Ha muerto Adolfo Suárez González (n. Cebreros, Ávila, 25-09-1932), pasados
tres minutos de las tres de la tarde del domingo 23 de marzo de 2014. Tenía 81
años. Un hombre injustamente tratado por la enfermedad (víctima del despiadado
Alzheimer, esposa e hija fallecidas de cáncer), y a menudo también, ignorado o
incluso traicionado por sus correligionarios políticos.
Doctor en Derecho por la
Universidad de Madrid, procurador en Cortes por Ávila, Gobernador Civil de
Segovia, Director General de Radiodifusión y TVE, Suárez se curtió como servidor
social en cargos de responsabilidad dentro del Movimiento Nacional. De hecho,
fue vicesecretario general del Movimiento hasta 1975, momento de la
desaparición de Francisco Franco.
Por su moderación, seriedad, sensatez,
dedicación personal, espíritu de entrega y sacrificio, y carácter íntegro,
llamó la atención del futuro rey Juan Carlos I, quien le encomendó dirigir y
comandar el arduo proceso de transición hacia un sistema bicameral de Monarquía
parlamentaria.
Adolfo Suárez iba a tener aliados
–el rey y su camarilla de reformistas demócratas, como Torcuato Fernández
Miranda, Landelino Lavilla Alsina, Manuel Gutiérrez Mellado, Marcelino Oreja
Aguirre, Fernando Abril Martorell, Rodolfo Martín Villa, Enrique Fuentes
Quintana, Francisco Fernández Ordóñez, Joaquín Garrigues Walker, Pío Cabanillas
Gallas, Íñigo Cavero Lataillade, Agustín Rodríguez Sahagún, Leopoldo Calvo
Sotelo--, pero también se debería enfrentar a durísimos y despiadados
adversarios, crueles enemigos de la transición.
Entre los “dinamiteros” del
proyecto político de Suárez y del rey Juan Carlos:
A) Los grupos paramilitares y
pistoleros de extrema derecha.
B) Gran parte del ejército
español, heredero y defensor del régimen autoritario.
C) Los partidos y asociaciones de
extrema derecha: falangistas y fascistas.
D) Los partidos y asociaciones de
extrema izquierda: comunistas y anarquistas.
E) Las organizaciones terroristas
independentistas o de extrema izquierda; fundamentalmente, ETA y Grapo.
F) Las razones sociales: alto
índice de paro y de inflación.
Suárez, nombrado Presidente del
Gobierno en julio de 1976, a instancias de Torcuato Fernández Miranda,
Presidente de las Cortes, consigue sacar adelante en las urnas su Ley para la
Reforma Política. Fue el 15 de diciembre de 1976. Con una participación del
77,47% del censo electoral, votan a favor del cambio un 94,2% de españoles,
frente a un 2,6% en contra, un 3% en blanco, y un 0,2% de votos nulos.
Quedaba claro que España
quería una transición hacia un sistema democrático.
Pero el camino no estaría
sembrado de rosas, precisamente, sino de alambres de espino y muertos.
Ya el 4 de agosto de 1976, Suárez
amnistía a todos los presos políticos del franquismo. Fue la primera medida
para una reconciliación nacional.
La noche del 24 de enero de 1977,
al menos cuatro pistoleros ultraderechistas irrumpían en un despacho de
abogados laboralistas en el número 55 de la calle Atocha de Madrid, y asesinaban
a sangre fría a cinco letrados vinculados a CC.OO. y PCE.
El 9 de abril de 1977, un Sábado
Santo, desoyendo muchas voces críticas, Adolfo Suárez legaliza el Partido
Comunista de España.
El 15 de junio de 1977, los
españoles son convocados a elegir libremente la agrupación política que deseen
que forme gobierno. La Unión de Centro Democrático (UCD), el partido de Suárez,
consigue 165 escaños; el PSOE (liderado por Felipe González Márquez), 118; el
PCE (de Santiago Carrillo), 20; Alianza Popular (de Manuel Fraga Iribarne), 16;
el PSP de Tierno Galván, 6; Pacte Democratic per Catalunya, 11 escaños; Partido
Nacionalista Vasco, 8 escaños; Unió de Centre-Democrácia Cristiana de
Catalunya, 2 escaños; Esquerra Republicana de Catalunya, 1 escaño, y Euskadiko
Ezquerra, 1 escaño.
En el primer gobierno de Adolfo
Suárez, los militares son apartados de la cartera ministerial, y quedan bajo la
sola autoridad del general Gutiérrez Mellado, vicepresidente primero para
Defensa.
