El documental Leo Zelada: Transpoética (Mario Le Clere, España, 2021) se queda en el escaparate de un poeta, que puede parecer aquí «escaparatista». No hace justicia a Leo Zelada (seudónimo de Braulio Rubén Tupaj Amaru Grajeda Fuentes), un nómada peruano afincado en Madrid y consagrado en cuerpo y alma al arte poética.
Leo Zelada, en "Transpoética" (2021)
Quienes conocemos a Leo sabemos que ha levantado la vida cultural del barrio de Malasaña, a través de muy interesantes tertulias y lecturas líricas. Con ello acapara cierto protagonismo, consustancial a la vanidad de todo autor. Pero un protagonismo necesario que revierte en el interés de todos, ya que obra en beneficio de la Cultura y de la simbiosis entre tradiciones diferentes. Sinceramente, haría mucha falta contar con más gente con igual iniciativa a la suya, aunque convendría actuar con menos prejuicios, en loor de un pluralismo democrático imprescindible.
A Leo le cuesta mantener las amistades, porque no es poco suspicaz y selectivo. Además, tiende a cambiar de parroquianos con cierta frecuencia, pues se cansa de los que ya conoce y animan desde tiempo atrás sus reuniones. La savia nueva es de agradecer, pero valorando el árbol, que es hijo centenario de la tierra.
Volviendo al documental, ni acierta con la forma, ni tampoco alcanza un fondo. Le falta sosiego y parece una bengala encendida, que se consume pronto. Va a un ritmo vertiginoso; no te permite empatizar con el personaje; sobre todo, si te es desconocido y deseas saber de él. No vemos al hombre andariego, ni al aventurero sin límites, ni al creador en actitud de crear, ni al animador cultural, ni al editor de libros, ni al autor ante su público. No vemos apenas nada, salvo a un poeta (que podría ser como otros tantos) leyendo pasajes de su poesía y explicando muy brevemente su origen y su inquietud.
Un reportaje cáscara de nuez.
Disiento de Leo cuando no ve que la literatura en español se surtió del universo mítico precolombino a partir del «boom» de los años sesenta. En ese momento acabó, por pequeña y rutinaria, la Meseta, y se abrió el corazón hispano a un horizonte alucinante. No poco le debe el idioma español a un García Márquez, un Vargas Llosa, un Uslar Pietri, un Otero Silva, o un Carpentier. Hacia dónde camina el arte literario en español, no lo sabemos. No parece haber figuras ni tendencias señeras. Autores salen a patadas, y no se puede abarcar todo.
Leo Zelada concibe la poesía como Rimbaud, Verlaine o Baudelaire lo hacían. La entiende como forma de vida. El poeta, para estos autores, es, básicamente, un aguador que escancia palabras bellas (o acaso hipnóticas) con las que mitigar la sed de los lectores. Es un oficio desinteresado. Una causa social vital, y vitalista, con aromas de suicidio. Porque el destino de los poetas es no ser reconocidos como profesionales que crean riqueza. Su calificativo ha sido, demasiado a menudo, y de manera harto mortificante, de ociosos muertos de hambre. El poeta a veces se olvida de que tiene que comer, y otras duerme donde no le esperan. El poeta íntegro solo se posee a sí mismo, por incomprendido. El poeta entero no ha dejado nunca de vivir como antagónico al mundo que lo rodea. La poesía es la única verdad atemporal, pero una completa ucronía dentro del tiempo.
Leo Zelada es uno de esos hombres cuyo destino elegido es mantener viva la llama de la poesía. Un poseído por ese delirio que hace que el aire palpite y la luz cambie de color e intensidad. La llave del amanecer a otro mundo.
© Antonio Ángel Usábel, enero de 2021.
Acceso al documental en YouTube.
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