuna. Necesitaría más que nunca del apoyo de millones de hombres y mujeres sedientos de la Esperanza que da la Fe. Pero, ¿dónde quedan hoy, en Occidente, esos millones de seres cargados de Fe en su Iglesia? Benedicto XVI, nuestro Papa actual, acaba de reconocer que Occidente está "cansado de su fe", que mira hacia otros intereses, y que potencia la "incredulidad y lejanía de Dios" [Misa Crismal de Jueves Santo, 21 de abril de 2011, basílica de San Juan de Letrán]. El edificio humano que siempre debe sostener la Iglesia se derrumba. Los fieles son Iglesia, y sin fieles esta no puede consolidarse y existir. Tal vez la Jerarquía católica haya tenido gran parte de culpa, al distanciarse de los verdaderos problemas concretos de la sociedad, al no actualizarse adecuadamente al correr de los tiempos. Al ver demonios en el laicismo, al demonizar el sexo, practicado al margen de ciertas relaciones afectivas, al no tolerar la ordenación de mujeres como sacerdotes --cuando sabemos que María Magdalena y otras mujeres que acompañaban a Jesús eran las mayores defensoras y depositantes de su ministerio sagrado--, al no permitir el celibato eclesiástico opcional, etc. Mucha gente joven no mira hoy hacia la Iglesia, porque el Vaticano tampoco le ha mirado antes a ella. Bastantes jóvenes sienten que la Iglesia no hace nada por intentar comprender su mundo y sus problemas. Pero también es verdad que el más PURO Y DURO MATERIALISMO se ha instalado en muchos corazones, endureciéndolos y proclamando el deleite banal de lo inmediato, sin mirar a Dios. Vivimos la nueva temporada del becerro de oro, la segunda gran traición a Moisés mientras dialoga con la zarza ardiente en lo alto del Sinaí. Los seres occidentales, obnubilados y cegados por la tecnología, los lujos y el ansia de poder, han cerrado los oídos a las palabras de Jesús en el Evangelio. Los seres marginados --de África subsahariana, de India, de América Latina, de Filipinas-- son los más seguros continuadores de las creencias, y quienes más firmemente están nutriendo el ámbito vocacional de la Iglesia. También en España, muchas jóvenes de familias "conservadoras" --guapísimas y majísimas ellas--, están alimentando las comunidades religiosas, como sucede en Lerma. Sí, todavía hay una Esperanza para la milenaria Iglesia. Pero la Iglesia no debe alejarse de la realidad, sino ofrecer siempre una RESPUESTA a esa realidad, por difícil que resulte. Dios está con nosotros y entre nosotros merced a la fuerza salvadora del Espíritu Santo. Pongamos oídos al Espíritu. Oigamos a Dios, y lo que tiene que decirnos.

Hoy, 1 de mayo de 2011, festividad de la Divina Misericordia, Benedicto XVI ha beatificado en Roma a su antecesor, el Papa polaco JUAN PABLO II. Su celebración será en octubre, aniversario de su llegada al pontificado. Solo han transcurrido seis años y veintinueve días desde su muerte. Parece haber realizado el milagro de una curación, y ya se están buscando nuevas intercesiones milagrosas que permitan hacerlo santo. Sin quitarle méritos al Papa viajero, santos deberían ser --y lo son ya en la piedad colectiva-- la Madre Teresa de Calcuta, el exjesuita Vicente Ferrer, y el P. Ángel García Rodríguez --aún vivo, fundador de Mensajeros de la Paz--, por asistir a tantos seres indefensos y desamparados, por llevarles caridad y amor y por enseñarles a gestionar las ayudas recibidas en su propio beneficio, creando medios de producción para el desarrollo de sus comunidades. También son santos quienes dieron su vida por dar testimonio del Evangelio, como el arzobispo Óscar Romero, el jesuita Ignacio Ellacuría y sus compañeros, y el sacerdote polaco Jerzy Popieluszko. Porque la santidad la da la forma de vivir, el ejemplo y el testimonio de Fe y de Amor hacia el semejante. Lo otro, el ceremonial, es un simple aditamento. Dios escoge a los suyos, y los conoce y entiende mejor que nadie. 


