“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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sábado, 1 de marzo de 2025

El dilema ucraniano (y europeo).

Las relaciones entre Rusia y Ucrania nunca han sido cordiales. Tras la revolución comunista de 1917, y la consolidación de la llamada "dictadura del proletariado" (no otra realidad distinta que un régimen unipersonal, donde un tirano legisla y decide "en bien del pueblo"), Moscú quiso tener bajo su bota a los ucranianos, incluso matándolos de hambre, como sucedió durante el Holodomor. También intentó la Unión Soviética de Stalin anexionarse Polonia, al considerarla un semiestado y aprovechando la agresión nazi hacia ella, como territorio católico y débil.

En nuestros tiempos recientes, Vladimir Putin arrebató por la fuerza a Ucrania la estratégica península de Crimea, y, desde hace tres años, mantiene una guerra que, si no ha terminado mucho antes, ha sido por una sustancial ayuda norteamericana a su ejército y por los cuidados paliativos de los países de la Unión Europea. 


Seamos realistas y no queramos hacer lo imposible: desde el principio Ucrania llevaba las de perder. Rusia, a pesar de las represalias económicas en su contra, sigue contando con ingresos importantes, merced a su petróleo y su gas (que compran países como España). Puede continuar atacando suelo ucraniano cuanto quiera. Solo si continuara la ayuda de Estados Unidos esa contienda podría alargarse por varios años más, tal vez, aunque con la certeza de que Rusia nunca caería derrotada. El apoyo otorgado por Europa es, a todas luces, insuficiente para permitir que Volodímir Zelenski defienda su nación y su gobierno. 

Así pues, ahora la administración Trump ve y entiende que apoyar la continuación de la resistencia ucraniana no tiene mucho sentido, porque, en el otro bando, están Putin y sus correligionarios: Corea del Norte y China. Para pasar a otro nivel, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN habrían de involucrarse más: tendrían que meterse del todo en el conflicto. Y ya estaríamos hablando de una nueva Guerra Mundial. La Tercera.

La solución que ofrece Donald Trump es detener ya esta guerra, haciendo para ello las dolorosas concesiones a Rusia, y también cobrándose Norteamérica toda la asistencia prestada a Ucrania en estos tres años. ¿Cómo? Por medio de la cesión de la explotación de minerales.


Es un lo tomas o lo dejas. ¿Admites que te han invadido y subyugado? ¿O prefieres mantener tu resistencia numantina porque la crees justa y razonable?


Zelenski no lo tiene nada fácil para decidir. Ahora mismo firmaría una paz ominosa y no honorable. Putin resultaría el gran vencedor. Y este triunfo, aparte de alimentar su Ego y su popularidad dentro de Rusia, incluso podría animarlo a repetir la guerra en otra parte, contra otro país. Recordemos que tal euforia la sintió Hitler cuando se anexionó los sudetes, Austria y Checoslovaquia. Puedes ocupar cuanto quieras, que los demás no van a hacerte nada. Protestarán, pero no pasarán de ahí. Sin embargo, la gota que colmó el vaso entonces fue la agresión a Polonia, el uno de septiembre de 1939. Esa audacia decretó el inicio de una cruenta guerra en Europa y, también, en el mundo.


¿Y si Vladimir Putin decidiera, en un par de años, intentar recuperar Alaska (que fue vendida a los norteamericanos en marzo de 1867, por algo más de siete millones de dólares, y es el estado más extenso de todo Estados Unidos)? ¿Se cruzaría de brazos, entonces, Donald Trump, y apostaría por una cesión de Alaska a los rusos? ¿O, por el contrario, convocaría a los países miembros de la OTAN y les obligaría a asistir a Washington en su respuesta militar a la desfachatez del Kremlin? 


Una vieja fábula de Esopo cuenta que un lobo miraba por la ventana de la cabaña del pastor cómo saboreaban él y su familia un delicioso cordero, mientras él no podía pretender darse el mismo festín sin ser perseguido por el propietario del rebaño. El pastor mataba y comía lo que era suyo, y fustigaba al que le viniera a robar. Otro cuentecillo relata cómo las ovejas, que ceden amablemente su lana a su dueño, aconsejan despreocupadamente a un ternero que se deje conducir al matadero. Total, no van a ser ellas las sacrificadas; lo va a ser otro.


Esto nos dice que es muy fácil aconsejar que se ceda, cuando no nos va la vida en ello. 


