Una participante en la tertulia literaria de Leo Zelada, que se viene celebrando desde el 16 de septiembre de 2011 todos los viernes, a las 22:00, en el segundo piso del Café Comercial (Glorieta de Bilbao, Madrid), me ha solicitado que prepare un repertorio de las que, a mi juicio, son las obras fundamentales de la Literatura universal.
A tal fin, me he puesto a ello, y he dividido la Historia en diez periodos. He incluido también alguna obra clave del pensamiento, la historiografía y la Ciencia moderna. Estimo que no se puede pasar sin haber leído muchos de estos títulos. No todos son indispensables, pero sí muy recomendables y, desde luego, hay que conocerlos aunque sea de oídas.
Espero que os guste la selección, que no tiene por qué quedar cerrada o estar completa.
Va por Catalina, de la tertulia, a la cual todos estáis invitados. Gracias. Saludos cordiales de Antonio.
OBRAS FUNDAMENTALES DE LA LITERATURA.
¡¡AVISO!! La TERTULIA DE LEO pasa a celebrarse, en el mismo lugar y con igual horario, cada 15 días. Próximo encuentro: viernes, 28 de octubre de 2011.
jueves, 13 de octubre de 2011
lunes, 3 de octubre de 2011
"La costa de Utopía".
El Teatro Académico de la Juventud de Moscú (RAMT), dirigido por Alexei Borodin, ha representado en el Valle-Inclán de Madrid, el sábado, 1 de octubre de 2011, la trilogía de Tom Stoppard La costa de Utopía, constituida por tres partes: Viaje, Naufragio y Rescate. Siete horas y media netas de teatro en ruso en un solo día, un auténtico hito. Una compañía enorme, formada por más de cien profesionales, que Gerardo Vera ha querido traer al Centro Dramático Nacional, ilusionado como estaba por esta obra de Stoppard.
La costa de Utopía es un tríptico sobre la historia de Rusia, desde el Romanticismo hasta su derivación popular en los primeros grandes movimientos obreros que sacuden Europa (abarca el periodo 1833-1868). Comienza en la hacienda de la familia Bakunin, con un terrateniente que gobierna más de quinientas almas y cuya máxima para la vida es que todo hombre debe doblar la edad de su mujer. Encontramos a un jovencísimo Mijail, adorado por sus soñadoras hermanas, que leen a George Sand y se dejan seducir por Eugenio Oneguín, el largo poema narrativo recién publicado por Alexander Pushkin, aquel intelectual que gestó los principales anhelos de la libertad rusa. La sombra alentadora de Pushkin gravita y se deja sentir a lo largo de esta trilogía. Pushkin fue un romántico exaltado, ídolo de la juventud y promotor de serias revueltas contestatarias, quien sin embargo fue reducido por el astuto y autoritario zar Nicolás I, atrayéndolo a Moscú y a San Petersburgo desde su retiro forzoso (ya se sabe: “Ten cerca a tus amigos, pero más cerca aún a tus enemigos”). El conato de golpe de estado de diciembre de 1825 se saldó con la ejecución de sus cabecillas y el aumento de la represión sobre la burguesía liberal y sobre los siervos de la gleba. El gran creador de la literatura nacional se convirtió en un revolucionario de juguete, mientras llevaba con honor los cuernos que le ponía su dulce mujercita Natalia. Esto no impidió, no obstante, que encendiera las pasiones místicas de filósofos como Bakunin y del crítico literario Vissarion Belinski, director de El Observador moscovita y colaborador de la revista El Contemporáneo. Bakunin y Belinski son los enamorados del Amor intangible e inefable, de la Idea a lo Fichte, desprendida de la dialéctica histórica. En aquel momento grave, en Rusia la inteligencia era un ejercicio proscrito y clandestino, un oficio de anacoretas, que miraba con envidia el laicismo francés, en cuyo seno “se publican todas las porquerías” que pueda concebir el pensamiento. Las hermanas de Bakunin, sin embargo, son lectoras ávidas, y a pesar de sus disquisiciones románticas, todavía tienen su punto de ternura maternal, como cuando una de ellas reclame sustituir a la parturienta y dar el pecho a una criatura (rasgo maravilloso de creación dramática que Stoppard desliza como si nada). Es en este ambiente familiar –inspirado sin duda en la primera parte de Guerra y Paz—donde se halla el mayor encanto de la terna. Es el campo, Priamuchino, en los alrededores de Moscú, sobre manteles y hamacas, donde florece la ingenuidad juvenil, la pasión por la vida, la dicotomía entre la obediencia al padre y la rebeldía adolescente. El vestuario en tonos pastel –primorosamente elaborado—realza la frescura acogedora de aquel ámbito. Dan ganas de disfrutar eternamente de ese lugar ameno, de que nunca pase, porque se vive en familia antes de que esta se disgregue y cada cual siga su rumbo.
