domingo, 7 de noviembre de 2010
El Café de Negrín.
Con motivo de los cien años de la fundación de la Residencia de Estudiantes (1910-2010), se representa estos días en Madrid, hasta el 14 de noviembre de 2010, la comedia La colmena científica o El café de Negrín, un encargo de Isabel Navarro, asesora del CDN, a José Ramón Fernández. La obra, de apenas algo más de una hora de duración en su versión representada, conmemora el ambiente de progreso y desenfado que se respiraba en el laboratorio de Fisiología de la Residencia, dirigido, a sus 34 años, por el doctor Juan Negrín López. Es Negrín quien capta a sus filas a una jovencísima promesa, Severo Ochoa, gran admirador de Cajal. Don Santiago fue el padre intelectual del proyecto de los laboratorios de la Residencia, y el que hizo que Negrín rechazara suculentas ofertas del extranjero para quedarse en la capital y ponerse a dirigir nuevas investigaciones. Era también Don Santiago un enemigo acérrimo de mezclar la investigación científica con otros aspectos más mundanos de la vida, como el ajetreo político.
Juan Negrín era un portentoso hombre de ciencia. Se había formado y doctorado en Fisiología en Alemania, en la Universidad de Leipzig, había estudiado Economía y hablaba cinco lenguas. Así lo describe Juan Eslava Galán en su esclarecedor friso Una historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie: "Negrín ganó muy joven la cátedra de Fisiología de la Universidad de Madrid. Es un hombre de mundo, culto, refinado, amante de la buena mesa y de las mujeres, con una gran capacidad en los dos campos". Dos aspectos silenciados en esta obra de José Ramón Fdez, y de los que puedo dar perfecta fe, porque mi abuelo, D. Ángel González Lloreda, estuvo sirviendo como chófer militar de Negrín durante parte de la contienda civil. Lo recogía y lo llevaba muchas noches al teatro Fontalba, siempre acompañado de bellas fulanas, y de compañeros de partido y francachelas, con quienes hablaba con desparpajo de las más recientes "liquidaciones" y purgas acometidas en Madrid contra los facciosos. Mi abuelo llegaba pálido a casa después de lo que había oído comentar en el coche.
Juan Eslava lo dibuja en su libro como un moderado que consigue terminar con la revolución anarquista, sanea la retaguardia, libera a sacerdotes encarcelados, devuelve sus tierras a muchos propietarios y normaliza la justicia. Por contra, favorece a los comunistas y acepta la injerencia soviética en la guerra. Cuando la situación se torna catastróficamente fea para la República, insiste en prolongar la lucha, acaso con la esperanza de que Hitler y Mussolini den pronto sus pasos en falso en el mapa europeo y provoquen un conflicto mundial.
En la comedia de José R. Fernández se habla de sus primeros escarceos subversivos, en tiempos de la agonizante dictadura de Primo de Rivera, cuando se corría a tiros a los émulos de los conejos por la carretera del Pardo. De su acción republicana nada se comenta expresamente. Pero tampoco se traza una apología del personaje. Celoso del acercamiento de Ochoa a Jiménez Díaz y a Pío del Río, impidió que aquel se posesionara de una cátedra de Medicina en Santiago de Compostela, a la cual le había instado a presentarse. Parece ser que las razones de la traición obedecieron a la tradicional endogamia entre colegas y al hoy por ti y mañana por mí. Severo –quien ya gozaba de sonoro prestigio-- debió de servir en aquella ocasión de papel reactivo: el candidato ganador, hijo de un colega catalán, había derrotado en buena lid a todo un Ochoa.
¿Y por qué el café de Negrín? Porque era de los mejores cafés que se podían tomar por entonces en Madrid. Se preparaba, con el concurso de José Moreno Villa, para la tertulia de amigos de la Residencia que se celebraba en un rincón del laboratorio. Federico y Buñuel, por supuesto, y también el pedagogo Ángel Llorca, el músico Jesús Bal y Gay, y hasta a veces el mismísimo D. Miguel de Unamuno. Las investigadoras Dorotea Barnés y Felisa Martín Bravo quedan en la representación sintetizadas en la figura de la maestra Justa Freire. Existe una preocupación, desmedida y evidente, por la educación de las masas y el atraso científico de España (jaleado por el unamuniano "que inventen ellos"). Si analizamos el componente estudiantil de la universidad española, y de la propia Residencia, no encontramos casos de hombres y mujeres del pueblo. España, en tiempos de la II República, rondaba un 50% de analfabetos. Accedían a los estudios superiores y a la investigación los señoritos de las clases media y alta. En cuanto a los miembros de la Residencia, todos eran hijos de burgueses adinerados de inclinación republicana. El pueblo quedaba a años luz de todo aquello. Si no era analfabeto total, se debió a la acción formativa de las escuelas católicas, que quizá promovían demasiados latines e historia imperial en detrimento de una aceptable exploración racionalista de la realidad. Se dice que, con la llegada de la II República, el Estado empezó a competir con los curas y monjas en esto de la educación del pueblo, levantándose más de 11.000 nuevas escuelas, dignificando los cuerpos docentes, modernizando los estudios universitarios, creando el Consejo Nacional de Cultura y, sobre todo, promulgando las Misiones Pedagógicas y su teatro clásico ambulante, bajo auspicio de D. Fernando de los Ríos, y bajo la batuta de Lorca y Casona.