Rusia no es una democracia. Nunca la ha tenido. Del despotismo zarista pasó al estalinismo, y luego a la mala transición que gestaron Gorbachov y Yeltsin. El resultado es el gobierno autárquico de un líder que no permite sobre él la más mínima sombra. Que identifica Rusia con sí mismo, como Luis XIV con Francia ("El Estado soy yo"). Este es el perfil de mandatario con quien se las debe ver Europa. Un caudillo de igual catadura a los que pueblan el horizonte comunista. Estados Unidos prefiere llevarse bien con ese líder, que posee un importante botón termonuclear con misiles hipersónicos de última generación. Norteamérica (que hoy no anda muy sobrada) decide dejar su papel de sheriff contra los malos. De todas formas, ya hay una guerra abierta: la guerra comercial por la colocación de productos en los mercados. De momento, vence China. Y es muy difícil que la deje de ganar. Sus bajos precios son altamente ruidosos y competitivos, porque hay mucho chino que produce por un cuenco de arroz, y tan contento con su misión. 


Europa, entre dos aguas, como la canción de Paco de Lucía. Bajas sus defensas. Y, a sus puertas, el enemigo.


© Antonio Ángel Usábel, marzo de 2025.

lunes, 30 de diciembre de 2024

Ausencia.

Podría haberse titulado así el poemario Vida, de María José Alcaide Santiago (Barcelona,  1963).

Todo el mundo tiene algo que decir sobre su vida, así que todo el mundo puede ser poeta.

Lo importante -para ser bueno- es crear un estilo personal, una impronta única que subyugue al lector y al crítico, y que perviva después de cerrar el libro. Los poemas sublimes hasta son memorizados, y llegan a pasar al acervo común. 


No obstante, aunque no se estime como destacado un libro de poesía, siempre hay que agradecerlo y valorarlo, pues muestra los sentimientos de una persona, así como su necesidad o decisión de comunicarlos. Un libro es un acto de comunicación con los lectores, quienes luego valorarán tanto lo que el texto les dice, como su forma de decirlo.


Vida es un libro de 2022, bien editado, en papel recio y blanco, que incluye imágenes escogidas por su autora, y que se debe al sello Onada Edicions, de Benicarló. Contiene 58 poemas. Trasluce que la autora ha puesto su alma en esta propuesta, su vivo interés en que llegue hasta su público un volumen cuidado, fruto de la sinceridad y de la experiencia que quiere compartir.


En muchos de ellos es la pérdida del amor, la ausencia del amado, lo que prevalece, por lo que la poesía de María José Alcaide se aproxima a las jarchas y a las cantigas de amigo de nuestra literatura medieval; máxime, cuando la poeta abre un diálogo con el espacio natural, con el mar, por ejemplo: "Se deslizaban / mis lágrimas por mi cara. / Las olas recogían mis gotas / llevándolas hasta la orilla de la playa / haciéndolas estallar entre las rocas" ("Sirena"); "¡Oh, luna, / qué desespero, que por él muero!" ("Mi amiga"). En "Amor mío", la poeta se interroga por el paradero de su amigo, de su "habib" (diría una muchacha mozárabe), y con igual inquietud ante un posible abandono: "¿Dónde estás, amor mío? / No sabes cuánto te necesito / y no te tengo / ni te imaginas cuánto te quiero". Este poema finaliza con una hermosa metáfora: "Con el nuevo día / hablo con el sol / y le pregunto: / ¿Cómo está mi amor? / Él me contesta: / Recostado está en el prado / de tu verde mirada, / loco y hambriento / por poderte amar".


El desamor es el referente de varias poesías. Y, como sucedía a menudo en las Rimas de Bécquer, el culpable es el otro, que no valora lo que tiene: "Me pregunto: ¿Por qué yo? / ¿Por qué tengo que ser yo a quien apartas?" ("Perdida"); "Tú, que podías haber sido el dueño de todo (...) / Mañana saldrá el sol para mí / y tú te quedarás en tu eterno día gris" ("Día gris"). La abandonada se autodefine como "No soy la mejor, / pero sí tengo un enorme corazón..." ("Dueña"). La amargura y el reproche afloran en "El adiós ": "Otro día gris y melancólico / en mi oscura vida (...) De repente la tormenta estalló (...) / ¡Allá él, / pues sordo no es!". Ese Ego propio de la adolescencia es el que tamiza aquellas composiciones de erotismo convencional: los dedos recorriendo la piel, los besos apasionados, humedad de las sábanas, susurros, suspiros, jadeos... el clímax sostenido. 