Karol Wojtyla, Juan Pablo II, ha sido viajero de la Esperanza. No ha sido un Papa acomodaticio, sedentario, romano. 104 viajes pastorales en veintisiete años de pontificado por todos los rincones de la Tierra, incluso donde ningún sucesor de Pedro había llegado antes. Como acertadamente ha señalado el exjugador Emilio Butragueño, Wojtyla "acabó con la imagen de un Vaticano cerrado", acercándolo a toda latitud. Le tocó vivir momentos trascendentales y dificilísimos para Europa, como el final de la era comunista y la caída del muro de Berlín. Él contribuyó decisivamente a lograr que las dos Europas se entendieran. Apoyó la disidencia polaca del Sindicato Solidaridad y no se achantó en absoluto cuando una mano negra ordenó matarlo. La Virgen de Fátima debió de velar por su vida y por el triunfo final de su ministerio. De otra parte, deslegitimó la lucha política de la Teología de la Liberación en América Latina, y se aproximó a grupos de poder esenciales dentro de la Iglesia, como el Opus Dei, del cual fue defensor y simpatizante declarado, y los Legionarios de Cristo, dirigidos por el malsano P. Marcial Maciel. Vista la caída de vocaciones y de fieles dominicales, el Santo Padre debió de creer que necesitaba fortalecer esos pilares indispensables, con un entramado tan extendido por los cinco continentes. Su viaje a México fue "oficializado" por intervención directa de Maciel, quien presionó a las autoridades laicas para que Wojtyla fuera recibido con todos los honores [v. El País, viernes, 29-04-2011, p. 38]. En cuanto al Opus, lo nombró "Prelatura Personal" en pago de los numerosos beneficios asistenciales que había recibido de este grupo desde sus años de Cracovia, sus sucesivas visitas a Roma, y su simpatía hacia la figura de Josemaría Escrivá, beatificado por él. Esas asociaciones cristianas representaban para Juan Pablo II unidad, autoridad y obediencia, es decir, una fe inquebrantable y sin fisuras, pilares maestros sobre los que su Iglesia podía descansar y afianzarse. En cambio, las pequeñas comunidades de base tiraban como las reducidas iglesias antes del Edicto de Constantino: cada una a su modo, con su propio evangelio, con mayor libertad interpretativa, y alejadas de los lugares donde habita el Poder.

Wojtyla confiaba en el CENTRALISMO, no en la autonomía. Si quería una Iglesia grande, necesitaba llegar él mismo al último refugio. Su ansiedad viajera no era tanto ecuménica como catecumenal, para subrayar la presencia del líder y su dominio absoluto de todo. Aireó la Casa con esos viajes, pero se distrajo de limpiarla a fondo. Lo importante es que creciera, alentando la feligresía por doquier. Presentarse vivo, ESTAR VIVO más allá de Roma y del Estado Vaticano. Abrir ventanales en amplios espacios, convocar a los creyentes en explanadas, besar la tierra que se pisa, abrazar mucho. No hay nada malo en esto: fue un Papa humano, que quiso y se hizo querer. Seguramente, contó con el afecto hondo de los sencillos Gelasios, y de haber renovado las estructuras doctrinales y morales de su curia, hubiera triunfado apoteósicamente. Porque no basta con hablar de Cristo y de su Mensaje; también hay que dar ejemplo partiendo del entorno de uno mismo, para aumentar la credibilidad de quienes dudan de las honestas intenciones de los ministros del Señor. Algo que sí parece estar haciendo el no tan popular Joseph Ratzinger, Benedicto XVI. Siempre desde una línea moderada, conservadora y poco amiga también de cambios espectaculares.

Cada santo fue humano y tuvo sus debilidades. Juan Pablo II tenía derecho a tener sus fallos. Al fin y al cabo, nadie es perfecto. La ceremonia de hoy en Roma ha sido emocionante, y quiere evidenciar que la Iglesia católica está viva, levantada y unida en torno a su figura carismática. No llegó a lo prometido por Kiril Lakota, pero fue un gran, un inmenso pontífice, a la altura del renovador Juan XXIII. Y debemos dar gracias a Dios por haberlo conocido.

* Rasgos de la personalidad de Juan Pablo II, según su portavoz, Joaquín Navarro-Valls:

1º. Optimismo y buen humor permanentes. Sabía poner siempre "al mal tiempo, buena cara", porque confiaba en que al final de la Historia humana, al término del largo camino, está Dios y su Misericordia.
2º. Rezar con los demás y para los demás. Repasaba a diario peticiones de creyentes de todo el mundo y pedía insistentemente por ellos.
3º. Empeño en aproximarse a los estilos e idiomas de otras culturas. Juan Pablo II preparaba cada viaje al detalle, empapándose de la historia, cultura, y aspectos sociales de cada país a visitar.
4º. Don de gentes y profundo conocimiento de los valores de cada persona. En el caso particular de Mijail Gorbachov, Secretario General del Partido Comunista soviético, supo verlo como "un hombre de principios", en quien a las claras se podía confiar. No en vano, Gorbachov cumplió su promesa de no intervenir militarmente contra la extinción del comunismo fuera de Rusia.
5º. Espíritu deportista y animoso, por encima de las calamidades y el deterioro físicos. Entrega infatigable al trabajo, pero sin perder nunca la calma.
[v. ABC, domingo, 24-04-2011]

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