La Historia alternativa se pregunta constantemente por el origen de la civilización y de la especie humana. Y baraja dos hipótesis fundamentales: o la genialidad técnica vino a la Tierra de habitantes de otros mundos, o existió una primera gran cultura perdida, madre de todas las demás. La primera propuesta implica que regularmente podamos estar siendo visitados por extraterrestres, en sus naves espaciales –los ya tradicionales y bucólicos “platillos volantes”--; la segunda idea, la de una Atlántida desaparecida e hiperdesarrollada, explicaría los grandiosos monumentos de Egipto, el México azteca y maya, el Perú incaico, los moais de la isla de Pascua, Nan Madol (en la Micronesia), etc. Incluso está la tesis de que los humanos descendemos de dioses, los gigantes que se unieron a las hijas de los hombres. O tal vez, al habitar los alienígenas entre nosotros, camuflados como camaleones, se estén emparejando con hembras o varones terrícolas y vengan creando una especie nueva, reforzada y más preparada para la vida futura.
Kenneth Arnold (1947) |
La primera abducción con sexo con una alienígena la refirió Antônio Vilas-Boas, un granjero brasileño de veintitrés años, de Minas Gerais, aficionado a lecturas ufológicas. Fue en la madrugada del 16 de octubre de 1957. Meses antes, un semanario había publicado una experiencia muy similar.
Dejando aparte los casos de médiums y psíquicos claramente fraudulentos, la revista no da razón para hechos constatados, como, por ejemplo, las apariciones marianas fotografiadas junto a la cúpula de una iglesia copta de El Cairo, en abril de 1968. Cien apariciones hasta 1971, vistas por cerca de 250.000 personas. Ni por qué y cómo el planeta Marte influye en los natalicios de futuros deportistas de elite, con algo más de un 22% de probabilidades, constatado por ocho estudios independientes, que suscriben la realidad de esa “anomalía estadística”. Ni el momento de la construcción de la Esfinge de Guiza y a quién representa. Unas fisuras del monumento se atribuyen no al viento, sino al agua de lluvia, lo que haría retrasar su construcción a unos siete mil años, es decir, a una época anterior al rey Keops, el artífice de la Gran Pirámide. Hay objetos y construcciones, por lo tanto, que aún carecen de una explicación racional e histórica detallada, lo cual no significa que no la vaya a tener en algún momento.
En el primero, El hombre que perdió su espíritu: en busca de la molécula transparente, el autor imagina la vida en el año 2999. Una humanidad deshumanizada, cariacontecida, de caras grises, donde las relaciones afectivas no existen, porque los niños vienen por encargo y con un diseño determinado. Hay muchas celebraciones que han perdido su sentido, como la Navidad. Todo es material. No hay lugar para confiar en nada trascendente. Recuerda bastante al panorama turbio de Ray Bradbury y su Fahrenheit 451, con esas personas viajando en el monorraíl con la mirada ausente y la piel tan necesitada de caricias.
Carta de amor a un clon es, sin dudas, el relato más emotivo: en un viejo disquete se descubre una carta de despedida a una tal Violeta. Un texto hermosísimo, sincero, y que se ve que brota de lo más profundo del corazón. El lector vive en un tiempo ya sin amor ni sentimentalismos, pero la lectura del escrito alienta en él un leve signo de humanidad.
La tercera historia, El OVNI de luces naranjas, es, en parte grande, autobiográfica. Cuenta el avistamiento de un platillo alienígena en una carretera secundaria entre montañas. Es de noche, y la nave emite un destello anaranjado hacia el cielo. Al solitario testigo le hubiera gustado poder fotografiarlo. Aparte, nos habla de un segundo episodio paranormal, también con apoyo en la realidad.
El cuarto episodio, El cometa habitado Oumumua, reproduce el típico encuentro de la civilización terrestre con visitantes de las estrellas. La postura de los militares, el asombro de los testigos, etc. Unas secuencias que vemos en las películas La guerra de los mundos (1953), de Byron Haskin, y Ultimátum a la Tierra (1951), de Robert Wise.
La quinta entrega es El Viejo, el gato y la pistola. En una ciudad destruida, un anciano –quien todavía tiene recuerdos del mundo de antes—se topa con un joven. El destino de los dos viene sellado por un fatídico accidente.
La última parte es una farsa construida a costa de los dioses y diosas del Olimpo: El festín de los dioses en el firmamento. Las deidades celebran un gran convite a expensas de una Tierra desertizada y unos pobres hombres que colonizan el cosmos como alternativa.
Una colección agradable de relatos futuristas, que plantea interrogantes lógicos e inteligentes sobre el porvenir lejano de la Humanidad. Su futuro, no obstante, comienza a hacerse hoy presente: la alienación del ser humano, la degradación del medio natural y de las sensaciones, el dominio absoluto de la tecnología y de la inteligencia artificial, el desamor, la soledad, el abandono, la ausencia de valores y la falta de trascendencia de las acciones emprendidas. El autor le ha puesto corazón, y se nota. Uno de esos libros breves y accesibles para disfrutar en cualquier lugar y en todo momento. No defrauda, por su compromiso, y su lectura se agradece.
© Antonio Ángel Usábel, julio de 2021.