“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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domingo, 20 de marzo de 2022

Las dimensiones del teatro.

 “… Envejecer, morir,

es el único argumento de la obra”.

(Jaime Gil de Biedma)

Se representa estos días, y hasta el 24 de abril, en la Sala Max Aub de Naves del Español, Oceanía, el autohomenaje y canción de despedida de Gerardo Vera, escenógrafo y director, dramatizada en colaboración con José Luis Collado, y dirigida por José Luis Arellano García (El curioso incidente del perro a medianoche). El protagonista absoluto es su actor-fetiche, el gran Carlos Hipólito (Copenhague, Teatro de La Abadía, 2019), quien construye con entereza, naturalidad y sin titubeos, un retrato íntimamente familiar de un niño que vivió bajo las mieles del falangismo y se hizo hombre cuando llegó la democracia a España. La vida de Vera interesa no como profesional de las artes escénicas, como decorador que acabó con el diseño tradicional figurativo del escenario e introdujo amplios y altos paneles neutros, opacos, sino como testigo de un mundo que triunfó durante las décadas posteriores a nuestra contienda civil y que pronto se desmoronó por viejo y caduco. Del regodeo triunfalista de los jefes de Falange, hasta la caída en desgracia de esos mismos centuriones, último vestigio del caciquismo aldeano decimonónico.

La niñez de Vera (1947-2020) -natural de Miraflores de la Sierra- transcurrió en un caserón de Torrelaguna. Fue una infancia mimada por la bonanza del cabeza de familia, heredero de la fortuna del bisabuelo, hecha por la casualidad de haber desenterrado unos pelucones del reinado de Carlos III. Grandes y potentes coches, latifundio, y el señor alardeando –porte chulesco y autoritario-- de su camisa azul y de su grado ante propios y extraños. Gerardito creciendo solo, arropado por una madre protectora, dejándose llevar por la linterna mágica del Cine. Colección de programas, de carteles y de afiches. Recibe en su dormitorio –transmutado en camerino—a Sophia Loren, Cary Grant y Frank Sinatra, que rodaban en la Meseta ese fiasco de Orgullo y pasión a las órdenes de Stanley Kramer (menos mal que no se le dejó dinamitar las murallas de Ávila). Visita de Eisenhower y recibimiento coral en la Gran Vía, bajo la atenta mirada de Charlton Heston y Yul Brynner desde el cartel de Los diez mandamientos (1956). El joven Vera deslumbrado por el torso de Moisés, seducido --cual nuevo Miguel Ángel-- por la rotundidez de su propia escultura. Homosexualidad latente, confirmada y consagrada en sus años universitarios en el Johnny de la Complutense.  Espacio progre, contracultural, contestatario, subversivo, conciliábulo de sexo, música prohibida y pasquines comunistas. El crepúsculo de un dios: el padre perdiendo los reales en un rosario de timbas, y precipitando en la miseria a la familia. De príncipe a mendigo. De la ostentación de un nombre con posibles, a la ocupación de prestado de un pisito y la inmersión en las tinieblas del alcohol, con violencia conyugal incluida. El joven Gerardo enfrentado al padre horrendo. El antiguo falangista humillado y enfermo de tuberculosis, y reconciliado con un hijo del que debe admitir su “gay trinar”, y al cual llega a disculpar y a comprender como nadie, de manera sorprendente.

A quienes vimos --aunque de niños-- la vitola de los triunfadores en conocidos nuestros, la vida de Vera nos es familiar. Muchos jefes de Falange vivieron su gran gloria diez o quince años de acabada la Guerra. Eran intocables. En la taberna, propinaban la patada a la banqueta, o tiraban al suelo algún mantel, como para enseñar quién manda. Después, a medida que Franco fue desconociendo a la Falange, por incómoda y comprometedora, y se fue acercando a los talentos del Opus Dei, aquellos señoritos perdieron poder e influencia, y ya se les temía menos. Muchos, incluso, casi se arruinaron, por mala gestión de su negocio, o por el vicio del juego, como le sucedió al padre de Gerardo. El autoritarismo falangista estaba demasiado próximo –muchas veces-- a la arrogancia fascista de Mussolini. Y provocó que bastantes de sus herederos, jóvenes retoños, se abrieran a caminos diferentes, a propuestas extranjeras, algunas hasta revolucionarias.

Así pues, este tramo vital interesa para fijar o recordar un periodo de la reciente Historia de España, no para hablar de Teatro o de técnica teatral.

Gerardo Vera fue un artista polifacético: actor, escenógrafo, figurinista, diseñador de vestuario, director de teatro y cine… Uno de sus últimos grandes trabajos fue la dirección de Concha Velasco en Reina Juana (Teatro de La Abadía, 2017), el drama monologado de Ernesto Caballero.

Merece la pena conocer la experiencia familiar de Vera. Es veraz azogue en el crisol de su tiempo.

© Antonio Ángel Usábel, marzo de 2022.

Excelente columna de Manuel Vicent sobre Gerardo Vera:

 "Todo ha sido orgullo y pasión"

 

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