“… Envejecer, morir,
es el único argumento de la obra”.
(Jaime Gil de Biedma)
La niñez de Vera (1947-2020) -natural de Miraflores de la Sierra- transcurrió en un caserón de Torrelaguna. Fue una infancia mimada por la bonanza del cabeza de familia, heredero de la fortuna del bisabuelo, hecha por la casualidad de haber desenterrado unos pelucones del reinado de Carlos III. Grandes y potentes coches, latifundio, y el señor alardeando –porte chulesco y autoritario-- de su camisa azul y de su grado ante propios y extraños. Gerardito creciendo solo, arropado por una madre protectora, dejándose llevar por la linterna mágica del Cine. Colección de programas, de carteles y de afiches. Recibe en su dormitorio –transmutado en camerino—a Sophia Loren, Cary Grant y Frank Sinatra, que rodaban en la Meseta ese fiasco de Orgullo y pasión a las órdenes de Stanley Kramer (menos mal que no se le dejó dinamitar las murallas de Ávila). Visita de Eisenhower y recibimiento coral en la Gran Vía, bajo la atenta mirada de Charlton Heston y Yul Brynner desde el cartel de Los diez mandamientos (1956). El joven Vera deslumbrado por el torso de Moisés, seducido --cual nuevo Miguel Ángel-- por la rotundidez de su propia escultura. Homosexualidad latente, confirmada y consagrada en sus años universitarios en el Johnny de la Complutense. Espacio progre, contracultural, contestatario, subversivo, conciliábulo de sexo, música prohibida y pasquines comunistas. El crepúsculo de un dios: el padre perdiendo los reales en un rosario de timbas, y precipitando en la miseria a la familia. De príncipe a mendigo. De la ostentación de un nombre con posibles, a la ocupación de prestado de un pisito y la inmersión en las tinieblas del alcohol, con violencia conyugal incluida. El joven Gerardo enfrentado al padre horrendo. El antiguo falangista humillado y enfermo de tuberculosis, y reconciliado con un hijo del que debe admitir su “gay trinar”, y al cual llega a disculpar y a comprender como nadie, de manera sorprendente.
Así pues, este tramo vital interesa para fijar o recordar un periodo de la reciente Historia de España, no para hablar de Teatro o de técnica teatral.
Gerardo Vera fue un artista polifacético: actor, escenógrafo, figurinista, diseñador de vestuario, director de teatro y cine… Uno de sus últimos grandes trabajos fue la dirección de Concha Velasco en Reina Juana (Teatro de La Abadía, 2017), el drama monologado de Ernesto Caballero.
Merece la pena conocer la experiencia familiar de Vera. Es veraz azogue en el crisol de su tiempo.
© Antonio Ángel Usábel, marzo de 2022.
Excelente columna de Manuel Vicent sobre Gerardo Vera:
"Todo ha sido orgullo y pasión"