“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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miércoles, 1 de abril de 2015

Celestina de llorar.


Se representa estos días en la Sala Margarita Xirgu (Sala Pequeña) del madrileño Teatro Español, Ojos de agua, monólogo con dramaturgia de Álvaro Tato, basado en la Tragicomedia de Calisto y Melibea (1499), por otro célebre nombre, La Celestina, del bachiller Fernando de Rojas. Esta revisión del mito fabula sobre la supervivencia de la vieja alcahueta, curada y acogida en un convento de religiosas. Instalada tranquilamente en él, retorna al pasado, para, salvo para llegar a desvelar al respetable el dominio temprano y hedonista de su propio cuerpo de meretriz, revisitar de forma jocosamente torpe y soñolienta los episodios más consabidos del clásico original. Porque no hay nadie que aprecie, que ame la Tragicomedia de Rojas, que pueda aprobar, deleitarse y aplaudir esta bobería de incursión vacua, vana e innecesaria en la cáscara –que no en los entresijos-- de una pieza sublime y maestra, inteligente y genial, irrepetible e inimitable por ello.
 
Nada nuevo desvela esta Celestina de Álvaro Tato. Es más, parece contrariar la sutileza y la solidez del modelo de Rojas al parir una simple caricatura, una máscara de carnaval que no remonta el vuelo en el cuerpo de una Charo López pobremente inspirada, que no acierta a vivir el personaje y no lo crea desde dentro. Muy lejos está la actriz de otras buenas y añejas creaciones suyas, como la Mauricia la Dura, de la serie Fortunata y Jacinta, de Mario Camus, cuyo tono castizo y marchamo espontáneo acaso le hubieran servido bastante bien para encarnar este complejo y majestuoso personaje que ahora nos ocupa.
Además, y esto es un elogio para la actriz, Charo parece aún joven para hacer una Celestina creíble. Una Celestina fiel completamente al texto clásico, al modo de las grandes efigies de Milagros Leal, Amelia de la Torre, o, si apuramos, Nati Mistral y Amparo Rivelles.


¿Por qué estos Ojos de agua? ¿Por qué una secuela, y no una “precuela”, que dijera lo que sucede “antes” de La Celestina? ¿Por qué un monólogo, y no un diálogo, una enredadera dialéctica con, por ejemplo, la priora del convento de acogida y las venerables hermanas? ¿Cómo no una Celestina acabada, jubilada, pero no arrepentida, tratando de enseñar sus artes peculiares y maléficas a una niña, una joven discípula azarosamente arrimada? Habría mucho más sustancia, más jugo y sabor en una dramaturgia así. Una Celestina defensora, una vez más, de los infortunios de la virtud.
Hay tres breves momentos interpretativos, sin embargo, de la pieza de Tato que salvamos de la quema: cuenta esta segunda Celestina un aborto chapucero que tuvo en su juventud, a manos de un aspirante a galeno, mientras a los pies del lecho aguardaba un perro para comer los despojos; y antes, cómo al limpiar de suciedad un azogue se descubrió allí, ella misma, Afrodita, en su esbeltez y lozanía de diosa seductora. Por último, cómo satiriza a Melibea y dialoga con ella, convertida esta en vaso de vino. Tres aciertos para una quiniela llena de fallos.
Arropa bien a la escenografía las redondillas iniciales que desgrana el fantasma de Pármeno a modo de presentación. (Por cierto, un excelente trabajo del intérprete Fran García). Buena música y letra de Yayo Cáceres –también responsable de la dirección—y del propio Álvaro Tato.
Si uno revisita un clásico y propone alumbrar una ucronía sobre él, nunca cabe una revisión del mito en mármol de Carrara, sino un enfoque sobre lo silenciado, siempre y cuando se dé con una materia coherente que merezca la pena. Como logra, con pulso de maestro, Juan Carlos Arce en la deliciosa novela Melibea no quiere ser mujer (1991), donde se aboga por el guiño de que La Celestina nunca se hubiese escrito sin el concurso e inspiración directa de las putillas de la casa.
Recordemos, así mismo, con honda simpatía el cuentecito Las nubes (1912), de José Martínez Ruiz “Azorín”, con unos Calisto y Melibea felizmente casados para un enternecedor retrato de familia que puede volver a repetirse.


De cualquier forma, quienes no hayan descubierto aún al bachiller Rojas, que lo hagan pronto. Lean la Tragicomedia. No esperen más para gozar más del gozo de una obra maestra en su edición genuina.
A los admiradores de Charo López, actriz salmantina, recomendarles que se queden con sus excelentes trabajos en televisión: Clara Aldán (Los gozos y las sombras, 1982), Elvira Domínguez (Entre visillos, 1974).
[Ojos de agua se mantiene en el Español hasta el 26 de abril de 2015.]
© Antonio Ángel Usábel, abril de 2015.

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