Por su parte, ETA y Grapo no
paran quietos y siguen cometiendo sus fechorías, en pro de la desaparición del
estado español. Un sinnúmero de atentados con muertos –la mayoría, militares—se
suceden despiadadamente en los años de los gobiernos de UCD: 64 atentados de
ETA durante 1978, 84 en 1979, 93 en 1980. El país se baña en la sangre vertida
por los terroristas vascos. En 1980, hasta el mes de noviembre, fueron abatidos
por el terrorismo etarra 57 civiles, 11 miembros de las fuerzas armadas, 7
policías nacionales, 27 guardias civiles, 2 inspectores de la Policía Nacional,
2 policías municipales y 1 vigilante privado.
Los periódicos vaticinan la
dimisión del gobierno por el solo efecto de la ofensiva terrorista.
Gutiérrez Mellado, en nombre del
rey y del presidente del gobierno, tiene que intervenir para contener a los
militares, azuzados por los partidos de ultraderecha para un alzamiento contra
la democracia. Así, acalló al general Atarés en Cartagena, y al capitán de
navío Menéndez Vives en el Hospital Gómez Ulla de Madrid, tras el vil asesinato
por el Grapo de dos policías y un guardia civil. Gutiérrez Mellado exigió a sus
compañeros de armas obediencia y lealtad al orden legalmente constituido.
Frente a su firmeza, los gritos de quienes hablaban de honor y gloria.
Es evidente que la violencia
fascista de los grupos terroristas, unida a la debilidad de las últimas
legislaturas de centro, propiciada por intrigantes y ambiciosos sin escrúpulos
que anidaban en UCD, ante la indiferencia y parsimonia –o incluso aliento-- de
los partidos democráticos de izquierdas, socavaron el proyecto Suárez y
allanaron el camino a los golpistas del 23 de febrero de 1981. Se dice que
Adolfo Suárez dimitió el 29 de enero de 1981 al oír ya “ruido de sables”. No es
verdad. Tuvo que irse al sufrir al enemigo en casa: la falta de apoyo en el
seno de UCD.
El propio Landelino Lavilla,
lacerado por cierta ingratitud, en una entrevista concedida a Pedro J. Ramírez
en Diario 16 (12 de enero de 1981),
vino a decir que Suárez ejercía el poder con mano blanda, circunstancial, y que
parecía capitanear una nave sin rumbo fijo: “Conste
que no imputo al presidente Suárez un ejercicio arbitrario o abusivo de sus
poderes. Si algo le hubiera de imputar, sería el escaso ejercicio de los
mismos. Porque si discutibles son, en todo caso, las ventajas de una excesiva
concentración formal del poder, son indiscutibles los inconvenientes de un
poder concentrado y no ejercido por su titular. Esto produce un vacío que se
llena de un modo confuso, desordenado y asistemático”. Es decir, don
Landelino estaba hablando de Adolfo Suárez como de un gobernante feble. Un
débil. En igual sentido se pronuncia entonces Alfredo Molinas, presidente de la
Patronal catalana: “Es necesario un
Gobierno que gobierne y que gobierne con autoridad […] Este Gobierno no se comporta como nosotros creemos que debería
comportarse un Gobierno empeñado en sacar al país de la crisis por la que
atraviesa”.
Sin embargo, lo que quizá estaban
requiriendo los descontentos de la UCD, y que no eran propiamente de los intrigantes
baratos, era un poder dictatorial provisional. Pero Suárez dejó aclarado, en
mayo de 1980, que él “ni era Maura, ni
Dato, ni Canalejas”.
Pío Cabanillas, Rosa Posada y
Leopoldo Calvo Sotelo se mantuvieron fieles a Suárez. No así otros colaboradores
y compañeros, como Óscar Alzaga y Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón. Alfonso
Guerra, por su parte, número dos del PSOE, tildó a Suárez de “tahúr”. Como si
únicamente vieran en el presidente la cabeza de turco que había que guillotinar
para que todos los problemas se acabaran. A finales de enero de 1981, en plena
crisis del último gobierno Suárez, el rey se va de caza a Sierra Morena; en
unas pocas horas de un viernes, se abaten 205 ciervos, 25 jabalíes, 11 gamos y
16 zorros. Sin embargo, ante la inconsistencia de la posición del gobierno, Don
Juan Carlos pone precipitado fin a su descanso y regresa a Madrid en
helicóptero. Paralelamente, el diario El
Alcázar, para echar más leña al fuego del extremismo, habla de la
posibilidad de un indulto o cuando menos reducción de condena a etarras.
