“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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domingo, 6 de julio de 2025

Me duele como a ti. Rosa Montero sobre Marie Curie.

Todos los seres humanos estamos sometidos a las contingencias de la vida, y, en algún trámite de ella, pasamos por las mismas experiencias que han atravesado nuestros congéneres, algunas muy gratas y reconfortantes, otras tristes, trágicas y desalentadoras. Nos toca saborear la vida con la mayor intensidad posible, pero también recibir con acritud a la Dama del Alba, ya para nuestros familiares y amigos, o bien para nosotros mismos. Como dijo aquel, “no solo hay que saber vivir, también hay que saber morir llegado el momento”.

A veces necesitamos saber que los demás también sufren, para conjurar nuestro dolor ante una adversidad funesta y profunda. “Mal de muchos, consuelo de tontos”, se dice. O “Todo tiene remedio, menos la muerte”. Voy a hablar de un caso, transmutado en forma de libro, que merecería haber recibido mi atención y comentario mucho antes, puesto que se editó en 2013 y yo acabo de finalizar su lectura en estos días de abril de 2025. Me refiero a La ridícula idea de no volver a verte, de la periodista y escritora Rosa Montero. La autora perdió a su marido, el también periodista Pablo Lizcano, el 3 de mayo de 2009, por efecto de un cáncer devastador. Su desolación buscó refugio y, en parte, catarsis, en lo que significó la muerte inesperada, por accidente, de Pierre Curie para su esposa, María Sklodowska-Curie. Los esposos Curie formaron, quizá, el mejor tándem matrimonial y profesional de la Historia (por lo menos, de la de la Ciencia). Ambos, Premio Nobel de Física en 1903 por el descubrimiento del radio y de la radioactividad natural de los elementos, junto a Henri Becquerel. Después, en solitario, Marie recibiría, en 1911, el Premio Nobel de Química.

Marie y Pierre Curie.

Quien más o quien menos conoce que Marie Curie perdió a su marido Pierre cuando este resbaló en una calle y su cabeza quedó atrapada bajo la rueda de un carro. Era el 19 de abril de 1906. 46 años tenía el físico investigador y 38 años su esposa, quien quedó al cargo de su suegro y de sus dos niñas, Irene y Eva (la primera, eminente científica como su madre, descubridora, junto a su consorte de la radioactividad artificial, y ganadora del Premio Nobel de Química en 1935; la segunda, biógrafa de Marie y literata). Fruto de aquel accidente que reventó la cabeza de Pierre fue un diario que Marie escribió en honor de él y a modo de consuelo y despedida. Este diario, y las modernas biografías sobre Marie Curie, son las que inspiran a Rosa Montero su libro, un bellísimo acercamiento a aquella pareja de sabios, a sus vicisitudes y a su lado más humano. Aunque se hayan leído otras reconstrucciones de la vida de la doble Premio Nobel franco-polaca, --acaso más técnicas, densas o documentadas--, no se debe dejar pasar el delicioso, cálido y tierno homenaje que le dedica Montero.

Entre los rasgos que caracterizaron a los Curie se dan coincidencias con Rosa Montero y su marido Pablo. Este último era un apasionado gran conocedor de la Botánica, y de hacer excursiones de observación por el campo. Igual los Curie, grandes entendidos en especies de plantas florales y extraordinarios aficionados a recorrer campiñas y espacios naturales en bicicleta. La autora del libro presenta el dedo anular más largo que el dedo índice, una característica no frecuente en las mujeres, y sí en los varones; pero es que Madame Curie tenía el mismo don masculino. Por otra parte, Marie Curie desarrolló un aliento maternal no solo hacia sus dos hijas, sino también hacia Pierre, a quien debía de ver como un niño grande, un sabio volcado en su intensísimo trabajo de laboratorio necesitado de protección y cuidados. De igual modo, esta es la semblanza que de Pablo Lizcano traza Rosa en su texto: “Pablo era un niño. Pablo era un hombre. Era un niño dentro de un hombre. Tenía una inteligencia formidable y muy original: seguía sorprendiéndome tras dos décadas de convivencia. Era cabezota, refunfuñón, seductor, honesto. Escribía muy bien y era un estupendo periodista. Además de elegante, atlético y meticuloso. Y le gustaban tanto el silencio como las discusiones […] Le recuerdo sacando a la calle, sobre un cartón, caracoles recogidos en nuestro pequeñísimo jardín, porque no tenía corazón para matarlos (solía hacerse el duro pero era así de bueno). Le recuerdo feliz paseando por los montes…” (v. el capítulo “Escondido en el centro del silencio”).

