“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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lunes, 25 de agosto de 2025

La intrépida y el galán.

La imaginación de Juan Carlos Rubio y de Luis Miguel Serrano obra la magia de que dos autores sublimes, que no se conocieron, la reina del misterio, Agatha Christie Mallowan (1890-1976), y el varias veces candidato al Nobel, el canario Benito Pérez Galdós (1843-1920), sostengan una fructífera y amena conversación en la habitación de un hotel tinerfeño, el Taoro, donde la primera, en efecto, se alojó en febrero de 1927, huyendo de las penurias que la aquejaban (la muerte de su madre, y la solicitud de divorcio de su esposo, Archibald). Allí concluyó otra de sus novelas de asesinatos, titulada El misterio del tren azul. Tal es el arranque de Querida Agatha Christie, comedia teatral estrenada el 8 de septiembre de 2024, en el Teatro Garnelo (Montilla, Córdoba), y que ha sido representada dos días, 22 y 23 de agosto, en Casyc de Santander, dentro de su temporada Talía.

Durante una noche tormentosa, Agatha intenta telefonear a su infiel Archie, sin conseguirlo. Depresiva, se prepara una dosis letal de sulfato de talio. Pero, antes de que llegue a ingerirla, alguien llama a su puerta. En el umbral, al destello de un relámpago, aparece la esbelta figura de Don Benito, elegantemente ataviado. El personaje se justifica diciendo que ha oído las cavilaciones de la escritora a través del frágil tabique, pues él se aloja en la habitación contigua. Sabe que Agatha se va a suicidar, y se propone disuadirla. Con tranquilidad, dado que vivir es más difícil que morir, él mismo se bebe el agua envenenada. Tendrán una hora para departir amigablemente, antes de que el tóxico cumpla su cometido.

Entre burlas y veras, amenizada la charla de cara al público con la fina ironía del novelista canario, y entre copitas de ginebra, va pasando la hora y veinte de representación. Conocemos las circunstancias personales de ambos genios de la narración. De Pérez Galdós, por ejemplo, su prodigalidad, su afición a las conquistas amorosas, y el drama de perder, por suicidio, a Lorenza Cobián, la madre de su única hija, María. De Christie, su gusto por el surf, su carácter resolutivo, su necesidad de viajar, su amor hacia Rosalind, su también única descendiente, y una imaginación para inventarse mundos y personajes afianzada desde la infancia. 

Monumento a Agatha Christie en Puerto de la Cruz (Tenerife)

Querida Agatha Christie es una comedia que entretiene y agrada, muy solventemente interpretada por Carmen Morales (lástima que sea una actriz a quien no se vea más a menudo en teatro) y Juan Meseguer (quien edifica un agradable, muy caballeroso y risueño Don Benito). Desde luego que el final de la obra habría entusiasmado a la madre de la autora británica, Clara Miller, muy entregada a prácticas espiritistas y a creencias en lo paranormal.

Juan Carlos Rubio nos brindó, hace poco, el estupendo drama Música para Hitler, escrito en colaboración con Yolanda García Serrano, y estrenada en abril en Teatros del Canal (Madrid).  En ella, un oficial alemán, melómano y sensible (magníficamente construido por Cristóbal Suárez, en una de las más creíbles, memorables y sólidas interpretaciones de la temporada madrileña), visita a Pau Casals en su refugio francés, para tratar de convencerlo de que toque ante el dictador germano, entonces aún amo de Europa. Carlos Hipólito compone un muy sereno y emotivo Casals, dispuesto a seguir con su vida tranquila, sus convicciones demócratas, y a no ceder ante las presiones del oficial, pese a que este pueda seducir a su sobrina, acogida por el matrimonio. La calidad del texto de este drama lo consideramos superior a la comedia sobre Agatha Christie, y se merecería un largo recorrido por la cartelera española. Completan el elenco Kiti Manver y Marta Velilla.

© Antonio Ángel Usábel, agosto de 2025.

* * * 

No queremos dejar pasar la ocasión de destacar el coleccionable de National Geographic Historia Grandes Mujeres, dedicado a Agatha Christie: enigmas de una escritora. Se trata de un fascículo de 143 páginas, de lectura amenísima, y con un completo acercamiento a la personalidad de la autora más publicada a nivel mundial después de Shakespeare, con más de cuatrocientos millones de ejemplares vendidos. La redacción de esta biografía breve se debe a María Romero Gutiérrez de Tena.

