(A Soraya Fabuel)
Amar a un padre tiene un precio.
Eso es lo que demuestra este intenso drama familiar de Arthur Miller (1915-2005) que ahora se representa en el Teatro Pavón Kamikaze de Madrid.
Historia de dos hermanos, Víctor y Walter. El primero se sacrificó por un padre
que creía que lo amaba a él; el segundo, voló del nido y no quiso saber nada,
para labrarse un porvenir como cirujano. Es el tiempo de la Gran Depresión, de
la miseria que afecta profundamente a toda la sociedad norteamericana, donde se
buscan las sobras de los restaurantes en los cubos de basura. Víctor podría
haber sido un químico eminente, pero no poseía los quinientos dólares para
continuar sus estudios y hubo de ingresar en el cuerpo de Policía para llevar
dinero a casa. A cambio, con los años, es feliz en su matrimonio, mientras que
Walter es desdichado y está solo. El odio y el rencor por los malentendidos
alimenta esta pieza encomiable y modélica, El precio, todo un clásico moderno junto a otras obras del
autor neoyorquino, como Todos eran mis hijos, Las brujas de Salem
o Panorama desde el puente.
Silvia Munt realiza un trabajo de adaptación (la versión la firma Cristina Genebat), puesta en escena y
dirección realmente sugestivo y brillante, con un elenco de buenos actores,
entre los que destaca primeramente Eduardo
Blanco, como el nonagenario tasador judío Solomon. Magníficos también están
Tristán Ulloa (Víctor) y Elisabet Gelabert (Esther), secundados
por el personaje antagonista de Walter, que interpreta con su punto de acierto Gonzalo de Castro. No se usan
micrófonos durante la representación, lo cual es de agradecer, porque confiere
autenticidad y relieve teatral al acabado. La escenografía, sobria, pero
completamente ajustada a lo que necesita la acción, es de Enric Planas. De hecho, el decorado se funde como un personaje más:
la buhardilla de la crisis.
El drama de Miller habla de lo
generalmente vivido en toda familia: las rencillas entre hermanos a la hora de
conseguir la atención y el amor de alguno de los progenitores (o de ambos); el
altruismo (tal vez, marca de agua de la ingenuidad) enfrentado al egoísmo (o,
si se quiere, la lucha por la supervivencia); el poder del dinero; el éxito
matrimonial frente a la deriva amorosa y el naufragio en el islote de las almas
solitarias.
Un drama ambientado en la
Depresión americana, que habla, sin embargo, a cualquier época, porque aborda problemas
y cuestiones humanas neurálgicas. En el aire queda flotando el último
parlamento, cual fantasma de verdad lapidaria: “Solo al final [de tu vida] sabes
si has tenido suerte o no.”
Cuatro actores de talla, bien
escogidos, actualizando esta pieza magistral de Arthur Miller. De nuevo, el
mejor teatro en Madrid levantado por compañías y elenco catalanes. Muy
recomendable, porque será lo mejor de esta temporada.
© Antonio Ángel Usábel, noviembre
de 2018.
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Arthur Miller, nacido en Harlem de inmigrantes
vieneses, decidió hacerse escritor cuando leyó Los hermanos Karamazov,
de Dostoievsky. Su idea principal para el Teatro es que es posible la Tragedia
hoy día, ensayada con seres del común. Miller se casó con Marilyn Monroe, una
diva abocada a lo trágico. Para el autor neoyorquino, la falsedad, el
fingimiento de valores, el engaño, es lo que conduce a la equivocación y al
error, cuando ya no es posible enderezar lo ocurrido. Mienten las acusadoras de
Salem; finge Willy Loman, el viajante de comercio, infiel a su mujer; traiciona
la moralidad Eddie Carbone, el celoso estibador; comete estafa Joe Keller,
fabricante de piezas defectuosas para el Ejército. Estamos rodeados de miseria
y de engaño, y pagamos sus efectos.
Arthur Miller fue galardonado con el Premio Príncipe de
Asturias de las Letras el 8 de mayo de 2002.