No obstante, esta es una historia sobre Marie Curie, como mujer de inteligencia superior, con fortaleza y arrestos como para abandonar su país natal e irse a estudiar a Francia. Una mujer que pasó frío y hambre mientras se formaba en París, que supo atraerse a un joven con enorme potencial y talento, que luchó contra los prejuicios sexistas, que removió toneladas de material radioactivo con sus propias manos, que se implicó denodadamente en descubrir mínimas porciones de mineral puro, que, en principio, ella y Pierre pensaron que era la solución para todo, y que la comunidad empresarial internacional explotó en desconocido perjuicio para la salud de los ciudadanos. Efectivamente: nadie temió al radio, y minúsculas porciones de él se incorporaron a lociones, cremas para la piel, y otros productos mágicamente curativos o beneficiosos. Los mismos Curie no tomaron las correctas precauciones para protegerse del mineral: Pierre hasta portaba un tubito con algo de radio en el bolsillo. Tanto su salud, como la de Marie, se fueron prontamente resintiendo. Pierre se sentía muy cansado y debilitado cuando sufrió el fatal percance con aquel carro. Si no hubiera muerto del aplastamiento, posiblemente habría fallecido no muy tarde por destrucción o alteración de las células y de la médula espinal. La misma Marie falleció a los sesenta y seis años, muy avejentada, el 4 de julio de 1934, por anemia aplásica, es decir, por un completo deterioro funcional de su médula.

En una mujer de inteligencia privilegiada, tan autoexigente y estricta consigo misma, tan esforzada y entregada a la causa científica, ¿Quedaría algún espacio para el amor, para encontrar la felicidad de la vida hogareña y el solaz en la intimidad? En la mayoría de los retratos fotográficos que se conservan de la genio, se la percibe como una persona extremadamente severa, firme, disciplinada, sesuda, cerebral, sin concesiones a la relajación, y menos a una sonrisa. Una mujer sargento, soviética, militarizada. Y, sin embargo, por sus escritos privados al menos, parece que sí llegó a disfrutar de su familia francesa y a sentirse unida a Pierre como si estuviera destinada para ello. Es más, una vez muerto su marido, Marie Curie se enamoró otra vez, aunque su unión furtiva con Paul Langevin, un estrecho colaborador de su esposo, durara poco, pues él era casado y un donjuán empedernido. La prensa más amarilla se encargó de airear el asunto: a Marie se la tachó de extranjera roba maridos, y hasta fue muy seriamente amenazada por la engañada mujer de Langevin. Todo ese escándalo en medio de la concesión a la investigadora de su segundo Nobel. Gente sin contemplaciones hubo que apedreó la casa de Madame Curie. No la perdonaban una parcela privada poco edificante bajo la consigna de la moralidad burguesa y cristiana. La científica recibió, empero, el apoyo condescendiente de eminencias en ciernes, de la talla de Albert Einstein, jovencísimo entonces.

Tumbas de Marie y Pierre Curie en el Panteón de París.

Aun cuando eran dos inmensos investigadores de la Naturaleza, Pierre y Marie también mostraron una inclinación o creencia hacia los supuestos fenómenos parapsicológicos de comunicación con el más allá y con las almas de los difuntos. Asistieron a algunas sesiones espiritistas y vieron aquellas experiencias como un territorio inexplorado. El espiritismo, como ingrediente del antipositivismo y del antirracionalismo, se había puesto muy de moda en Europa y Norteamérica en la segunda mitad del siglo XIX e incluso primeros años del XX.

Lo que sí tenían claro ambos genios era la necesidad imperiosa de despertar en la juventud un interés por el estudio de la Naturaleza, en detrimento, acaso, de los estudios humanísticos, como única fórmula de lograr un avance imparable de la Ciencia. Fue tema de conversación entre Marie, Pierre, y otras personas amigas en la víspera del fatídico día para aquel.

El libro de Rosa Montero nos recuerda que la Muerte existe, que está ahí, siempre pendiente de nosotros y acechando el mejor y único instante. Hay un pasaje, al inicio del capítulo titulado “Aplastando carbones con las manos desnudas”, que da escalofríos y hace reflexionar preocupantemente: cuando la autora compara la llegada de la Muerte con el juego del escondite inglés: alguien (tal vez la víctima) apoyado en la pared, de espaldas, mientras los jugadores intentan acercarse sin ser descubiertos. Entre ellos está la Muerte, que avanza hacia la pared ligera, silenciosa, implacable y cruel. En algún turno, gana la partida.

© Antonio Ángel Usábel, abril de 2025.

sábado, 1 de marzo de 2025

El dilema ucraniano (y europeo).

Las relaciones entre Rusia y Ucrania nunca han sido cordiales. Tras la revolución comunista de 1917, y la consolidación de la llamada "dictadura del proletariado" (no otra realidad distinta que un régimen unipersonal, donde un tirano legisla y decide "en bien del pueblo"), Moscú quiso tener bajo su bota a los ucranianos, incluso matándolos de hambre, como sucedió durante el Holodomor. También intentó la Unión Soviética de Stalin anexionarse Polonia, al considerarla un semiestado y aprovechando la agresión nazi hacia ella, como territorio católico y débil.