Agatha Christie fue la mejor novelista de la Historia, la de más fértil imaginación, con una inusitada e inigualable habilidad para crear tramas detectivescas, así como una gran variedad psicológica de personajes, quizá por debajo, eso sí, de escritores como Dostoievski, Tolstoi, Flaubert, “Clarín”, o el mismo Benito Pérez Galdós.

Una mujer intrépida, que perdió a su padre a los once años de edad. En París, llegó a ser una consumada pianista, pero su timidez la impedía actuar ante un público. Decidió entonces estudiar compuestos químicos y ofrecerse como enfermera en Torquay, su localidad natal, durante la Gran Guerra de 1914. En 1918, y sin contar con el permiso materno, decidió casarse con Archibald Christie, aviador de combate, de quien tomó su apellido. Dos años más tarde, consigue publicar su primera novela, El misterioso caso de Styles, aunque su consagración no llegará hasta 1926, cuando dé a la imprenta El asesinato de Roger Ackroyd, considerada obra cumbre del relato de detectives. Durante 1922, ella y Archibald dan la vuelta al mundo promocionando el Imperio británico y recogiendo objetos para una exposición londinense. A su paso por Sudáfrica, aprende por sí sola a subirse a una tabla de surf, pese a la amenaza de los tiburones y los frecuentes cortes en hombros y pies con el coral.

En 1926, pierde a su madre y su marido le solicita el divorcio, para casarse con una jovencita. La autora se refugia sola en la mansión familiar de Ashfield, necesitada de urgentes reformas que ella misma acomete entre una profunda crisis de ansiedad. El 3 de diciembre se monta en su vehículo y desaparece, dejándolo abandonado en una carretera. Toda Inglaterra se pregunta qué ha sido de la creadora de Hércules Poirot. Once días más tarde, la policía la encuentra en un balneario de Harrogate, registrada bajo el nombre de Teresa Neele, y aquejada de amnesia. 

En febrero del año siguiente, viaja a Tenerife, con su hija Rosalind. En ese mismo año, en un cuento, presenta a su detective femenina, la sagaz, resuelta, observadora e inquieta Miss Marple, una anciana aficionada a investigar crímenes. A partir de Muerte en la vicaría, de 1930, Agatha le dedicó otras doce novelas. En 1928, se divorcia de Archibald y emprende un largo recorrido en solitario por Europa y Asia en el famoso, y lujosísimo tren, Orient Express. El viaje la conduce a Irak, donde visita las excavaciones de Ur, y conoce al que será su nuevo esposo y compañero definitivo, el arqueólogo Max Mallowan. Cuando se casa con Mallowan el 11 de septiembre de 1930, él tenía 27 años y ella casi 40.

Casarse con un arqueólogo que trabajaba en Oriente Medio implicaba abandonar su hogar inglés e irse a vivir a casas de adobe y tiendas de campaña en el desierto, a unos treinta kilómetros de Mosul. Por las noches, los chinches y las ratas asaltaban los camastros, y Agatha solía preferir dormir al raso, bajo las estrellas. Para ayudar a su marido Max en las investigaciones de campo, y por propio gusto suyo, se volvió una experta en la restauración y datación de cerámica mesopotámica, cuyas piezas ella dibujaba para el inventario con milimétrica precisión. 

Agatha Christie y Max Mallowan, h. 1950.

En 1930, idea un seudónimo, Mary Westmacott, con el fin de diversificarse como novelista y escribir romances. Aún hoy esas novelas (de las que Agatha se sentía muy orgullosa, pues la permitían ser más ella misma) deben publicarse con la indicación, al menos en la cubierta, de su famoso nombre verdadero, para atraer al público lector y que sean vendibles. Un amor sin nombre, Retrato inacabado y Lejos de ti esta primavera, fueron el contrapunto a los relatos de crímenes.

En enero de 1934, Agatha Christie regala a su público la historia de Poirot de la que estaba más orgullosa, Asesinato en el Orient Express, con un argumento inspirado por el secuestro y homicidio del pequeño hijo del héroe de la aviación Charles Lindbergh.

Durante la década de 1930, reside entre Inglaterra y Oriente Medio, escribiendo y asistiendo a su marido en sus excavaciones. En 1939, publica otro enorme éxito: Diez negritos (rebautizada como Y no quedó ninguno, para evitar las connotaciones racistas).

En 1943, nace su único nieto, Matthew Prichard, a quien regalará los derechos de la obra La ratonera, estrenada en 1952 y escenificada ininterrumpidamente desde entonces (25.000 representaciones hasta 2012). Este drama de intriga se basa en el relato corto Tres ratones ciegos, que Christie leyó para emisión por la BBC en 1947.

Preocupada por garantizar un futuro boyante a su hija Rosalind y a su nieto Matthew, en 1944 Agatha redacta dos volúmenes que permanecerán inéditos y que se guardarán en una caja fuerte de máxima seguridad. Uno de ellos, titulado Telón, la despedida del genial Hércules Poirot. Verá la luz en 1975.

En 1950, comienza a escribir su autobiografía, que no concluirá hasta quince años después. Este libro completará su texto anterior Ven y dime cómo vives (noviembre de 1946), sobre sus años en Oriente Medio como arqueóloga.

Agatha Christie ha dado obras numerosísimas a los aficionados al misterio y al crimen. Además de las ya citadas, cabe destacar con infinito agrado: Asesinato en Mesopotamia (1936), Muerte en el Nilo (1937), Cita con la muerte (1938), Navidades trágicas (1939), Maldad bajo el sol (1941), Cinco cerditos (1942), Cianuro espumoso (1945), La venganza de Nofret (1945), Se anuncia un asesinato (1950), La señora McGinty ha muerto (1952), Después del funeral (1953), El templete de Nasse-House (1956), El tren de las 4:50 (1957), Un gato en el palomar (1959), El espejo se rajó de parte a parte (1962), Misterio en el Caribe (1964), Noche eterna (1967), Némesis (1971), Los elefantes pueden recordar (1972), Un crimen dormido (1976).

En 1971, la reina Isabel II la distinguió con el título de Dama Comendadora de la Orden del Imperio británico.

Hacia 1974, dejó de escribir.

Agatha Christie falleció plácidamente, por causas naturales, ante su marido Max Mallowan, el 12 de enero de 1976, en su casa de Winterbrook (Wallingford, Inglaterra). Tenía 85 años. Ella y Max vivieron juntos durante tres décadas y un lustro. Max falleció tan solo dos años después, en agosto de 1978, a los 74 años. Había recibido el título de “Sir”. Sin embargo, Mallowan volvió a casarse, en 1977, con la arqueóloga Barbara Parker, compañera suya de trabajo.

 

domingo, 6 de julio de 2025

Me duele como a ti. Rosa Montero sobre Marie Curie.

Todos los seres humanos estamos sometidos a las contingencias de la vida, y, en algún trámite de ella, pasamos por las mismas experiencias que han atravesado nuestros congéneres, algunas muy gratas y reconfortantes, otras tristes, trágicas y desalentadoras. Nos toca saborear la vida con la mayor intensidad posible, pero también recibir con acritud a la Dama del Alba, ya para nuestros familiares y amigos, o bien para nosotros mismos. Como dijo aquel, “no solo hay que saber vivir, también hay que saber morir llegado el momento”.

A veces necesitamos saber que los demás también sufren, para conjurar nuestro dolor ante una adversidad funesta y profunda. “Mal de muchos, consuelo de tontos”, se dice. O “Todo tiene remedio, menos la muerte”. Voy a hablar de un caso, transmutado en forma de libro, que merecería haber recibido mi atención y comentario mucho antes, puesto que se editó en 2013 y yo acabo de finalizar su lectura en estos días de abril de 2025. Me refiero a La ridícula idea de no volver a verte, de la periodista y escritora Rosa Montero. La autora perdió a su marido, el también periodista Pablo Lizcano, el 3 de mayo de 2009, por efecto de un cáncer devastador. Su desolación buscó refugio y, en parte, catarsis, en lo que significó la muerte inesperada, por accidente, de Pierre Curie para su esposa, María Sklodowska-Curie. Los esposos Curie formaron, quizá, el mejor tándem matrimonial y profesional de la Historia (por lo menos, de la de la Ciencia). Ambos, Premio Nobel de Física en 1903 por el descubrimiento del radio y de la radioactividad natural de los elementos, junto a Henri Becquerel. Después, en solitario, Marie recibiría, en 1911, el Premio Nobel de Química.

Marie y Pierre Curie.

Quien más o quien menos conoce que Marie Curie perdió a su marido Pierre cuando este resbaló en una calle y su cabeza quedó atrapada bajo la rueda de un carro. Era el 19 de abril de 1906. 46 años tenía el físico investigador y 38 años su esposa, quien quedó al cargo de su suegro y de sus dos niñas, Irene y Eva (la primera, eminente científica como su madre, descubridora, junto a su consorte de la radioactividad artificial, y ganadora del Premio Nobel de Química en 1935; la segunda, biógrafa de Marie y literata). Fruto de aquel accidente que reventó la cabeza de Pierre fue un diario que Marie escribió en honor de él y a modo de consuelo y despedida. Este diario, y las modernas biografías sobre Marie Curie, son las que inspiran a Rosa Montero su libro, un bellísimo acercamiento a aquella pareja de sabios, a sus vicisitudes y a su lado más humano. Aunque se hayan leído otras reconstrucciones de la vida de la doble Premio Nobel franco-polaca, --acaso más técnicas, densas o documentadas--, no se debe dejar pasar el delicioso, cálido y tierno homenaje que le dedica Montero.

Entre los rasgos que caracterizaron a los Curie se dan coincidencias con Rosa Montero y su marido Pablo. Este último era un apasionado gran conocedor de la Botánica, y de hacer excursiones de observación por el campo. Igual los Curie, grandes entendidos en especies de plantas florales y extraordinarios aficionados a recorrer campiñas y espacios naturales en bicicleta. La autora del libro presenta el dedo anular más largo que el dedo índice, una característica no frecuente en las mujeres, y sí en los varones; pero es que Madame Curie tenía el mismo don masculino. Por otra parte, Marie Curie desarrolló un aliento maternal no solo hacia sus dos hijas, sino también hacia Pierre, a quien debía de ver como un niño grande, un sabio volcado en su intensísimo trabajo de laboratorio necesitado de protección y cuidados. De igual modo, esta es la semblanza que de Pablo Lizcano traza Rosa en su texto: “Pablo era un niño. Pablo era un hombre. Era un niño dentro de un hombre. Tenía una inteligencia formidable y muy original: seguía sorprendiéndome tras dos décadas de convivencia. Era cabezota, refunfuñón, seductor, honesto. Escribía muy bien y era un estupendo periodista. Además de elegante, atlético y meticuloso. Y le gustaban tanto el silencio como las discusiones […] Le recuerdo sacando a la calle, sobre un cartón, caracoles recogidos en nuestro pequeñísimo jardín, porque no tenía corazón para matarlos (solía hacerse el duro pero era así de bueno). Le recuerdo feliz paseando por los montes…” (v. el capítulo “Escondido en el centro del silencio”).

No obstante, esta es una historia sobre Marie Curie, como mujer de inteligencia superior, con fortaleza y arrestos como para abandonar su país natal e irse a estudiar a Francia. Una mujer que pasó frío y hambre mientras se formaba en París, que supo atraerse a un joven con enorme potencial y talento, que luchó contra los prejuicios sexistas, que removió toneladas de material radioactivo con sus propias manos, que se implicó denodadamente en descubrir mínimas porciones de mineral puro, que, en principio, ella y Pierre pensaron que era la solución para todo, y que la comunidad empresarial internacional explotó en desconocido perjuicio para la salud de los ciudadanos. Efectivamente: nadie temió al radio, y minúsculas porciones de él se incorporaron a lociones, cremas para la piel, y otros productos mágicamente curativos o beneficiosos. Los mismos Curie no tomaron las correctas precauciones para protegerse del mineral: Pierre hasta portaba un tubito con algo de radio en el bolsillo. Tanto su salud, como la de Marie, se fueron prontamente resintiendo. Pierre se sentía muy cansado y debilitado cuando sufrió el fatal percance con aquel carro. Si no hubiera muerto del aplastamiento, posiblemente habría fallecido no muy tarde por destrucción o alteración de las células y de la médula espinal. La misma Marie falleció a los sesenta y seis años, muy avejentada, el 4 de julio de 1934, por anemia aplásica, es decir, por un completo deterioro funcional de su médula.

En una mujer de inteligencia privilegiada, tan autoexigente y estricta consigo misma, tan esforzada y entregada a la causa científica, ¿Quedaría algún espacio para el amor, para encontrar la felicidad de la vida hogareña y el solaz en la intimidad? En la mayoría de los retratos fotográficos que se conservan de la genio, se la percibe como una persona extremadamente severa, firme, disciplinada, sesuda, cerebral, sin concesiones a la relajación, y menos a una sonrisa. Una mujer sargento, soviética, militarizada. Y, sin embargo, por sus escritos privados al menos, parece que sí llegó a disfrutar de su familia francesa y a sentirse unida a Pierre como si estuviera destinada para ello. Es más, una vez muerto su marido, Marie Curie se enamoró otra vez, aunque su unión furtiva con Paul Langevin, un estrecho colaborador de su esposo, durara poco, pues él era casado y un donjuán empedernido. La prensa más amarilla se encargó de airear el asunto: a Marie se la tachó de extranjera roba maridos, y hasta fue muy seriamente amenazada por la engañada mujer de Langevin. Todo ese escándalo en medio de la concesión a la investigadora de su segundo Nobel. Gente sin contemplaciones hubo que apedreó la casa de Madame Curie. No la perdonaban una parcela privada poco edificante bajo la consigna de la moralidad burguesa y cristiana. La científica recibió, empero, el apoyo condescendiente de eminencias en ciernes, de la talla de Albert Einstein, jovencísimo entonces.

Tumbas de Marie y Pierre Curie en el Panteón de París.

Aun cuando eran dos inmensos investigadores de la Naturaleza, Pierre y Marie también mostraron una inclinación o creencia hacia los supuestos fenómenos parapsicológicos de comunicación con el más allá y con las almas de los difuntos. Asistieron a algunas sesiones espiritistas y vieron aquellas experiencias como un territorio inexplorado. El espiritismo, como ingrediente del antipositivismo y del antirracionalismo, se había puesto muy de moda en Europa y Norteamérica en la segunda mitad del siglo XIX e incluso primeros años del XX.

Lo que sí tenían claro ambos genios era la necesidad imperiosa de despertar en la juventud un interés por el estudio de la Naturaleza, en detrimento, acaso, de los estudios humanísticos, como única fórmula de lograr un avance imparable de la Ciencia. Fue tema de conversación entre Marie, Pierre, y otras personas amigas en la víspera del fatídico día para aquel.

El libro de Rosa Montero nos recuerda que la Muerte existe, que está ahí, siempre pendiente de nosotros y acechando el mejor y único instante. Hay un pasaje, al inicio del capítulo titulado “Aplastando carbones con las manos desnudas”, que da escalofríos y hace reflexionar preocupantemente: cuando la autora compara la llegada de la Muerte con el juego del escondite inglés: alguien (tal vez la víctima) apoyado en la pared, de espaldas, mientras los jugadores intentan acercarse sin ser descubiertos. Entre ellos está la Muerte, que avanza hacia la pared ligera, silenciosa, implacable y cruel. En algún turno, gana la partida.

© Antonio Ángel Usábel, abril de 2025.

sábado, 1 de marzo de 2025

El dilema ucraniano (y europeo).

Las relaciones entre Rusia y Ucrania nunca han sido cordiales. Tras la revolución comunista de 1917, y la consolidación de la llamada "dictadura del proletariado" (no otra realidad distinta que un régimen unipersonal, donde un tirano legisla y decide "en bien del pueblo"), Moscú quiso tener bajo su bota a los ucranianos, incluso matándolos de hambre, como sucedió durante el Holodomor. También intentó la Unión Soviética de Stalin anexionarse Polonia, al considerarla un semiestado y aprovechando la agresión nazi hacia ella, como territorio católico y débil.

En nuestros tiempos recientes, Vladimir Putin arrebató por la fuerza a Ucrania la estratégica península de Crimea, y, desde hace tres años, mantiene una guerra que, si no ha terminado mucho antes, ha sido por una sustancial ayuda norteamericana a su ejército y por los cuidados paliativos de los países de la Unión Europea. 


Seamos realistas y no queramos hacer lo imposible: desde el principio Ucrania llevaba las de perder. Rusia, a pesar de las represalias económicas en su contra, sigue contando con ingresos importantes, merced a su petróleo y su gas (que compran países como España). Puede continuar atacando suelo ucraniano cuanto quiera. Solo si continuara la ayuda de Estados Unidos esa contienda podría alargarse por varios años más, tal vez, aunque con la certeza de que Rusia nunca caería derrotada. El apoyo otorgado por Europa es, a todas luces, insuficiente para permitir que Volodímir Zelenski defienda su nación y su gobierno. 

Así pues, ahora la administración Trump ve y entiende que apoyar la continuación de la resistencia ucraniana no tiene mucho sentido, porque, en el otro bando, están Putin y sus correligionarios: Corea del Norte y China. Para pasar a otro nivel, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN habrían de involucrarse más: tendrían que meterse del todo en el conflicto. Y ya estaríamos hablando de una nueva Guerra Mundial. La Tercera.

La solución que ofrece Donald Trump es detener ya esta guerra, haciendo para ello las dolorosas concesiones a Rusia, y también cobrándose Norteamérica toda la asistencia prestada a Ucrania en estos tres años. ¿Cómo? Por medio de la cesión de la explotación de minerales.


Es un lo tomas o lo dejas. ¿Admites que te han invadido y subyugado? ¿O prefieres mantener tu resistencia numantina porque la crees justa y razonable?


Zelenski no lo tiene nada fácil para decidir. Ahora mismo firmaría una paz ominosa y no honorable. Putin resultaría el gran vencedor. Y este triunfo, aparte de alimentar su Ego y su popularidad dentro de Rusia, incluso podría animarlo a repetir la guerra en otra parte, contra otro país. Recordemos que tal euforia la sintió Hitler cuando se anexionó los sudetes, Austria y Checoslovaquia. Puedes ocupar cuanto quieras, que los demás no van a hacerte nada. Protestarán, pero no pasarán de ahí. Sin embargo, la gota que colmó el vaso entonces fue la agresión a Polonia, el uno de septiembre de 1939. Esa audacia decretó el inicio de una cruenta guerra en Europa y, también, en el mundo.


¿Y si Vladimir Putin decidiera, en un par de años, intentar recuperar Alaska (que fue vendida a los norteamericanos en marzo de 1867, por algo más de siete millones de dólares, y es el estado más extenso de todo Estados Unidos)? ¿Se cruzaría de brazos, entonces, Donald Trump, y apostaría por una cesión de Alaska a los rusos? ¿O, por el contrario, convocaría a los países miembros de la OTAN y les obligaría a asistir a Washington en su respuesta militar a la desfachatez del Kremlin? 


Una vieja fábula de Esopo cuenta que un lobo miraba por la ventana de la cabaña del pastor cómo saboreaban él y su familia un delicioso cordero, mientras él no podía pretender darse el mismo festín sin ser perseguido por el propietario del rebaño. El pastor mataba y comía lo que era suyo, y fustigaba al que le viniera a robar. Otro cuentecillo relata cómo las ovejas, que ceden amablemente su lana a su dueño, aconsejan despreocupadamente a un ternero que se deje conducir al matadero. Total, no van a ser ellas las sacrificadas; lo va a ser otro.


Esto nos dice que es muy fácil aconsejar que se ceda, cuando no nos va la vida en ello. 


Rusia no es una democracia. Nunca la ha tenido. Del despotismo zarista pasó al estalinismo, y luego a la mala transición que gestaron Gorbachov y Yeltsin. El resultado es el gobierno autárquico de un líder que no permite sobre él la más mínima sombra. Que identifica Rusia con sí mismo, como Luis XIV con Francia ("El Estado soy yo"). Este es el perfil de mandatario con quien se las debe ver Europa. Un caudillo de igual catadura a los que pueblan el horizonte comunista. Estados Unidos prefiere llevarse bien con ese líder, que posee un importante botón termonuclear con misiles hipersónicos de última generación. Norteamérica (que hoy no anda muy sobrada) decide dejar su papel de sheriff contra los malos. De todas formas, ya hay una guerra abierta: la guerra comercial por la colocación de productos en los mercados. De momento, vence China. Y es muy difícil que la deje de ganar. Sus bajos precios son altamente ruidosos y competitivos, porque hay mucho chino que produce por un cuenco de arroz, y tan contento con su misión. 


Europa, entre dos aguas, como la canción de Paco de Lucía. Bajas sus defensas. Y, a sus puertas, el enemigo.


© Antonio Ángel Usábel, marzo de 2025.

lunes, 30 de diciembre de 2024

Ausencia.

Podría haberse titulado así el poemario Vida, de María José Alcaide Santiago (Barcelona,  1963).

Todo el mundo tiene algo que decir sobre su vida, así que todo el mundo puede ser poeta.

Lo importante -para ser bueno- es crear un estilo personal, una impronta única que subyugue al lector y al crítico, y que perviva después de cerrar el libro. Los poemas sublimes hasta son memorizados, y llegan a pasar al acervo común. 


No obstante, aunque no se estime como destacado un libro de poesía, siempre hay que agradecerlo y valorarlo, pues muestra los sentimientos de una persona, así como su necesidad o decisión de comunicarlos. Un libro es un acto de comunicación con los lectores, quienes luego valorarán tanto lo que el texto les dice, como su forma de decirlo.


Vida es un libro de 2022, bien editado, en papel recio y blanco, que incluye imágenes escogidas por su autora, y que se debe al sello Onada Edicions, de Benicarló. Contiene 58 poemas. Trasluce que la autora ha puesto su alma en esta propuesta, su vivo interés en que llegue hasta su público un volumen cuidado, fruto de la sinceridad y de la experiencia que quiere compartir.


En muchos de ellos es la pérdida del amor, la ausencia del amado, lo que prevalece, por lo que la poesía de María José Alcaide se aproxima a las jarchas y a las cantigas de amigo de nuestra literatura medieval; máxime, cuando la poeta abre un diálogo con el espacio natural, con el mar, por ejemplo: "Se deslizaban / mis lágrimas por mi cara. / Las olas recogían mis gotas / llevándolas hasta la orilla de la playa / haciéndolas estallar entre las rocas" ("Sirena"); "¡Oh, luna, / qué desespero, que por él muero!" ("Mi amiga"). En "Amor mío", la poeta se interroga por el paradero de su amigo, de su "habib" (diría una muchacha mozárabe), y con igual inquietud ante un posible abandono: "¿Dónde estás, amor mío? / No sabes cuánto te necesito / y no te tengo / ni te imaginas cuánto te quiero". Este poema finaliza con una hermosa metáfora: "Con el nuevo día / hablo con el sol / y le pregunto: / ¿Cómo está mi amor? / Él me contesta: / Recostado está en el prado / de tu verde mirada, / loco y hambriento / por poderte amar".


El desamor es el referente de varias poesías. Y, como sucedía a menudo en las Rimas de Bécquer, el culpable es el otro, que no valora lo que tiene: "Me pregunto: ¿Por qué yo? / ¿Por qué tengo que ser yo a quien apartas?" ("Perdida"); "Tú, que podías haber sido el dueño de todo (...) / Mañana saldrá el sol para mí / y tú te quedarás en tu eterno día gris" ("Día gris"). La abandonada se autodefine como "No soy la mejor, / pero sí tengo un enorme corazón..." ("Dueña"). La amargura y el reproche afloran en "El adiós ": "Otro día gris y melancólico / en mi oscura vida (...) De repente la tormenta estalló (...) / ¡Allá él, / pues sordo no es!". Ese Ego propio de la adolescencia es el que tamiza aquellas composiciones de erotismo convencional: los dedos recorriendo la piel, los besos apasionados, humedad de las sábanas, susurros, suspiros, jadeos... el clímax sostenido. 


El amor duradero es la principal meta, la salvación o consuelo para el alma en este mundo. Su ausencia causa fatiga y desesperación, desaliento que no redime todo lo demás: "¡Sí, estoy cansada! / Cansada de no encontrarte. / Camino y camino / en medio de la nada..." ("Me duele").


Mucho amor por recibir, otro tanto que dar. Ese es el núcleo de este libro. Pero no el único. También hay algunos poemas reivindicativos, de denuncia de las injusticias, como "Mamá África" y "Un mundo imperfecto", que se inicia con la paradoja "¡Dios! (...) / Nos diste el paraíso y por nuestra imperfección / vivimos en el infierno". Ante el sufrimiento de los otros, la autora desearía convertirse en remisión y alivio: "Tengo tanto para dar (...) Un corazón tan grande / que en él cabe toda la gente" ("Daré").


Los mejores poemas son, a nuestro juicio, los de corte existencial: el oxímoron "Recordar el olvido", los desgarradores "Carta a María" y "Vida", o "Guerrera" (en su lucha contra el Tiempo).


Una mujer que sigue esperando a su príncipe azul, el color de los sueños, y que las manzanas, culpables del pecado, desdeñan como tentación infructuosa. 


© Antonio Ángel Usábel, diciembre de 2024.

sábado, 14 de septiembre de 2024

"Futuro incierto", pesadilla orwelliana.

Vamos a hablar de Ordeland, el tétrico y áspero escenario donde se desarrolla Futuro incierto, la primera novela de Ángel Redruello Alcalde. Un libro, de momento, realmente difícil de poder encontrar, ya que la iniciativa de publicarlo ha partido del propio autor, y el ejemplar carece de datos editoriales. 

Futuro incierto es una distopía que, en su ambientación, sigue 1984, de George Orwell: una sociedad sometida por un partido único, que controla a sus ciudadanos desde grandes edificios aislados, estructuras gigantes que rememoran las de las dictaduras europeas de la década de 1930. El protagonista se llama Robert Krebs, y es un funcionario del represor Ministerio de Seguridad. Es un hombre soltero y solitario, que trabaja con ordenadores que filtran información sobre personas. Su vida se limita a ir de casa al Ministerio, y del Ministerio a casa. Las conversaciones que mantiene con sus congéneres resultan inexistentes o anodinas. Se vive para el instrumento de control, una gran computadora llamada “Madre” (un elocuente guiño al Alien original de 1979). Nadie puede confiar en nadie, so pena de ser delatado como “conspirador” y ser eliminado. Cada trabajador parece ser un simple engranaje de un sistema inmenso donde todo encaja a la perfección.

Un día, Robert conoce a una bella mujer, Magda, cuyo marido, Axel Roth, ha sido acusado de traición por el Partido. Le pide ayuda, y este decide que intervenga un amigo suyo abogado. El juicio que se celebra es una gran pantomima, y los protagonistas deben buscar alternativas para salvarle el cuello al infortunado Axel. A partir de ese momento, la acción despega como un Concorde; se vuelve trepidante, con unos giros y localizaciones que rememoran el cine negro de la década de 1940, como La dama de Shanghái (1947). Hay buen pulso narrativo y la historia está bien contada. Se ve que su autor es un enamorado de Hemingway, a quien dedica un rendido homenaje en ciertos momentos del relato.

Por la trama (situada en el año 2050) se deslizan referencias a acontecimientos recientes de alcance mundial, lo que actualiza y aproxima la historia al momento de los lectores. El uso programable de las cadenas de ADN estaría entre ellos. El clima de amenaza parpadea en secuencias milimétricas de animación sugerente, como cuando Robert, “absorto en sus pensamientos, casi no notó los ojos luminosos del convoy que amenazaban con engullirlo de un momento a otro” (pág. 21). Hay reflexiones trascendentes, signo del mal de toda civilización depauperada, como comparar el protagonista a los animales del zoo con las personas, en cierto modo muchas igualmente “desactivadas” en cuanto a su potencial, alienadas y reducidas a una pírrica apariencia (v. pág. 158).

La novela de Ángel Redruello es un buen ejercicio inicial de destreza narrativa, quizá menos argumental, por su deuda expresa con ciertos antecedentes fílmicos y literarios. Recuerda, también, a las añejas novelas de las colecciones populares de quiosco, que hicieron las delicias de muchos lectores en las décadas de 1960 y 1970, especialmente. Una narrativa no mala, sino muy digna en cuanto a imaginación y entretenimiento se refiere. Sin duda, esta novela de Futuro incierto hubiera encontrado una merecidísima acogida en sus abultados catálogos efímeros. Es un tipo de literatura que hoy se echa de menos, desplazada por los grandes negocios editoriales, y el cambio de rumbo en los intereses del público.   

A pesar de presentar algunos errores de puntuación (siempre enmendables), esta novela debería llamar la atención de, al menos, alguna editorial mediana y servir de rampa de despegue a un autor que puede ofrecernos, en el futuro incierto de nuestra especie humana, estimables y dignas sorpresas ficcionales.

© Antonio Ángel Usábel, septiembre de 2024.

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Ángel Redruello Alcalde es licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad Autónoma de Madrid, en la especialidad de Bioquímica y Biología Molecular. Funcionario de Carrera, imparte la enseñanza de Tecnología a alumnos de Educación Secundaria. 

Computación según estructura de ADN.