“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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viernes, 16 de septiembre de 2011

"Señor, ayúdanos a ser buenas personas".


Esta humilde petición es la consigna social del P. Alberto Pico, que lleva casi cuarenta años al frente de la parroquia del Barrio Pesquero de Santander.

El P. Alberto es un cura excepcional. Profundamente humano y entregado a la causa de sus feligreses pescadores, nació en La Habana, de padre español y madre mexicana. No conoció a su familia, y con seis meses fue recogido por un sacerdote ("Curanono") y una señora montañesa, que le dieron cariño y una educación. Se hizo profesor de instituto, y después abrazó el oficio redentor de salvador de almas. Fue, durante varios años, capellán en el buque de la Armada Alonso de Ojeda. Adora la música sinfónica (Vivaldi), pero su canción favorita es “Háblame del mar, marinero”, de Manuel Álvarez Beigbeder y Purificación Camas, que con solera entonaron tanto Marisol como El Consorcio. Hoy Alberto tiene ochenta años, y un centro público de E. Secundaria que luce orgullosamente su nombre. Es una institución en Santander y una bendición del cielo para sus gentes. Lo conocen y respetan hasta los palestinos cristianos de Belén. Reparte toda su buena pensión entre los más necesitados, de tal modo que se puede decir que vive un poquito “de prestado” y de lo que los demás quieran obsequiarle. Una vez al año, venía a Madrid, para confesarse con el P. Díez Alegría, hasta que éste murió.

Pico se levanta todo el año a las cinco y media de la mañana y a las seis se va a dar de comer a todos los gatos de la comarca (hasta los del cementerio de Ciriego). Conduce un coche pequeño y negro, que le regalaron de segunda mano. Pero, sobre todo, se vuelca en la ayuda al prójimo, verdadero deber de su oficio.

Sus misas de ocho de los sábados son reconfortantes, porque habla de los problemas cotidianos de su barrio: los padres con una hija enferma de leucemia, los hombres y mujeres de la mar que han ido quedando por el camino, las viudas y viudos, los accidentados, las jóvenes parejas que se casan ilusionadas, los niños que corretean alegres en los bautizos… La parroquia funciona con sencillez como una comunidad de base. El techo y los muros de la iglesia se arreglaron hace un par de años con una subvención del Banco de Santander, que generosamente aprobó el Sr. Botín.

El P. Alberto vuelve viva la misa. La celebración se reduce al reconocimiento y petición de perdón por los errores cometidos, la lectura del Evangelio del día, una breve charla relacionada con algún asunto cotidiano que atañe a los fieles, el rezo del Padrenuestro, la absolución plenaria sin confesión previa (para que todo el mundo pueda comulgar), la consagración y la comunión (impartida por dos laicos voluntarios). Con este esquema hace vivir el sentido de la fe en Dios y en su Hijo Jesucristo. No hace falta más (ni menos) para llegar a lo hondo de los corazones. Con él la Eucaristía no es un ritual monótono y deshumanizado, esa especie de petardeo mecánico que se oye en la mayoría de las iglesias. Es una ceremonia entre amigos que envuelve un sentimiento de caridad, amor y comprensión. Un acto de Misericordia de Dios encarnado y sufriente por y con nosotros. Un recibimiento a todo el mundo que se sienta llamado a participar en él. “Señor, creemos que Tú estás aquí, en este pan y en este vino”. “Señor, ayúdanos a ser buenas personas”. “No pidáis por los muertos, que no lo necesitan. Son ellos quienes pueden pedir por nosotros, puesto que ya están con Jesús”. El P. Alberto confía a ciegas en la Misericordia infinita de Dios con los hombres: “--Yo, Alberto, uno igual que vosotros, en nombre de la comunidad cristiana, perdono vuestros pecados”. Dios quiso tanto al mundo, que envió a él a su Hijo Jesucristo, para que fuera fuente de Salvación de toda la Humanidad. Dios nos enseña a no juzgar, a ser generosos y tener un corazón grande. “Venid conmigo, y os haré pescadores de hombres”. Haz el bien, ama a tu hermano como a ti mismo, perdona sus faltas, no guardes rencores.

Y sin embargo, pese a tal derroche de amor, llena su parroquia con personas mayores y son escasos los jóvenes que participan. Una lástima, y una preocupante señal de que algo importante y básico está fallando en el mundo en esta última generación.

Una simpática anécdota de otros tiempos: mi primo Pachi, hoy afamado navegante de vela, siendo niño, entró una vez en la sacristía y preguntó: “—Oye, Alberto, ¿cómo se peca? Enséñame a pecar, que no sé.” “–Eso tendrás que aprenderlo tú con los años”—le respondió Pico--. Y en el reencuentro entre los dos: “--¡Qué! ¿Has aprendido ya?”.
 



Si quieres ver una entrevista hecha al P. Alberto por niños del C.P. Cardenal Cisneros, aquí la tienes. Dura solo siete minutos:


[Aunque si el Pesquero tiene algún santo, ése fue el P. Miguel Bravo de la Peña, según dicen las gentes del lugar, porque yo no lo llegué a conocer. Fue párroco del barrio entre 1961 y 1967. Eran tiempos muy, muy duros, en los que el lugar estaba severamente castigado por la marginación, la miseria, el hambre, la droga, y ratas como conejos. El P. Miguel se desvivió por el barrio. Lo daba todo, literalmente hablando. Había días en que iba desnudo bajo la sotana o el alba, porque había entregado su ropa a un necesitado. Cuando falleció, su cuerpo fue velado durante más de treinta horas por veinte o veinticinco personas a la vez. No querían despedirse ni desprenderse de él, dejarlo marchar. Si deseas saber del P. Bravo, pulsa en este enlace de La Salle: http://www.lasalle.es/miguelbravo/miguel_bravo.htm ]

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