El amor duradero es la principal meta, la salvación o consuelo para el alma en este mundo. Su ausencia causa fatiga y desesperación, desaliento que no redime todo lo demás: "¡Sí, estoy cansada! / Cansada de no encontrarte. / Camino y camino / en medio de la nada..." ("Me duele").


Mucho amor por recibir, otro tanto que dar. Ese es el núcleo de este libro. Pero no el único. También hay algunos poemas reivindicativos, de denuncia de las injusticias, como "Mamá África" y "Un mundo imperfecto", que se inicia con la paradoja "¡Dios! (...) / Nos diste el paraíso y por nuestra imperfección / vivimos en el infierno". Ante el sufrimiento de los otros, la autora desearía convertirse en remisión y alivio: "Tengo tanto para dar (...) Un corazón tan grande / que en él cabe toda la gente" ("Daré").


Los mejores poemas son, a nuestro juicio, los de corte existencial: el oxímoron "Recordar el olvido", los desgarradores "Carta a María" y "Vida", o "Guerrera" (en su lucha contra el Tiempo).


Una mujer que sigue esperando a su príncipe azul, el color de los sueños, y que las manzanas, culpables del pecado, desdeñan como tentación infructuosa. 


© Antonio Ángel Usábel, diciembre de 2024.

sábado, 14 de septiembre de 2024

"Futuro incierto", pesadilla orwelliana.

Vamos a hablar de Ordeland, el tétrico y áspero escenario donde se desarrolla Futuro incierto, la primera novela de Ángel Redruello Alcalde. Un libro, de momento, realmente difícil de poder encontrar, ya que la iniciativa de publicarlo ha partido del propio autor, y el ejemplar carece de datos editoriales. 

Futuro incierto es una distopía que, en su ambientación, sigue 1984, de George Orwell: una sociedad sometida por un partido único, que controla a sus ciudadanos desde grandes edificios aislados, estructuras gigantes que rememoran las de las dictaduras europeas de la década de 1930. El protagonista se llama Robert Krebs, y es un funcionario del represor Ministerio de Seguridad. Es un hombre soltero y solitario, que trabaja con ordenadores que filtran información sobre personas. Su vida se limita a ir de casa al Ministerio, y del Ministerio a casa. Las conversaciones que mantiene con sus congéneres resultan inexistentes o anodinas. Se vive para el instrumento de control, una gran computadora llamada “Madre” (un elocuente guiño al Alien original de 1979). Nadie puede confiar en nadie, so pena de ser delatado como “conspirador” y ser eliminado. Cada trabajador parece ser un simple engranaje de un sistema inmenso donde todo encaja a la perfección.

Un día, Robert conoce a una bella mujer, Magda, cuyo marido, Axel Roth, ha sido acusado de traición por el Partido. Le pide ayuda, y este decide que intervenga un amigo suyo abogado. El juicio que se celebra es una gran pantomima, y los protagonistas deben buscar alternativas para salvarle el cuello al infortunado Axel. A partir de ese momento, la acción despega como un Concorde; se vuelve trepidante, con unos giros y localizaciones que rememoran el cine negro de la década de 1940, como La dama de Shanghái (1947). Hay buen pulso narrativo y la historia está bien contada. Se ve que su autor es un enamorado de Hemingway, a quien dedica un rendido homenaje en ciertos momentos del relato.

Por la trama (situada en el año 2050) se deslizan referencias a acontecimientos recientes de alcance mundial, lo que actualiza y aproxima la historia al momento de los lectores. El uso programable de las cadenas de ADN estaría entre ellos. El clima de amenaza parpadea en secuencias milimétricas de animación sugerente, como cuando Robert, “absorto en sus pensamientos, casi no notó los ojos luminosos del convoy que amenazaban con engullirlo de un momento a otro” (pág. 21). Hay reflexiones trascendentes, signo del mal de toda civilización depauperada, como comparar el protagonista a los animales del zoo con las personas, en cierto modo muchas igualmente “desactivadas” en cuanto a su potencial, alienadas y reducidas a una pírrica apariencia (v. pág. 158).