Es así que, el 18 de julio de 1936, cuando estalla la Guerra Civil, se puede decir que España es todavía un torpe reducto de gañanes, fácilmente influenciables en pro de uno u otro signo. Las masas anarcosindicalistas y comunistas eran prácticamente iletradas, e igual sucedía con muchos seguidores de los sublevados, especialmente con los componentes del glorioso ejército de África. Quien sabía leer y escribir, y se apuntaba a un sindicato o partido político, intentaba rápidamente medrar dentro de él, dirigir su propio cotarro, manejar a una caterva indolente y agitarla contra el rival. Fuera de un mando y de un ejército disciplinado, sólo quedaba una camarilla de facciones con etiquetado variopinto, que se cargaron la composición y defensa efectiva de la causa republicana en el primer año y medio de guerra.
Esa oligarquía investigadora, culta, que habla varios idiomas, que se forma también en el extranjero, liderará, pues, por obra y gracia del cruel destino, a la masa alpargatera. Desde luego, era para echarse a temblar, lo que podía salir de aquello. La gente humilde, formada en los cuatro latines y creyente, o permanecería neutral, o militaría más con los "nacionales", que, al fin y al cabo, no estaban por quemar iglesias y conventos, ni por profanar tumbas y sacristías. El grito azañista de ¡España ha dejado de ser católica! no podía haber sentado bien a muchos, cuyos hijos e hijas habían sido acogidos y educados por la Iglesia. El Catolicismo significaba respetar la tradición histórica y sociológica del país, con sus grandes virtudes y defectos, y no empeñarse en construir sobre barro en nombre del agnosticismo, el amor libre, el divorcio, y los estatutos de autonomía.
Que en España se ha atendido poco a la ciencia y al progreso técnico es evidente. El que no era arquitecto o abogado era licenciado en Filosofía y Letras o, acaso, hasta en Teología por la Pontificia de Salamanca o Comillas. La Junta de Ampliación de Estudios se propuso formar a científicos, los nuevos cajales españoles. En términos de D. Santiago, "…La idea última de la Institución Libre de Enseñanza era cambiar España mediante la educación: conceder becas; estimular a estudiantes y a profesores para que fueran a formarse al extranjero. La Junta otorga becas para estudios fuera de España, y equipara también los estudios de las personas que viajan por su propia cuenta al extranjero". Uno de sus mayores éxitos fue, sin duda, posibilitar la maduración hacia la genialidad de Severo Ochoa.
Es una lástima que haya desaparecido de la versión ahora escenificada el personaje conciliador de la enorme Marie Curie: "Me pregunto si nos especializamos tanto en un aspecto técnico que llegaremos a ignorar todo que directamente no tenga que ver con nuestra especialización, y si eso no nos llevaría a la barbarie. Nunca ha habido a la vez más sabiduría y más ignorancia […] Es indispensable la supremacía de la razón y de la moral". El compromiso ético como basamento de una sociedad estabilizada que camine con progreso responsable hacia el porvenir.
Tampoco resultaría desdeñable una mayor presencia sobre las tablas de la figura de Unamuno, que sí cobra en la redacción íntegra del espectáculo. Unamuno es el patriarca de la duda filosófica, del pensamiento de la gnosis, y en parte también conlleva la imagen del dinosaurio cultural, catedrático y profesor de Griego que anquilosa y lastra la joven e inquieta promoción científica de la universidad española. Unamuno representa esos fantasmas del pasado: rigidez, inmovilismo, teocracia puesta en solfa pero nunca aniquilada. ¿Por qué dudaría tanto ese señor? ¿Por qué no desterró de España a Dios de una vez por todas, en beneficio de una ciencia sin prejuicios? Y, sin embargo, este D. Miguel pintado por José Ramón Fernández no duda en acoger y vitorear a la naciente juventud universitaria republicana: "No puedo decir si la República resolverá los problemas de España, pero será el medio de plantearlos".
