Cuando en El tercer hombre (1949), Harry Lime (Orson Welles) se despide de su
amigo Holly Martins (Joseph Cotten) al pie de la famosa noria del Prater, en
Viena, le cuenta la paradoja de que toda la violencia del Renacimiento bajo los
Borgia y otros potentados, iluminó la obra de artistas como Miguel Ángel y
Leonardo da Vinci; en cambio, de Suiza, tras quinientos años de paz, solo salió el reloj de cuco. Pero ahora sabemos,
gracias en parte a Culturecocktails
Magazine, una nueva revista de aparición cuatrimestral, que esto
no es del todo cierto: de Ginebra también nos vino la Tónica Schweppes. Allí comenzó su fabricación en la lejana fecha de
1783. Tras nueve años, el empresario Jacob Schweppes –alemán de origen—trasladó
su fábrica a Londres. La tónica añadía quinina, un antipirético natural muy
amargo, que salvó a muchos soldados británicos destinados en India de enfermar
de paludismo. Los colonos la mezclaban con ginebra, para endulzarla, y así
nació el gin tonic.
Culturecocktails Magazine,
dirigida por Guillermo Hernaiz, inicia
su andadura en el mercado editorial de revistas con su primer número, dedicado
al verano de 2015, hablándonos de un montón de curiosidades: los efectos
negativos que tuvo en Estados Unidos la Ley Seca, con la proliferación de
aguardiente clandestino adulterado, las violentas bandas mafiosas, y el auge de
La Habana como garito al servicio de los turistas más sedientos de alcohol y
cachondeo. El origen del Clan Sinatra –o “Rat Pack” (‘hatajo de ratas’, como
los bautizó una enfadada Lauren Bacall al verlos borrachos). La bebida
preferida de Frankie era el whisky Jack
Daniels (se dice que se hizo enterrar con una botella, por aquello de que “lo
mejor está por venir”), una marca poco consumida en España, frente a J&B, que, si mal no recuerdo, era el
whisky que más apreciaba Dean Martin, el miembro más jocoso del Clan. Sinatra
también tomaba “destornilladores”, al parecer llamados así porque unos obreros
agitaban la mezcla de vodka y zumo de naranja, más hielo, con tal herramienta.
Los famosos se lanzan a la
promoción de sus propias bebidas alcohólicas: George Clooney con su tequilita Casamigos, Coppola y sus vinos
californianos, Dan Aykroyd con el vodka Crystal
Head. La revista recuerda, así mismo, al legendario barman y coleccionista
de botellas Perico Chicote, establecido en la Gran Vía de
Madrid con la Segunda República en 1931, y que hizo su mayor fortuna durante
los años cincuenta y sesenta, bajo el franquismo. Chicote fue camarero del Ritz
con diecisiete años, después cantinero en el Rif, en los bares clandestinos de
Norteamérica, y finalmente creador de los mejores cócteles en pleno centro de
Madrid. Ante su local de 18.000 botellas desfilaron las discretas señoritas de
compañía que anidaban en el Palace, y celebridades mundiales, como presidentes
(Eisenhower), actores y actrices (Ava Gardner, Sophia Loren, Frank Sinatra, Tyrone
Power, Charlton Heston) y hasta el Dr. Fleming, que, al parecer, sí que
consiguió llevarse una de sus míticas botellas. Chicote fue autor, además, de
varios libros sobre coctelería.
Si alguien desea conocer algo de
la cultura nipona de los licores, encontrará unas páginas dedicadas a analizar el
sake, el umeshu y los distintos tipos de shochu.
La decoración y composición del tiki
hawaiano. El coleccionismo de cartas de cócteles, por su colorido diseño, y
algunos locales de moda en Europa completan el contenido de este primer número
de Culturecocktails
Magazine.
Sin embargo, aunque el ejemplar
cuenta con el buen trabajo de dos redactoras estelares, Carmen Alcaraz del Blanco y Mar
Calpena, hemos detectado los inevitables errores: uno, homofónico, en la
página 49, donde se escribe “atajo” en vez del correcto “hatajo” (por ‘grupo’ o
‘pandilla’); otro, en el pie de foto de la pág. 50, cuando a un Sinatra de los
años 50 se le sitúa incorrectamente en un garito clandestino de los años 20 o
30. “Tomando un trago en un speakeasy” –se lee--, cuando en los años veinte del
siglo pasado Frankie era apenas todavía un quinceañero, que ni siquiera había
comenzado a cantar en público (lo hizo, sí, a partir de 1935, más o menos).
Otra posible imprecisión llega al explicar (pág. 43) la etimología –aunque
discutible—del término norteamericano “speakeasy” *, para referirse a los bares
clandestinos de mafiosos durante la Prohibición (1920-1933) que se traduce
–como también propone Wikipedia—como ‘habla con cuidado’, por la recomendación
de bajar la voz para no ser detectados y denunciados a las autoridades.
Nosotros, no obstante, proponemos otro motivo: el alcohol anima a hablar,
suelta la lengua a quien lo consume en cantidad elevada. De ahí, entonces,
“speakeasy”, ‘habla fácil’, ‘habla con facilidad’, se suelta a parlotear.
Hablar bajo, en inglés, se dice Speak low,
como el título de la famosa canción de 1943, debida a Kurt Weill y Ogden Nash.
Tenemos que pensar, además, que en los garitos clandestinos tocaban bandas de
música, como se evidencia en cintas como Con
faldas y a lo loco (Billy Wilder, 1959), comedia inmortal ambientada,
precisamente, en Estados Unidos durante la Ley Seca. Luego, de silencio nada.
Enhorabuena, sin embargo, a esta
nueva publicación periódica, a la que felicitamos y deseamos toda la suerte del
mundo.
© Antonio Ángel Usábel,
junio de 2015.
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* El Diccionario Webster
(Third College Edition) también
apunta a “una atmósfera secreta” para estos locales donde se venden ilegalmente
bebidas alcohólicas, como sucedía en Norteamérica durante la Prohibición. Es un
término de la jerga del hampa.