Podría haberse titulado así el poemario Vida, de María José Alcaide Santiago (Barcelona, 1963).
Todo el mundo tiene algo que decir sobre su vida, así que todo el mundo puede ser poeta.
Lo importante -para ser bueno- es crear un estilo personal, una impronta única que subyugue al lector y al crítico, y que perviva después de cerrar el libro. Los poemas sublimes hasta son memorizados, y llegan a pasar al acervo común.
No obstante, aunque no se estime como destacado un libro de poesía, siempre hay que agradecerlo y valorarlo, pues muestra los sentimientos de una persona, así como su necesidad o decisión de comunicarlos. Un libro es un acto de comunicación con los lectores, quienes luego valorarán tanto lo que el texto les dice, como su forma de decirlo.
En muchos de ellos es la pérdida del amor, la ausencia del amado, lo que prevalece, por lo que la poesía de María José Alcaide se aproxima a las jarchas y a las cantigas de amigo de nuestra literatura medieval; máxime, cuando la poeta abre un diálogo con el espacio natural, con el mar, por ejemplo: "Se deslizaban / mis lágrimas por mi cara. / Las olas recogían mis gotas / llevándolas hasta la orilla de la playa / haciéndolas estallar entre las rocas" ("Sirena"); "¡Oh, luna, / qué desespero, que por él muero!" ("Mi amiga"). En "Amor mío", la poeta se interroga por el paradero de su amigo, de su "habib" (diría una muchacha mozárabe), y con igual inquietud ante un posible abandono: "¿Dónde estás, amor mío? / No sabes cuánto te necesito / y no te tengo / ni te imaginas cuánto te quiero". Este poema finaliza con una hermosa metáfora: "Con el nuevo día / hablo con el sol / y le pregunto: / ¿Cómo está mi amor? / Él me contesta: / Recostado está en el prado / de tu verde mirada, / loco y hambriento / por poderte amar".
El desamor es el referente de varias poesías. Y, como sucedía a menudo en las Rimas de Bécquer, el culpable es el otro, que no valora lo que tiene: "Me pregunto: ¿Por qué yo? / ¿Por qué tengo que ser yo a quien apartas?" ("Perdida"); "Tú, que podías haber sido el dueño de todo (...) / Mañana saldrá el sol para mí / y tú te quedarás en tu eterno día gris" ("Día gris"). La abandonada se autodefine como "No soy la mejor, / pero sí tengo un enorme corazón..." ("Dueña"). La amargura y el reproche afloran en "El adiós ": "Otro día gris y melancólico / en mi oscura vida (...) De repente la tormenta estalló (...) / ¡Allá él, / pues sordo no es!". Ese Ego propio de la adolescencia es el que tamiza aquellas composiciones de erotismo convencional: los dedos recorriendo la piel, los besos apasionados, humedad de las sábanas, susurros, suspiros, jadeos... el clímax sostenido.
El amor duradero es la principal meta, la salvación o consuelo para el alma en este mundo. Su ausencia causa fatiga y desesperación, desaliento que no redime todo lo demás: "¡Sí, estoy cansada! / Cansada de no encontrarte. / Camino y camino / en medio de la nada..." ("Me duele").
Mucho amor por recibir, otro tanto que dar. Ese es el núcleo de este libro. Pero no el único. También hay algunos poemas reivindicativos, de denuncia de las injusticias, como "Mamá África" y "Un mundo imperfecto", que se inicia con la paradoja "¡Dios! (...) / Nos diste el paraíso y por nuestra imperfección / vivimos en el infierno". Ante el sufrimiento de los otros, la autora desearía convertirse en remisión y alivio: "Tengo tanto para dar (...) Un corazón tan grande / que en él cabe toda la gente" ("Daré").
Los mejores poemas son, a nuestro juicio, los de corte existencial: el oxímoron "Recordar el olvido", los desgarradores "Carta a María" y "Vida", o "Guerrera" (en su lucha contra el Tiempo).
Una mujer que sigue esperando a su príncipe azul, el color de los sueños, y que las manzanas, culpables del pecado, desdeñan como tentación infructuosa.
© Antonio Ángel Usábel, diciembre de 2024.
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