En 1982, en agradecimiento a los
servicios prestados al país, Suárez es nombrado por el rey Duque de Suárez.
Crea un nuevo partido político de centro-izquierda, de signo liberal, el Centro
Democrático y Social (CDS), al que se lleva a leales colaboradores suyos, como
Rodríguez Sahagún. Tiene mediana suerte con esta formación entre 1982 y 1989, y
en 1991 decide retirarse de la política activa ante los malos resultados
electorales.
Suárez preside entonces el Consejo
Español de Apoyo a los Refugiados (CEAR), es miembro del gabinete rector de la
Universidad Católica de Ávila, y desde 2001, presidente de la Fundación de
Víctimas del Terrorismo.
En 1996, se le concede el Premio
Príncipe de Asturias a la Concordia. En 2002, obtiene el Premio a los Valores
Humanos del grupo Correo Prensa Española.
Además, Adolfo Suárez estaba en
posesión de la Gran Cruz del Mérito Civil, la Gran Cruz de Alfonso X el Sabio,
la Gran Cruz al Mérito Naval, la Gran Cruz al Mérito Militar, la Gran Cruz de
Cisneros, la Gran Cruz de Isabel la
Católica, la Gran Cruz del Yugo y las Flechas y la Gran Cruz de Carlos
III. Contaba, así mismo, con valiosas
condecoraciones extranjeras, entre ellas la banda del Águila Azteca (enero de
1996) y la Gran Cruz de la Orden de la Libertad de Portugal (febrero de 1996).
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Suárez ha sido un político
honrado, cabal, servicial, alejado de todo nepotismo, de toda ansia de poder y
de enriquecimiento. Un hombre tolerante y respetuoso que sabía escuchar y que
lograba convencer. Un ser conciliador, ecléctico, moderado, liberal, centrista,
alejado de cualquier radicalismo. Un espíritu abierto a las ideas sensatas y al
diálogo.
Solo con la colaboración de todos
se puede construir un futuro mejor.
Suárez ha sido nuestro Winston
Churchill.
Suárez mantuvo a España alejada
de chantajes nacionalistas, de escándalos de corrupción generalizada y de una
visión de la política como medio de medro personal. Y lo hizo en una época extremadamente
crítica y dura, tremendamente insolidaria y turbulenta.
Suárez se merece nuestra sincera,
emotiva y eterna gratitud, y nuestro cariñoso recuerdo como político íntegro
que demostró servir lo mejor que pudo y supo a un país, España, al cual se entregó.
† DESCANSE EN PAZ ADOLFO SUÁREZ GONZÁLEZ (1932-2014).
© Antonio Ángel Usábel,
marzo de 2014.
[Con información
procedente de Enciclopedia Universal
Micronet 2004]
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El general Manuel Gutiérrez Mellado se dirigió a la prensa en estos oportunos
términos, en 1976, cuando fue nombrado vicepresidente primero del Gobierno:
"Lo que he tratado de
hacer y decir es lo que creo coincide con los deseos de la mayoría de los
españoles:
- Que no vuelva jamás la lucha
armada a nuestro suelo, sobre todo si es entre españoles.
- Que impere la moderación y
el diálogo y no los extremismos radicalizados de cualquier signo.
- Que no queramos romper con
el pasado, para aprovechar y continuar lo que fue beneficioso, justo y bueno.
- Que miremos, además, hacia
el futuro con esperanza, ganas de hacer y alegría.
- Que aceptemos que ninguno
tenemos toda la razón, sino sólo parte.
- Que no queremos, ni
admitimos, ni vamos a aceptar la violencia para resolver ningún problema.
- Que nuestra sociedad tiene
que ser más justa, sobre todo en lo social, si es preciso cediendo en favor de
los más débiles.
- Que la participación de
todos sea equilibrada, pero cada vez mejor en los aspectos político, económico
y social.
- Que logremos, en el
concierto de las naciones, el puesto que merece España.
- Que todas nuestras regiones,
satisfechas en sus anhelos tradicionales, se sientan orgullosas de ser España.
- Que nuestras Fuerzas Armadas
unidas, fuertes y conscientes de su elevada misión, sean médula y carne de la
Nación.
- Que el difícil paso de un
régimen personal a otro de participación sea hecho sin violencias y aceptado
como tarea a realizar por todos los españoles.
- Que ayudemos con nuestra
adhesión, nuestra lealtad y nuestro entusiasmo a nuestros Reyes, que tan
maravilloso ejemplo en todos los órdenes nos están dando.