En la segunda parte, Naufragio, el centro de la acción pasa al apartamento de Alexander Herzen en París, en 1848. Herzen fue el principal alentador ruso del socialismo utópico. Creó una editorial para textos en eslavo en Londres y un periódico antizarista, La campana, de amplia repercusión por todo el continente. El pragmatismo hegeliano sustituye al misticismo del Yo Absoluto y pensamiento e historia deben ahora caminar juntos. El intelectual no es ya un monje, sino que, despertando a la realidad, debe responsabilizarse de ella y cambiarla. La Idea es un devenir por etapas en constante perfeccionamiento que se transforma, por consiguiente, en Ideología. Las barricadas de la Comuna de París quedan simbolizadas por bancos, sillas y mesas de madera cruda enganchados entre sí. Los extras de la obra entonan la Marsellesa, congelados en enmarque pictórico de tópico efectismo que avanza hacia el patio de butacas. Algo se mueve en el alma de la calle, no solo en Francia, sino en Europa entera. Sin embargo, Proudhon es solo un ensayo inocente. Propugna la abolición de toda propiedad privada, “excepto la de la mujer”. Herzen se va transformando en una caricatura de la vida del gran patriarca, Pushkin: su esposa Natalie se hace amante de un agitador. Ya tenemos otro emprendedor engañado. Por si fuera poco, su hijo Kolya y su madre perecen en un naufragio. Y aquí llega la gran pregunta: ¿cómo puede hacer feliz a la sociedad quien no puede ser feliz por sí mismo? La muerte de Belinski en San Petersburgo en 1848, víctima de la tuberculosis, supone el extravío del raíl intelectual.
Tercera parte: Rescate. Londres, febrero de 1853. Como le pasó a la Revolución Francesa de 1789, los propósitos se pierden en una marea de encantos. Una institutriz alemana, María Fromm, se hace cargo de Herzen y de sus hijos. Parece el arranque de Sonrisas y lágrimas. Un mugriento Bakunin, con barba de cuáquero desaliñado y barriga caída sablea a los amigos para pagarse el transporte. Recuerda al Orson Welles alzado sobre el púlpito de Moby Dick. Verdaderamente, se pone en práctica la destrucción de la familia y se abre paso la anarquía: Herzen se une a la mujer de Nikolai Ogarev, su amigo poeta. Tiene con ella una hija, Liza. Al mismo tiempo, se torna contrarrevolucionario: frente a Bakunin, defiende las reformas hechas desde el sistema. Discuten los rebeldes. No hay buen puerto para la revolución.
Stoppard levanta un tríptico que no intenta sino demostrar lo ya subrayado con más gracia por Carpentier en El reino de este mundo y El siglo de las luces: que la revolución es una quimera que se devora a sí misma, un congal de soñadores, un concierto barroco donde cada instrumento suena a su aire y no se ve la partitura. O, como vaticinaría también Lampedusa a través de su Tancredi, “es preciso que algo cambie, para que todo siga igual”. Por eso, la costa de Utopía nunca se alcanza.
El dramaturgo crea una obra pretenciosa, de excesiva y mastodóntica duración en escena, con un diálogo bastante academicista y dogmático, a veces hábilmente salpicado de desenfadada ironía.
La puesta en escena de Borodin es clásica y esteticista, pero nunca ampulosa, y seduce al público incluso más que la obra en sí.
Este enorme ejercicio de teatro atrajo el sábado a personalidades como el Nobel Mario Vargas Llosa y el actor y director José María Pou.
El principal inconveniente fueron los subtítulos en español, bien llevados, pero incómodos de leer durante tantas horas seguidas.
Merece la pena la aventura. Por ello, quiero agradecer muy sinceramente a mis mejores amigos, Paco Salvador y Maribel, haber podido disfrutar de esta memorable experiencia, una inmersión profunda con los “frikis” de este conciliábulo, la más piranesiana dimensión de la Cuarta Pared.
* * *
[Tom Stoppard nació en Checoslovaquia en 1937. Se educó en Singapur e India. Es autor de Rosencrantz y Guildesteren han muerto (1967).]
Noticias de prensa y programa de mano.
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