Arturo Fernández (Gijón, 1929) es el último de los galanes del
teatro que nos queda vivo. Ya se fueron Francisco Rabal, Alberto Closas, Carlos
Larrañaga y Juan Luis Galiardo. Fernández es, junto con Cary Grant, Gregory
Peck y Sidney Poitier, el galán al que mejor le sientan los trajes. No puede
salir sin uno a escena. Y hace muy bien, para encarnar a ese sinvergüenza de
alta comedia que ha dado en obras como Los
hombres no mienten.
En estos escasos y afortunados días
(solo del 6 de febrero al 2 de marzo de 2014), el director Albert Boadella lo convoca en Teatros del Canal (C/ Cea Bermúdez 1,
Madrid) para un curioso y divertido ejercicio de metateatro: Ensayando Don Juan. Una pieza original
del mismo Boadella, que plantea la pretendida, y harto pretenciosa,
deconstrucción del texto poético de Zorrilla por parte de una realizadora
feminista. La tal señora, Angie (Mona Martínez) para más señas, que sale a
escena con un estrafalario atuendo, muy parecido al de Pippi Calzaslargas, quiere
montar un nuevo Tenorio contemporáneo que ponga al veterano y legendario
conquistador a la altura de un zafio macarra violador de mujeres. Doña Inés (una
delicada y dulce Sara Moraleda) será, ya de paso, virgen y puta. Y, para
terminar de arreglarlo todo, el papel de Don Luis Mejía –rival de Don Juan en
el drama-- irá a parar a Miguel (Jesús
Teyssiere), un joven actor con más pluma que un ganso.
Pero, ¿qué pinta un maduro cómico
como Fernando (Arturo Fernández) en este siniestro montaje? Pues ni más ni
menos que dar vida al Comendador de Calatrava, Don Gonzalo de Ulloa; animarle
como siempre, con esa hombría varonil del padre posesivo que encierra a su hija
en un convento para mejor preservar su honra. Pero es que Fernando y Manolo el
tramoyista (Janfri Topera) son los dos únicos que se saben de verdad todos los
roles del texto original, y cuando pueden meten baza y reconducen la
representación hacia los cánones del repertorio clásico. Fernando es, además,
un caballero, un hombre educado, que viste bien y se expresa con galanura y
corrección. Vive en el teatro, y encarna realmente su conciencia. Fernando
representa todos esos grandes, grandes actores que se esmeraron por cuidar a
los clásicos, por hacer vivir el verso con su genuina intensidad lírica. El
guardián de un mundo escénico en extinción, que no se resigna ni se calla ante
un vil ataque chafardero. Porque Zorrilla solo puede ser Zorrilla, y su Don
Juan únicamente el Tenorio de toda la vida.
Fernando es incapaz de llamar Angie, sino Angélica, a su jefa, la
directora. Esta, por su parte, está empeñada en que sus actores hagan lo que
ella les indica, o sea, “lo que le sale de sus ovarios”. Ordena a Cristian / Don
Juan (David Boceta) que hasta maltrate a Blanca / Inés para así alimentar el
odio femenino hacia tan desconsiderado monstruo. La escena del diván –versos fuera--
se transforma en una gráfica violación. Pero, poco a poco, el recuerdo de los
parlamentos a cargo de Fernando va suavizando, domeñando y estilizando a los
actores, que se dan cuenta de que la obra lleva consigo su tradicional lectura.
Además, Fernando, con su
compostura de señor, se gana el corazoncito tierno de la bella Inés, la joven
Blanca, cansada del trato desprendido y zafio de su cabestro.
La comedia de Boadella es un
canto a las formas clásicas de escenificar nuestro teatro histórico. Es también
una loa al concepto de obra clásica en sí misma, en el plano dictado por Ítalo
Calvino: “un texto que nunca termina de
decir lo que tiene que decir”. Es una sátira piadosa del feminismo extremo,
derrotado ahora por un lirismo que estremece el corazón.
Ensayando
Don Juan es
una nueva oportunidad de disfrutar de ese gran actor que es nuestro Arturo
Fernández, quien dentro de unos pocos días cumplirá sus muy bien llevados
ochenta y cinco años. Un hombre luchador y humilde que tras la bajada de telón
sale de la mano de sus compañeros y no osa adelantarse ni un ápice. Recibe los
aplausos dirigidos a todos. Ahí se ve el señorío, la caballerosidad de quien no
se piensa un divo, y es uno más de un equipo de siete intérpretes meritorios.
© Antonio Ángel Usábel,
febrero de 2014.
He visto la obra esta noche en Santander y me ha gustado. Resultan divertidos los opuestos y cómo intentan reconducir la escena, como tú dices, el tramoyista y Don Fernando, al saberse cada coma, cada 'oh' :)
ResponderEliminarAdemás, me encantan las obras que hablan del propio teatro como esta. Genial.
Saludos.