Otro aspecto abordado por la obra es el de la formación intelectual de la mujer. En este aspecto, Justa Freire –como la Natacha de Casona-- se transforma en adalid del movimiento de acceso de las féminas a la cultura reglada: "Cada vez hay más mujeres, en los laboratorios y en todas partes. Este año habrá más de treinta mil niñas estudiando el bachillerato. Una niña por cada tres niños. Puede parecer poco, pero es que hace treinta años estudiaba una de cada mil".
El carácter rebelde de la nueva mujer republicana y atea queda patente en un comentario que contiene el texto original, suprimido de la escenificación. Lo dirige Moreno Villa a propósito de un concurso de blasfemias que se celebró en un café de La Latina y que ganó por méritos de deslenguada soez la pintora Maruja Mallo (escena 3, año 1927).
El propósito claro de la comedia de José Ramón Fernández es presentar el laboratorio de la Residencia de Estudiantes como el crisol de la futura España. Se avecinan tiempos positivos, mucho más prósperos, aun a costa de sacrificar otros factores, como soñaban Cajal, Negrín, Ochoa, Freire, Llorca, Moreno Villa, y tantos y queridos amigos y colaboradores del centenario trasatlántico:
JUSTA FREIRE.--¿Usted, don José, cree que esto es España?
MORENO VILLA.—Pienso lo que dice don Alberto Jiménez Fraud. No lo es, pero lo será. […] Hay una España que casi no ha cambiado desde hace siglos. Labradores que no tienen otra cosa que el agua de las nubes y el consuelo de la religión. Y nunca un libro.
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Los seis actores que componen el elenco interpretativo están muy correctos en sus papeles. Descuella la madurez de José L. Esteban, espléndido poeta conductor José Moreno Villa –en cuyos gratos recuerdos se basa buena parte del argumento--, pero que igualmente hubiera representado un dignísimo Severo Ochoa (mejor que Iñaki Rikarte). David Luque borda la personalidad de un aguerrido Juan Negrín. Lola Manzano da la talla como maestra progre en la piel de Justa Freire, mientras que las actuaciones de Rikarte, Pedro Ocaña y Paco Ochoa resultan mucho más discretas. La dirección es de Ernesto Caballero.
Vale la pena reproducir aquí la intencionalidad expresada por el autor, José Ramón Fernández, en el programa de mano de La colmena científica:
"España, para crecer como País, ha de fijarse el objetivo de mejorar la educación de sus ciudadanos Y la formación de sus científicos. Para ello, hay que hacer posible que crezca una nueva generación de científicos, al tiempo que hay que formar nuevas generaciones de ciudadanos desde la escuela.
Esto se Planteaban personas como Santiago Ramón y Cajal, presidente de la Junta para Ampliación de Estudios –Al carro de la civilización española le falta Ia rueda de la ciencia-, y Alberto Jiménez Fraud, director de la Residencia de Estudiantes, cuando decidieron hace un siglo poner en marcha los laboratorios que la Junta mantuvo durante veinte años (1916-1936), en lo que conocemos como el Pabellón Transatlántico de la Residencia de Estudiantes.
El director del Laboratorio de Fisiología -el lugar donde comenzó su formación como investigador el Premio Nobel Severo Ochoa- era un joven y brillante científico llamado Juan Negrín, a quien Santiago Ramón y Cajal convenció para rechazar magníficas ofertas y aceptar hacer este trabajo por su país. En el laboratorio de Negrín se reunían a tomar café algunos residentes, como el pedagogo Ángel Llorca y el pintor y poeta José Moreno Villa. De la evocación de éste desde su exilio mexicano parte la obra que aquí se presenta, que sobrevuela diez años de aquel lugar mágico. A través de la relación entre el joven Ochoa y su maestro trato de reflexionar sobre el diálogo que el científico -por extensión, todo intelectual- mantiene con el mundo que lo rodea.
Por la memoria de Moreno Villa pasarán personas relacionadas de una u otra forma con la Residencia, como Ángel Llorca, Severo Ochoa, Francisco Grande Covián, Santiago Ramón y Cajal, José Moreno Villa, Justa Freire, Juan Negrín, Miguel de Unamuno o Marie Curie. La sola evocación de esos nombres habla de un lugar, en Madrid, que hizo de la inteligencia su única bandera. Cuando digo mi patria, pienso en la Residencia de Estudiantes."
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(En cuanto a Juan Negrín Lopez, acabada la Guerra Civil presidió el gobierno republicano en el exilio hasta 1945. Se estableció en Gran Bretaña, donde ejerció la medicina con éxito hasta su fallecimiento, en 1956, el mismo año en que se apagó el novelista Pío Baroja).
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