La novela de Ángel Redruello es un buen ejercicio inicial de destreza narrativa, quizá menos argumental, por su deuda expresa con ciertos antecedentes fílmicos y literarios. Recuerda, también, a las añejas novelas de las colecciones populares de quiosco, que hicieron las delicias de muchos lectores en las décadas de 1960 y 1970, especialmente. Una narrativa no mala, sino muy digna en cuanto a imaginación y entretenimiento se refiere. Sin duda, esta novela de Futuro incierto hubiera encontrado una merecidísima acogida en sus abultados catálogos efímeros. Es un tipo de literatura que hoy se echa de menos, desplazada por los grandes negocios editoriales, y el cambio de rumbo en los intereses del público.   

A pesar de presentar algunos errores de puntuación (siempre enmendables), esta novela debería llamar la atención de, al menos, alguna editorial mediana y servir de rampa de despegue a un autor que puede ofrecernos, en el futuro incierto de nuestra especie humana, estimables y dignas sorpresas ficcionales.

© Antonio Ángel Usábel, septiembre de 2024.

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Ángel Redruello Alcalde es licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad Autónoma de Madrid, en la especialidad de Bioquímica y Biología Molecular. Funcionario de Carrera, imparte la enseñanza de Tecnología a alumnos de Educación Secundaria. 

Computación según estructura de ADN. 

martes, 10 de septiembre de 2024

Lanza en astillero.

El pasado 9 de agosto de este 2024, la agencia EFE daba la noticia de que un archivero sevillano, D. José Cabello Núñez, había atribuido un nuevo significado a la expresión cervantina “lanza en astillero”, usada en el primer capítulo del Quijote de 1605.


Recordemos aquí el célebre inicio:

«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor».

Según se lee en el artículo del periodista Alfredo Valenzuela, «la traducción definitiva es “lanza en ristre”, ya que la idea de que “astillero” significaba almacén, armario o panoplia era justo la opuesta al significado real de esa expresión en época de Cervantes, según pudo demostrar el archivero con documentos históricos».

Esto es descontextualizar la expresión, tal y como la emplea Cervantes en el arranque de su obra. Porque, aunque en otros documentos, “en astillero” quisiera decir ‘algo preparado, dispuesto’, sin embargo, tal significado no es aplicable a lo que expresa el insigne novelista. Con todos nuestros respetos a la labor de D. José Cabello, Covarrubias, quien fue contemporáneo de Cervantes, y que publicó su Tesoro de la lengua castellana en 1611, explica que "astillero" es sinónimo de "lancera", el estante donde un hidalgo guarda sus lanzas, y que suele estar en el soportal del patio de la casa, para que los visitantes lo vean.

Nada más claro y lógico, si tenemos en cuenta que no se conoce actividad guerrera a Don Alonso Quijano, llamado el Bueno. Es decir, era un hombre retirado en la placidez y tranquilidad de su aldea manchega, dedicado a la lectura de sus libros de caballerías.

Este significado de ‘lancera’, o percha en la que se ponían las lanzas para que resultaran de orgullosa contemplación, es el que le otorga también el Profesor Martín de Riquer en su edición del Quijote. Y añade que tanto la lancera como el escudo o adarga, indican la hidalguía veterana del personaje protagonista, quien “conservaba las armas de sus antepasados” (v. ed. en Booket, 2004, p. 33). La adarga era un escudo pequeño, recubierto de ante, que protegía el lado izquierdo del pecho, mientras se esgrimía la lanza en el brazo derecho.

En el capítulo V de la Primera Parte, el ama de Don Alonso grita espantada, porque ha comprobado que no están ni la lanza, ni las armas ni la adarga. ¿Dónde miraría la señora? Obviamente, donde se guardaban: en la lancera o astillero.

Luego carece de sentido querer interpretar "lanza en astillero" como 'arma preparada, o dispuesta'. La edad del hidalgo -unos cincuenta años- era la propia de un hombre retirado, entregado a la ociosidad de sus lecturas. Todo lo lejos de un batallador.

Andrés Trapiello, en su “traducción” del Quijote al castellano actual, vierte la expresión como “lanza ya a la espera”, es decir, en desuso y convertida en objeto decorativo (v., ed. Austral, marzo 2019). Las versiones escolares de la novela no suelen quebrarse mucho la cabeza, y prefieren, o bien omitir la expresión entera (como hace José Luis Giménez-Frontín, Penguin Random House, 2018), o bien adaptarla como “un hidalgo que tenía una lanza” (v. ed. de Nieves Sánchez Mendieta, Alfaguara, 2005).

En cualquier caso, no nos parece discutible, ni dudosa, la interpretación que siempre se ha dado.

© Antonio Ángel Usábel, septiembre de 2024.

Acceso a la noticia de la agencia EFE.