Con motivo del primer centenario
de la muerte del compositor francés CLAUDE
DEBUSSY (1862-1918), se ha estrenado el montaje teatral Debussy: amor y desamor, por un trío
y un actor. El guion corre a cargo del narrador e intérprete Javier González de la Higuera, quien es
acompañado por un trío musical que lo componen Pilar de la Casa (violoncello), Pablo Paniagua (violín) y Ramona
Vergoti (piano).
El objetivo de la obra es hacer
una incursión desenfadada por la ajetreada vida amorosa del músico, por medio
de dar voz a dos de sus mujeres, con ironía y comicidad, pero siempre con
respeto. Es evidente que se parte del ensayo de Fernando Argenta Los clásicos también pecan (2010), ya de
por sí dotado de chispa, y crítico con la faceta íntima del genio galo, como
cuando anota: “Su prestigio como
compositor subía al mismo tiempo que su prestigio como persona bajaba.”
Debussy fue uno de los grandes renovadores del arte sonoro al incorporar todas
las notas de la escala (escala de tonos enteros) y saber crear una atmósfera
etérea, evanescente, entre la realidad y el sueño. Cuando uno escucha a
Debussy, le parece entrar en un mundo de faunos y ninfas, de paraísos bajo el
mar o Atlántidas resucitadas. Esto explica que fuera muy utilizado en
Hollywood, en aquellas películas de contenido dramático en que pasado y
presente se mezclan y la muerte se dulcifica. Es el caso de un gran clásico de
William Dieterle, The Portrait of Jennie
(El retrato de Jennie, 1948), cuya
banda sonora utiliza temas de Debussy. Un pintor (Joseph Cotten) se encuentra
con una muchacha misteriosa (Jennifer Jones), a la que va viendo crecer en
momentos intermitentes de su vida. La joven es un fantasma que se pierde entre
la niebla. El pintor se prenda de ella y realiza un retrato. La historia
original se debe a Robert Nathan. Autores de bandas sonoras como Miklós Rózsa (Spellbound) o Franz Waxman seguramente
han registrado la influencia en su música de Claude Debussy.
Javier González de la Higuera es
un actor de una dúctil versatilidad: su rostro lo mismo causa inquietud y
desasosiego, como motiva a risa. En este caso saca su lado más humano y
caracteriza de manera muy simpática, pero nada simple, a Gaby y Lilí, dos de
las mujeres a quienes el músico frecuentó y que seguramente él amó a ratos.
Gaby y Lilí sufrieron ambas un intento de suicidio cuando el músico perdió el
interés en ellas. Debussy era un “rompecorazones”, muy dado al galanteo
perpetuo. Llegaba a tener relaciones íntimas con señoras de más edad que
contrataban sus servicios para dar clases a sus hijos. Por otra parte, el
compositor siempre pretendió un “amor intelectual” que nunca llegó a
materializarse. Obtuvo cierta estabilidad cuando se unió a Emma Bardac, quien
había sido amante antes de Gabriel Fauré. Claude se divorció de Lilí el 2 de
agosto de 1905, y el 30 de octubre de ese mismo año nacía su única hija, Claude
Emma, apodada “Chouchou”, la gran pasión del músico.
En 1909, Claude Debussy comenzó a
sufrir hemorragias intestinales. Fue intervenido el 7 de diciembre de 1915,
pero el cáncer estaba ya muy extendido. Murió, entre los bombardeos de París
por los alemanes, el 25 de marzo de 1918. Solo un año después, moría también su
hija Chouchou, a los trece años, de difteria.
La selección de las piezas
musicales de Debussy que acompañan a los soliloquios del narrador es ajustada y
precisa: “La terrasse des audiences du clair de lune” (piano), “Beau soir”
(violín y piano), “Reverie” (cello y piano), “Trío en sol mayor”. El espectador
agradece escuchar la armonía de Debussy en directo.
Una representación sencilla, pero
sugestiva, que se disfruta con mucho gusto, y muy de agradecer para la paz del
corazón.
© Antonio Ángel Usábel, junio
de 2018.
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