“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

En este país...

lunes, 22 de mayo de 2017

Los comediantes.


Después de un breve paso por Teatros del Canal, el Teatro Marquina de Madrid ha acogido la original semblanza de Albert Boadella sobre su vida y su experiencia teatral. El sermón del bufón, adaptación de su libro Memorias de un bufón (Espasa Calpe, 2004), cuenta con el patrocinio de RTVE y de Teatros del Canal, entre otras instituciones. Se trata de un espectáculo de confesiones y de reconocimientos ante el público, donde el escenógrafo y actor se desdobla en dos caracteres diferentes, pero simbióticos: el niño Albert, travieso, gamberro, jocoso, y el adulto Boadella, más comedido, aplomado y “responsable”. Recuerdos del enfant terrible de la niñez, y repaso a cincuenta y seis años de producciones con Els Joglars, en las que siempre ha primado más la mímica, la gesticulación, la música y el movimiento que la palabra. El discurso queda para los escritores, pero no tanto para un teatro cómico, ácido corrosivo, que pretende, mediante la exageración y la transgresión, convulsionar la sociedad. Albert y sus compañeros han sido, sobre todo y ante todo, comediantes, artífices bicornes de la farsa y de la traca.
El niño que tiraba un coche de hojalata a un pozo, que torturaba a una gata con descargas eléctricas y que se orinaba en el cáliz de la misa para probar la transmutación de cualquier caldo en la sangre del Redentor, fue el responsable de aquellas primeras obras que militaban con el extremismo político de izquierdas, tipo Teledeum o La Torna. La primera, una sátira blasfema de la celebración de la misa, suculentamente modernizada con elementos más comerciales como el “Ketchupcrist”, un producto para comulgar bajo las dos especies, con ligero sabor a tomate. (Como dice Boadella, la misa abandonó el teatro cuando comenzó a celebrarse en la lengua de cada uno, y no en latín.) En cuanto a La Torna, una visión grotesca de un consejo de guerra con unos militares borrachos, le costó el encarcelamiento y la posible pena de seis años de cárcel. Pero Boadella se las ingenió para fingirse enfermo, y una vez en el hospital, fugarse por una ventana y huir a Francia. Allí, el Albert impenitente y rebeco montó otra áspera farsa antibretona (Virtuosos de Fontainebleau) porque un gendarme le cascó una multa injusta. Así era Albert, dando chispa a la mecha.
La Torna (1977) conllevó un desengaño amargo. Boadella no se sintió arropado por la izquierda que hasta ese momento abanderaba, que curiosamente –mira tú—lo quería en la cárcel como “mártir”, y comenzó a dar un giro ideológico determinante en su vida y en su trayectoria profesional. La Torna provocó una perturbación de ondas importante, pero si se calibra bien, algo parecido se atrevió a hacer John Ford en El sargento negro (Sergeant Rutledge, 1960), al mostrar un tribunal militar que, en los intermedios de un consejo de guerra, organiza su pequeña timba. Es que España, “por tan raro disfraz equivocada”, soñándose libre y despertándose presa, no estaba aún acostumbrada a mofarse de sus instituciones.
Con posterioridad, la mirada crítica de Albert –con aprobación de Boadella—se centró en Jordi Pujol, a quien conocía desde sus días en Banca Catalana. Así llegó el turno de Ubu President y de Ubu o los últimos días de Pompeya. La figura de Dalí, uno de los grandes genios catalanes –junto con Gaudí—no escapó tampoco a la revisión por parte de Boadella.
Hora y tres cuartos de conversaciones entre Albert y Boadella, con varios momentos en que ambos se confunden y parecen uno solo. (Albert y Boadella son tan sanos que saben reírse el uno del otro.) Lecturas desde el púlpito contra la irreverente sociedad de paranoicos que conformamos la masa social, y proyecciones de secuencias de sus particulares esperpentos, redondean este fresco, juvenil y merecido homenaje del consagrado al teatro y al oficio de comediante.
Curioso: el público que hoy arropa, aplaude y festeja que haya un Boadella sería el mismo que hace cuarenta años lo condenaría por insolente, obsceno y blasfemo. Lo que cambia una torna.
© Antonio Ángel Usábel, mayo de 2017.




No hay comentarios:

Publicar un comentario