En nuestros tiempos recientes, Vladimir Putin arrebató por la fuerza a Ucrania la estratégica península de Crimea, y, desde hace tres años, mantiene una guerra que, si no ha terminado mucho antes, ha sido por una sustancial ayuda norteamericana a su ejército y por los cuidados paliativos de los países de la Unión Europea. 


Seamos realistas y no queramos hacer lo imposible: desde el principio Ucrania llevaba las de perder. Rusia, a pesar de las represalias económicas en su contra, sigue contando con ingresos importantes, merced a su petróleo y su gas (que compran países como España). Puede continuar atacando suelo ucraniano cuanto quiera. Solo si continuara la ayuda de Estados Unidos esa contienda podría alargarse por varios años más, tal vez, aunque con la certeza de que Rusia nunca caería derrotada. El apoyo otorgado por Europa es, a todas luces, insuficiente para permitir que Volodímir Zelenski defienda su nación y su gobierno. 

Así pues, ahora la administración Trump ve y entiende que apoyar la continuación de la resistencia ucraniana no tiene mucho sentido, porque, en el otro bando, están Putin y sus correligionarios: Corea del Norte y China. Para pasar a otro nivel, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN habrían de involucrarse más: tendrían que meterse del todo en el conflicto. Y ya estaríamos hablando de una nueva Guerra Mundial. La Tercera.

La solución que ofrece Donald Trump es detener ya esta guerra, haciendo para ello las dolorosas concesiones a Rusia, y también cobrándose Norteamérica toda la asistencia prestada a Ucrania en estos tres años. ¿Cómo? Por medio de la cesión de la explotación de minerales.


Es un lo tomas o lo dejas. ¿Admites que te han invadido y subyugado? ¿O prefieres mantener tu resistencia numantina porque la crees justa y razonable?


Zelenski no lo tiene nada fácil para decidir. Ahora mismo firmaría una paz ominosa y no honorable. Putin resultaría el gran vencedor. Y este triunfo, aparte de alimentar su Ego y su popularidad dentro de Rusia, incluso podría animarlo a repetir la guerra en otra parte, contra otro país. Recordemos que tal euforia la sintió Hitler cuando se anexionó los sudetes, Austria y Checoslovaquia. Puedes ocupar cuanto quieras, que los demás no van a hacerte nada. Protestarán, pero no pasarán de ahí. Sin embargo, la gota que colmó el vaso entonces fue la agresión a Polonia, el uno de septiembre de 1939. Esa audacia decretó el inicio de una cruenta guerra en Europa y, también, en el mundo.


¿Y si Vladimir Putin decidiera, en un par de años, intentar recuperar Alaska (que fue vendida a los norteamericanos en marzo de 1867, por algo más de siete millones de dólares, y es el estado más extenso de todo Estados Unidos)? ¿Se cruzaría de brazos, entonces, Donald Trump, y apostaría por una cesión de Alaska a los rusos? ¿O, por el contrario, convocaría a los países miembros de la OTAN y les obligaría a asistir a Washington en su respuesta militar a la desfachatez del Kremlin? 


Una vieja fábula de Esopo cuenta que un lobo miraba por la ventana de la cabaña del pastor cómo saboreaban él y su familia un delicioso cordero, mientras él no podía pretender darse el mismo festín sin ser perseguido por el propietario del rebaño. El pastor mataba y comía lo que era suyo, y fustigaba al que le viniera a robar. Otro cuentecillo relata cómo las ovejas, que ceden amablemente su lana a su dueño, aconsejan despreocupadamente a un ternero que se deje conducir al matadero. Total, no van a ser ellas las sacrificadas; lo va a ser otro.


Esto nos dice que es muy fácil aconsejar que se ceda, cuando no nos va la vida en ello. 


Rusia no es una democracia. Nunca la ha tenido. Del despotismo zarista pasó al estalinismo, y luego a la mala transición que gestaron Gorbachov y Yeltsin. El resultado es el gobierno autárquico de un líder que no permite sobre él la más mínima sombra. Que identifica Rusia con sí mismo, como Luis XIV con Francia ("El Estado soy yo"). Este es el perfil de mandatario con quien se las debe ver Europa. Un caudillo de igual catadura a los que pueblan el horizonte comunista. Estados Unidos prefiere llevarse bien con ese líder, que posee un importante botón termonuclear con misiles hipersónicos de última generación. Norteamérica (que hoy no anda muy sobrada) decide dejar su papel de sheriff contra los malos. De todas formas, ya hay una guerra abierta: la guerra comercial por la colocación de productos en los mercados. De momento, vence China. Y es muy difícil que la deje de ganar. Sus bajos precios son altamente ruidosos y competitivos, porque hay mucho chino que produce por un cuenco de arroz, y tan contento con su misión. 


Europa, entre dos aguas, como la canción de Paco de Lucía. Bajas sus defensas. Y, a sus puertas, el enemigo.


© Antonio Ángel Usábel, marzo de 2025.