Hasta el 15 de octubre (y después
de su paso este agosto por Santander), se puede ver en el Teatro Bellas Artes de Madrid Oleanna, el inquietante drama de David Mamet, guionista responsable de una de las mejores películas
de Paul Newman, Veredicto final.
Oleanna viene dirigida por Luis Luque e interpretada magistralmente
por Fernando Guillén Cuervo y Natalia Sánchez. Dos personajes víctimas
de la educación recibida, moralmente tergiversada, cuya actitud frente a los
demás es espejo de ella. Un crudo enfrentamiento alumna-profesor, en el
despacho de este. El docente, aspirante a cátedra y a mejor sueldo, fue educado
en un sistema represivo que constantemente lo minusvaloraba: “eres un mierda,
no sirves para nada, eres un inútil”. Como consecuencia, de adulto tiende a
infravalorar él también a los demás. La chica, producto enlatado del nuevo
feminismo incendiario, que desdeña la masculinidad por agresiva o, cuando
menos, amenazante. Esta mujer, estudiante universitaria, se cree en el deber de
cambiar los roles tradicionales y tomarse la justicia por su mano. Han sido
demasiados siglos de dominación masculina. Pero ahora la realidad va a
modificarse, gracias a ella, a su iniciativa vengadora.
Porque de lo que se trata es de
tomar venganza, provocando el daño, y no intentando convencer a quien no piensa
como uno por medio del razonamiento y el diálogo. La alumna se presenta en su
despacho, descontenta con su nota y alegando que no entiende nada de lo que
dice en clase. Se pone áspera y, por momentos, histérica. El profesor se ofrece
a repasar las lecciones en su despacho. Entonces ella convence a su grupo para
escribir una carta contra el docente, acusándolo de sexista y aprovechado. Al
profesor le niegan su cátedra y le suspenden de empleo. No contenta con eso, la
joven emperatriz le pone una denuncia por intento de abuso sexual. El profesor
estalla y la agrede físicamente. Ella le ha llevado donde quería: a la ruina.
La diferencia de pensamiento
entre estos dos seres evidencia una incomunicación, un problema en el uso y
entendimiento del lenguaje verbal. La interpretación literal de la lengua puede
conducir a la imposición sobre cómo se debe hablar, lo que puede decirse y lo
que no, como si esto último conformara un tabú de palabras y expresiones
inoportunas susceptibles de integrar el corpus de los insultos. Así, la
reacción ofensiva en el receptor ante lo dicho causa, a la vez, una lectura de
incongruencia en el emisor, quien no se explica que su discurso suene a
perverso y malévolo. Lo natural para él es lo antinatural e inaceptable para
ella, porque se mueven con códigos morales diferentes. Y los prejuicios, de
puro intolerantes, actúan en perjuicio y se vuelven destructivos y aniquiladores.
Se olvida la máxima fundamental de Thomas Jefferson: No estoy de acuerdo con lo que dices, pero daría mi vida por defender
tu derecho a decirlo.
La libertad de expresión, siempre
que no se agreda intencionadamente a otro, es un bien sagrado del pensamiento
en las sociedades libres. Por más que en estas haya personas empecinadas en
someter a una doble lectura cualquier enunciado, y que incluso se crean en la
obligación de proscribirlo. Cuando alguien obra sectariamente, crea o se
adhiere a un código particular. Una simbología que levanta empalizadas y que
huye de la paz y de la concordia.
Los sexos han de sentirse como
complementarios, nunca como enemigos. El intenso drama de Mamet, además de
poner el dedo en la llaga de la intolerancia entre hombre y mujer, admite varias
lecturas, y es por eso una obra capital en el teatro contemporáneo.
© Antonio Ángel Usábel, septiembre
de 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario