“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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sábado, 14 de septiembre de 2024

"Futuro incierto", pesadilla orwelliana.

Vamos a hablar de Ordeland, el tétrico y áspero escenario donde se desarrolla Futuro incierto, la primera novela de Ángel Redruello Alcalde. Un libro, de momento, realmente difícil de poder encontrar, ya que la iniciativa de publicarlo ha partido del propio autor, y el ejemplar carece de datos editoriales. 

Futuro incierto es una distopía que, en su ambientación, sigue 1984, de George Orwell: una sociedad sometida por un partido único, que controla a sus ciudadanos desde grandes edificios aislados, estructuras gigantes que rememoran las de las dictaduras europeas de la década de 1930. El protagonista se llama Robert Krebs, y es un funcionario del represor Ministerio de Seguridad. Es un hombre soltero y solitario, que trabaja con ordenadores que filtran información sobre personas. Su vida se limita a ir de casa al Ministerio, y del Ministerio a casa. Las conversaciones que mantiene con sus congéneres resultan inexistentes o anodinas. Se vive para el instrumento de control, una gran computadora llamada “Madre” (un elocuente guiño al Alien original de 1979). Nadie puede confiar en nadie, so pena de ser delatado como “conspirador” y ser eliminado. Cada trabajador parece ser un simple engranaje de un sistema inmenso donde todo encaja a la perfección.

Un día, Robert conoce a una bella mujer, Magda, cuyo marido, Axel Roth, ha sido acusado de traición por el Partido. Le pide ayuda, y este decide que intervenga un amigo suyo abogado. El juicio que se celebra es una gran pantomima, y los protagonistas deben buscar alternativas para salvarle el cuello al infortunado Axel. A partir de ese momento, la acción despega como un Concorde; se vuelve trepidante, con unos giros y localizaciones que rememoran el cine negro de la década de 1940, como La dama de Shanghái (1947). Hay buen pulso narrativo y la historia está bien contada. Se ve que su autor es un enamorado de Hemingway, a quien dedica un rendido homenaje en ciertos momentos del relato.

Por la trama (situada en el año 2050) se deslizan referencias a acontecimientos recientes de alcance mundial, lo que actualiza y aproxima la historia al momento de los lectores. El uso programable de las cadenas de ADN estaría entre ellos. El clima de amenaza parpadea en secuencias milimétricas de animación sugerente, como cuando Robert, “absorto en sus pensamientos, casi no notó los ojos luminosos del convoy que amenazaban con engullirlo de un momento a otro” (pág. 21). Hay reflexiones trascendentes, signo del mal de toda civilización depauperada, como comparar el protagonista a los animales del zoo con las personas, en cierto modo muchas igualmente “desactivadas” en cuanto a su potencial, alienadas y reducidas a una pírrica apariencia (v. pág. 158).

La novela de Ángel Redruello es un buen ejercicio inicial de destreza narrativa, quizá menos argumental, por su deuda expresa con ciertos antecedentes fílmicos y literarios. Recuerda, también, a las añejas novelas de las colecciones populares de quiosco, que hicieron las delicias de muchos lectores en las décadas de 1960 y 1970, especialmente. Una narrativa no mala, sino muy digna en cuanto a imaginación y entretenimiento se refiere. Sin duda, esta novela de Futuro incierto hubiera encontrado una merecidísima acogida en sus abultados catálogos efímeros. Es un tipo de literatura que hoy se echa de menos, desplazada por los grandes negocios editoriales, y el cambio de rumbo en los intereses del público.   

A pesar de presentar algunos errores de puntuación (siempre enmendables), esta novela debería llamar la atención de, al menos, alguna editorial mediana y servir de rampa de despegue a un autor que puede ofrecernos, en el futuro incierto de nuestra especie humana, estimables y dignas sorpresas ficcionales.

© Antonio Ángel Usábel, septiembre de 2024.

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Ángel Redruello Alcalde es licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad Autónoma de Madrid, en la especialidad de Bioquímica y Biología Molecular. Funcionario de Carrera, imparte la enseñanza de Tecnología a alumnos de Educación Secundaria. 

Computación según estructura de ADN. 

martes, 10 de septiembre de 2024

Lanza en astillero.

El pasado 9 de agosto de este 2024, la agencia EFE daba la noticia de que un archivero sevillano, D. José Cabello Núñez, había atribuido un nuevo significado a la expresión cervantina “lanza en astillero”, usada en el primer capítulo del Quijote de 1605.


Recordemos aquí el célebre inicio:

«En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho tiempo que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor».

Según se lee en el artículo del periodista Alfredo Valenzuela, «la traducción definitiva es “lanza en ristre”, ya que la idea de que “astillero” significaba almacén, armario o panoplia era justo la opuesta al significado real de esa expresión en época de Cervantes, según pudo demostrar el archivero con documentos históricos».

Esto es descontextualizar la expresión, tal y como la emplea Cervantes en el arranque de su obra. Porque, aunque en otros documentos, “en astillero” quisiera decir ‘algo preparado, dispuesto’, sin embargo, tal significado no es aplicable a lo que expresa el insigne novelista. Con todos nuestros respetos a la labor de D. José Cabello, Covarrubias, quien fue contemporáneo de Cervantes, y que publicó su Tesoro de la lengua castellana en 1611, explica que "astillero" es sinónimo de "lancera", el estante donde un hidalgo guarda sus lanzas, y que suele estar en el soportal del patio de la casa, para que los visitantes lo vean.

Nada más claro y lógico, si tenemos en cuenta que no se conoce actividad guerrera a Don Alonso Quijano, llamado el Bueno. Es decir, era un hombre retirado en la placidez y tranquilidad de su aldea manchega, dedicado a la lectura de sus libros de caballerías.

Este significado de ‘lancera’, o percha en la que se ponían las lanzas para que resultaran de orgullosa contemplación, es el que le otorga también el Profesor Martín de Riquer en su edición del Quijote. Y añade que tanto la lancera como el escudo o adarga, indican la hidalguía veterana del personaje protagonista, quien “conservaba las armas de sus antepasados” (v. ed. en Booket, 2004, p. 33). La adarga era un escudo pequeño, recubierto de ante, que protegía el lado izquierdo del pecho, mientras se esgrimía la lanza en el brazo derecho.

En el capítulo V de la Primera Parte, el ama de Don Alonso grita espantada, porque ha comprobado que no están ni la lanza, ni las armas ni la adarga. ¿Dónde miraría la señora? Obviamente, donde se guardaban: en la lancera o astillero.

Luego carece de sentido querer interpretar "lanza en astillero" como 'arma preparada, o dispuesta'. La edad del hidalgo -unos cincuenta años- era la propia de un hombre retirado, entregado a la ociosidad de sus lecturas. Todo lo lejos de un batallador.

Andrés Trapiello, en su “traducción” del Quijote al castellano actual, vierte la expresión como “lanza ya a la espera”, es decir, en desuso y convertida en objeto decorativo (v., ed. Austral, marzo 2019). Las versiones escolares de la novela no suelen quebrarse mucho la cabeza, y prefieren, o bien omitir la expresión entera (como hace José Luis Giménez-Frontín, Penguin Random House, 2018), o bien adaptarla como “un hidalgo que tenía una lanza” (v. ed. de Nieves Sánchez Mendieta, Alfaguara, 2005).

En cualquier caso, no nos parece discutible, ni dudosa, la interpretación que siempre se ha dado.

© Antonio Ángel Usábel, septiembre de 2024.

Acceso a la noticia de la agencia EFE.