"Para matar a un poeta
sólo hacen falta 44 balas.
44 balas,
ciprés de fuego,
y el cuerpo que ya no
puede con su alma.
Esta mañana
lo han asesinado.
Ya es inmortal
la voz de Víctor Jara.
Machacaron sus manos,
su rostro,
cortaron las cuerdas
de su guitarra.
¿Qué más pueden hacerle?
No temas, chiquita,
no nos deja...
En la gramola
vuelve a sonar
'Te recuerdo Amanda'".
[A Víctor Jara, asesinado el 16
de septiembre de 1973 en Santiago
de Chile. In memoriam, Antonio Ángel Usábel,
1 de junio de 2009]
"A VÍCTOR JARA LE METIERON 44 BALAZOS EN EL CUERPO"
(El asesinato del cantante chileno, relatado por Ramy Wurgaft en "EL MUNDO", domingo, 31 de mayo de 2009. EXTRACTO DEL REPORTAJE:)
“A ese pajarraco cantor me lo separan del resto”, dijo el teniente Nelson Haase. Y enseguida empezaron las palizas. Lo último que el ex militar José Alfonso Paredes —«un pelao, no más», eso es lo que dice que era él entonces— recuerda de Víctor Jara es haberlo metido en una bolsa negra que luego subió a una camioneta, junto con otros cadáveres. La operación le llevó un largo rato, pues resbalaba en la sangre que escurría (…)
La fuerza expedicionaria se instaló en el Estadio Nacional, que a falta de otros espacios, había sido habilitado como un campo de detención. Al día siguiente, una sección a cargo del capitán Marcelo Moren, se dirigió a la sede de la Universidad Técnica del estado (UTE), donde estaban atrincherados unos 600 estudiantes y profesores. En menos de dos horas, Moren había reducido el foco de resistencia y trasladado a los insurgentes al coliseo deportivo. Entre los prisioneros se encontraba Víctor Jara, quien dictaba clases de canto en el citado establecimiento. Uno de los oficiales a cargo de dar la bienvenida a los que ingresaban al estadio, lo reconoció de inmediato: su melena aleonada era inconfundible.
RULETA RUSA
Desde su puesto de guardia, el recluta Paredes (…) vio como Jara recibía su primera paliza. En el improvisado campo de detención reinaba el caos: 5.600 personas se hacinaban en los camarines y en las tribunas (…) Al segundo día de su reclusión. Víctor Jara aparece en las graderías del estadio, tras una prolongada sesión de torturas. «Compañeros, me están matando», balbucea antes de perder el conocimiento.
Los celadores le habían triturado las manos y desfigurado e! rostro. Los detenidos tratan de cambiar su aspecto cubriéndole con una chaqueta azul y esquilándole los rizos con un cortauñas. Es inútil. La tarde del 16 de septiembre, los militares lo vuelven a arrastrar a la cámara de torturas. A la misma hora, un suboficial ordena a los conscriptos Paredes y Quiroz que desciendan a los vestuarios a cumplir con una misión especial. Paredes presiente que esa misión tiene que ver con un grupo selecto de prisioneros entre los que se encuentra un tal Víctor Jara.
TUMBOS EN EL SUELO
«El teniente Haase estaba sentado con los pies sobre una mesa y sonreía. Al músico lo apoyaron contra la pared y su subteniente que era como la sombra de Haase, comenzó a jugar a la ruleta rusa con un revólver pegado a la sien del prisionero. Sonó un estampido y Jara cayó al suelo. Era horrible cómo su cuerpo daba tumbos sobre las baldosas. Uno de los jefes gritó "¡Qué esperan para rematarlo, imbéciles!" Me temblaba tanto la mano que no pude apretar el gatillo», dice José Paredes, en su testimonio (...)
El 17 de septiembre de 1973, una patrulla policial encontró el cuerpo sin vida de un adulto cerca del Cementerio Metropolitano. De allí lo trasladaron al patio de la morgue de Santiago, donde fue identificado por Héctor Herrera (ya jubilado), entonces funcionario del Registro Civil. «Su rostro era un amasijo y su cuerpo tenía 44 impactos de bala. Pero me pareció que era él», cuenta Herrera. El hombre le tomó las huellas dactilares y, confirmada su sospecha, se comunicó con Joan Turner, la esposa de Víctor Jara.
En otra acción temeraria, el funcionario y la viuda envolvieron al difunto en un poncho y, bajo las narices de los militares, le trasladaron al Cementerio General. «Allí le dimos sepultura. No iba a permitir que al autor de Te REcuerdo Amanda, esa bonita canción, le arrojaran a una fosa común», concluye Herrera.
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