“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

En este país...

martes, 13 de julio de 2021

De civilizaciones perdidas y antiguos astronautas.

La Historia alternativa se pregunta constantemente por el origen de la civilización y de la especie humana. Y baraja dos hipótesis fundamentales: o la genialidad técnica vino a la Tierra de habitantes de otros mundos, o existió una primera gran cultura perdida, madre de todas las demás. La primera propuesta implica que regularmente podamos estar siendo visitados por extraterrestres, en sus naves espaciales –los ya tradicionales y bucólicos “platillos volantes”--; la segunda idea, la de una Atlántida desaparecida e hiperdesarrollada, explicaría los grandiosos monumentos de Egipto, el México azteca y maya, el Perú incaico, los moais de la isla de Pascua, Nan Madol (en la Micronesia), etc. Incluso está la tesis de que los humanos descendemos de dioses, los gigantes que se unieron a las hijas de los hombres. O tal vez, al habitar los alienígenas entre nosotros, camuflados como camaleones, se estén emparejando con hembras o varones terrícolas y vengan creando una especie nueva, reforzada y más preparada para la vida futura.


El caso es que todavía no sabemos a dónde vamos, ni de dónde venimos. Especulaciones hay muchas y bien sembradas. Un número especial de la revista de divulgación científico-técnica Muy Interesante (julio de 2021), va dedicado a los “Fenómenos extraños explicados por la Ciencia”, y entre otros temas aborda el posible origen extraterrestre de nuestra especie, a través de los cauces que hemos mencionado antes. Es verdad que la Historia alternativa se agarra a un clavo ardiendo y construye explicaciones que literalmente “rizan el rizo”. Sobre los platillos volantes, la revista explica que no eran redondos en su origen, sino más bien en forma de semidisco o boomerang. De hecho, el avistamiento inaugural se produjo el 24 de junio de 1947, cuando el piloto Kenneth Arnold vio nueve objetos voladores en forma de luna creciente, y que se desplazaban a velocidad meteórica. Los medios publicitaron la noticia escribiendo que eran como platos rebotando en una superficie acuática. Y de esos platos nacieron los consabidos platillos. Sus descripciones no parecen haber variado mucho a través de las décadas, como si hubiera la obligación de responder a un canon. Sin embargo, pilotos de combate del portaaeronaves Nimitz captaron y filmaron, con cámaras de infrarrojos, en noviembre de 2004, en la vertiente atlántica, objetos volantes de aspecto impreciso moviéndose a gran velocidad. Lo mismo consiguió repetir el Theodore Roosevelt, en distintos meses de 2014 y 2015. Es decir, algo parece haber ahí fuera de origen incierto.

Kenneth Arnold (1947)

La primera abducción con sexo con una alienígena la refirió Antônio Vilas-Boas, un granjero brasileño de veintitrés años, de Minas Gerais, aficionado a lecturas ufológicas. Fue en la madrugada del 16 de octubre de 1957. Meses antes, un semanario había publicado una experiencia muy similar. 

Dejando aparte los casos de médiums y psíquicos claramente fraudulentos, la revista no da razón para hechos constatados, como, por ejemplo, las apariciones marianas fotografiadas junto a la cúpula de una iglesia copta de El Cairo, en abril de 1968. Cien apariciones hasta 1971, vistas por cerca de 250.000 personas. Ni por qué y cómo el planeta Marte influye en los natalicios de futuros deportistas de elite, con algo más de un 22% de probabilidades, constatado por ocho estudios independientes, que suscriben la realidad de esa “anomalía estadística”. Ni el momento de la construcción de la Esfinge de Guiza y a quién representa. Unas fisuras del monumento se atribuyen no al viento, sino al agua de lluvia, lo que haría retrasar su construcción a unos siete mil años, es decir, a una época anterior al rey Keops, el artífice de la Gran Pirámide. Hay objetos y construcciones, por lo tanto, que aún carecen de una explicación racional e histórica detallada, lo cual no significa que no la vaya a tener en algún momento.


De ovnis, visitas extraterrestres y distopías futuras, versa
El hombre que perdió su espíritu. Cuentos fantásticos del futuro, del periodista y escritor Félix Rosado Martín García-Barbero (Navas del Marqués, Ávila, 1964). El volumen fue publicado por Amazon en diciembre de 2019 y lo conforman seis relatos de distinta extensión.

En el primero, El hombre que perdió su espíritu: en busca de la molécula transparente, el autor imagina la vida en el año 2999. Una humanidad deshumanizada, cariacontecida, de caras grises, donde las relaciones afectivas no existen, porque los niños vienen por encargo y con un diseño determinado. Hay muchas celebraciones que han perdido su sentido, como la Navidad. Todo es material. No hay lugar para confiar en nada trascendente. Recuerda bastante al panorama turbio de Ray Bradbury y su Fahrenheit 451, con esas personas viajando en el monorraíl con la mirada ausente y la piel tan necesitada de caricias.

Carta de amor a un clon es, sin dudas, el relato más emotivo: en un viejo disquete se descubre una carta de despedida a una tal Violeta. Un texto hermosísimo, sincero, y que se ve que brota de lo más profundo del corazón. El lector vive en un tiempo ya sin amor ni sentimentalismos, pero la lectura del escrito alienta en él un leve signo de humanidad.

