Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores acaba de publicar la traducción al español de un libro maldito, prohibido: El libro negro, de Vasili Grossman e Ilyá Ehrenburg, recopilación de fuentes de primera mano sobre los crímenes del Tercer Reich alemán. La idea de dejar testimonio escrito de aquellas atrocidades (solo igualadas por otros regímenes autoritarios y fascistas, como la Rusia estalinista de Beria, los Jemeres Rojos en Camboya, y similares) partió del científico Albert Einstein, de origen judío, quien la lanzó al ruedo en 1942. La propuesta se transformó, como la materia, en iniciativa, y los periodistas hebreos Grossman y Ehrenburg comenzaron, con empeño, a darle forma. Para 1946, habían conseguido reunir y elaborar veintisiete tomos de cartas, diarios y anotaciones escritos por testigos de la barbarie, que el Ministerio para la Seguridad del Estado Soviético se apresuró a custodiar. Y tan perfectamente lo hizo y selló, que hasta 1980 esos documentos no pudieron ver la luz. Fue en Israel, a través de una versión expurgada. Stalin había prohibido su edición en 1947, nadie sabe muy bien por qué, aunque pudo ser para no dar alas al naciente nuevo estado judío.(Recordemos que ex prisioneras judías de Auschwitz-Birkenau han declarado, hace pocos años, a la BBC que también fueron violadas y vejadas por algunos de sus "libertadores" rusos, acaso los mismos que luego se aprovecharían de orgullosas hembras arias en el frente de Berlín.)
Los recopiladores intentaron dar voz a quienes ya no podían tenerla. Parte de sus testimonios fueron filtrados al tribunal internacional de Nuremberg, que juzgaba los crímenes nacionalsocialistas. En especial, los que afectaban a las localidades de Treblinka y Majdanek.
Algunos de esos relatos superan cien mil veces en crudeza y crueldad al más sórdido de los episodios góticos, a la más perversa de las páginas de Sade o del pederasta Apollinaire. Me he quedado impresionado por cuanto atañe al sacrificio de NIÑOS, pequeños inocentes llevados como corderos al matadero, que eran directa y personalmente aniquilados, uno tras otro, por las manos férreas de verdugos sin corazón. Pienso en mi hijo, y le abrazo y doy gracias al Cielo por no haberle hecho nacer durante aquel horror. Porque la infamia cometida contra un niño es el peor de los crímenes, el más sacrílego y brutal. "Ahora me pegas porque soy pequeño y no puedo defenderme, pues no estoy a tu altura", diría cualquier niño ante una situación de maltrato. El Antiguo Testamento insta a proteger de manera especial al inmigrante, al huérfano y a la viuda (v. Dt 10, 18; Is 1, 17; Jr 7, 6). El Evangelio va más lejos, y advierte severamente: "Al que cometa pecado con uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le ataran una piedra de molino al cuello y lo arrojaran al fondo del mar. [...] Cuidado con despreciar a uno de estos pequeños, porque os digo que sus ángeles en el cielo contemplan sin cesar el rostro de mi Padre celestial" (Mt 18, 6; 10). Y Jesús añade: "El que acoge a un niño como este en mi nombre, a mí me acoge; y el que me acoge a mí, no es a mí a quien recibe, sino al que me ha enviado" (Mc 9, 37).
Aquellos niños de los campos y de los guetos, privados de familia, a quienes nadie ya podía abrazar y proteger, eran expuestos al juego sucio y sangriento de un enorme Cíclope, un Ogro estatal totalitario sin entrañas. Puestos en fila, caminaban solos por un sendero hacia la explanada de su inmolación. Cuando no, cogidos por sorpresa por los pies o los bracitos, eran arrojados por encima del hombro a un volquete, hacinados y descalabrados del golpe. Medio inconscientes, perecían abrasados en las altas llamas de la gasolina nazi. Sus ojos estallaban como burbujas de aire comprimido. El relato de sus desventurado final en Treblinka, me ha inspirado estos duros y rotundos versos, que ahora comparto con vosotros:
Contra el Reino de los Cielos.
“Treblinka. Febrero de 1943.
Os voy a contar lo que hacía
el Hijo Puta de Nazi.
El Hijo Puta de Nazi
llevaba un martillo al cinto,
se arremangaba,
lo escupía
y con él daba
a los niños en la cara.
El matarife les hundía el tabique nasal.
Eso hacía el que tal vez
luego dormía tranquilo,
como si cumpliera
un acto caritativo:
librar al niño judío de un mal mayor.
Treblinka, Auschwitz, Sobibor…
La apoteosis del Tren del Terror.
¿Qué os parece
lo que obraba
este cabrón?”
[© Antonio Ángel Usábel,
17 de enero de 2012]