La tercera historia, El OVNI de luces naranjas, es, en parte grande, autobiográfica. Cuenta el avistamiento de un platillo alienígena en una carretera secundaria entre montañas. Es de noche, y la nave emite un destello anaranjado hacia el cielo. Al solitario testigo le hubiera gustado poder fotografiarlo. Aparte, nos habla de un segundo episodio paranormal, también con apoyo en la realidad.

El cuarto episodio, El cometa habitado Oumumua, reproduce el típico encuentro de la civilización terrestre con visitantes de las estrellas. La postura de los militares, el asombro de los testigos, etc. Unas secuencias que vemos en las películas La guerra de los mundos (1953), de Byron Haskin, y Ultimátum a la Tierra (1951), de Robert Wise. 

La quinta entrega es El Viejo, el gato y la pistola. En una ciudad destruida, un anciano –quien todavía tiene recuerdos del mundo de antes—se topa con un joven. El destino de los dos viene sellado por un fatídico accidente.

La última parte es una farsa construida a costa de los dioses y diosas del Olimpo: El festín de los dioses en el firmamento. Las deidades celebran un gran convite a expensas de una Tierra desertizada y unos pobres hombres que colonizan el cosmos como alternativa.

Una colección agradable de relatos futuristas, que plantea interrogantes lógicos e inteligentes sobre el porvenir lejano de la Humanidad. Su futuro, no obstante, comienza a hacerse hoy  presente: la alienación del ser humano, la degradación del medio natural y de las sensaciones, el dominio absoluto de la tecnología y de la inteligencia artificial, el desamor, la soledad, el abandono, la ausencia de valores y la falta de trascendencia de las acciones emprendidas. El autor le ha puesto corazón, y se nota. Uno de esos libros breves y accesibles para disfrutar en cualquier lugar y en todo momento. No defrauda, por su compromiso, y su lectura se agradece.

© Antonio Ángel Usábel, julio de 2021.


martes, 6 de julio de 2021

El poema, la puerta.

“Continuar vagando

hasta que el poema me alcance…”

(José Antonio Pamies)

El poema es la puerta a todo. El universo del cual no puede renegar el creador. El resultado de minutos de vida, de experiencias intrahistóricas personales, la persiana que vela la habitación propia. Es una apuesta por la geometría de la escritura, tinta cúbica de luz o de sombra.


Este poemario de José Antonio Pamies, En el umbral del día (Fundación Málaga, marzo de 2019, Premio Málaga Ciudad del Paraíso 2018), es un homenaje a la creación poética como única alternativa. Su poesía no es lírica, sino extraordinariamente eficiente. Se contiene a sí misma y habla con su propia voz. Es ella, como si tal cosa. Es el principio y el fin del ser en el tiempo. La voz no consigue estar callada ni en las horas de silencio, como surco de la noche y augur de impulsos solemnes. Luego se reproduce en el fonógrafo de la lectura y conmueve o no el alma de cada intérprete.


En el libro que nos ocupa hay evocación de la bohemia, luces de la ciudad, nostalgia del artista en su barrio, mundo dejado atrás, y ahora mudado en despacho de un distrito rural. Hay un reencuentro con las viejas estancias, los reflejos empañados, la recuperación de un espacio familiar, mas sin caer en nostalgias, ni en ninguna reconstrucción del pasado. Se mira la vida desde el presente, que es lo que importa. Se abren las cerraduras con la ganzúa del verso. Y en el plano metafórico comienza la lluvia que sube de la tierra al cielo, la humedad que sofoca el ardor, o la esfera que descuenta las horas del día: veintitrés, dos, una.


Trazos de canciones antiguas, reminiscencias del viejo canto porteño: 

IV.

“Volver,

pasados los años,

a casa de tus padres.

Sentir,

que se detiene el tiempo

en los espejos rotos

de las habitaciones.”

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“Volver

con la frente marchita,

las nieves del tiempo platearon mi sien.

Sentir

que es un soplo la vida…” (Lepera / Gardel)

Rastros de un Madrid ilusionado -tal vez, incluso ilusorio—y profundamente fértil:

XII.

[…] “Invoco errores

de aquella juventud

que me llevó a creer en la utopía

de poetas lejanos, amigos sinceros

transmitiendo en horas solitarias

esta absurda pasión de libertad

que es la poesía.”

La poesía es camino y testigo ineludible del amor, la que guía en cada puesta de sol, en el atardecer, despejando los equívocos que esconden las sombras. La poesía es un arte sin explicaciones, un potencial que da sentido al mundo, y que, a la vez, porta la antorcha de lo inefable. Hablan las sinestesias: “silenciosa claridad”, “amanecen / miradas de cristal”; los oxímoron: “un silencio de ruido”; las metáforas: “sueños del arte / que hoy son ceniza muerta”. He aquí la partitura del poema, de la música de los sentidos.

La poesía construye un mundo paralelo, pero también inmortaliza este. La Naturaleza no imita al arte, sino que lo sugestiona. Y, al desperezarlo, brota la primavera en otro jardín lejano.

La poesía nos salva de la vulgaridad, de la mediocridad, del aislamiento. Es un canto testimonial desde la soledad, para mostrarnos a los demás vivos aspirantes a una felicidad esperada.

La poesía es lo ausente, lo que falta y lo que queda. La poesía, como el océano, nunca besará las nubes, porque ella misma será horizonte, mar, tierra y cielo.

© Antonio Ángel Usábel, julio de 2021.

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Para conseguir este poemario de José Antonio Pamies, En el umbral del día, el lector se puede dirigir a https://fundacionmalaga.com/libro/umbral-del-dia/