El escritor Arturo Pérez-Reverte acaba de rendir un merecido homenaje al habla linda y dulce de los hispanoamericanos en su artículo “Sois la hostia, la hostia” (XL Semanal, 27-12-2020). Compara el descuido, y casi desprecio, hacia la lengua que a menudo demostramos los españoles, en situaciones familiares o coloquiales, con el inmenso amor y cuidado en la expresión de la mayoría de los latinos, sobre todo si proceden de un ambiente humilde. Ellos consideran que cuidar su forma de hablar es tener y demostrar consideración a la persona a quien uno se dirige. Es buscar el respeto del receptor siendo considerado con él por medio de la formulación del mensaje.
De sobra es conocido que el tuteo no se utiliza en Hispanoamérica, prefiriéndose el “usted” o el “ustedes” incluso cuando se tiene confianza con el interlocutor. El habla hispana resulta más cantarina y dulce, por lo general, y así acomodan los adjetivos como si fueran adverbios, resaltando con ello el cromatismo de la acción. “Canta guapo”, dicen, y no “canta bien”. Igualmente, les ponen diminutivos afectivos y cariñosos a los adverbios, demostrando con ello delicadeza y finura. Cuando leí la famosa novela histórica Las lanzas coloradas (1931), debida al novelista venezolano Arturo Uslar-Pietri, se me quedó muy grabada en la memoria una grácil escena entre el negro revolucionario Presentación Campos y una soldadera que se dedica a cuidar heridos, a la que llaman La Carvajala. Es una mujer del pueblo, una campesina recia y sin cultura, pero de exquisito trato, tal y como se evidencia en su discurso, marcado por una gracia cortés:“—Yo nací en el Llano. Mucha sabana…, sabana…, sabaaaana…; toditico plano…, planiiito…¡Da gusto! Pero una es muy sinvergüenza. Ya desde muchacha me empezaron a picar las patas. No me hallaba. ¡Y no sé cuándo, pero cogí ese camino y me despegué! Y ándate que te andas, me caminé una porción de pueblos…”
Posiblemente, una española de la misma época (primer tercio del siglo XIX), agreste y sin cultura, hubiera estado mucho más cerca de los giros vulgares de Mauricia la Dura, el personaje galdosiano, y hubiera soltado lo siguiente, para comunicar lo mismo:
“—A una la parieron en el Llano. Un páramo donde no crecía ná. Yo era el culo de mal asiento, así que harta con aquello, me tiré a los caminos, y perdí de vista varios pueblos, hasta llegar acá.”
Se dice lo mismo, y de forma más directa, pero menos delicadamente.
El hispanoamericano está más atento a las posibilidades expresivas que ofrece el idioma español, y aunque a veces no sea capaz de reflexionar gramaticalmente sobre su lengua materna --si su nivel de instrucción es bajo--, sí que atiende a un vocabulario más rico y a unas construcciones sintácticas más esmeradas que mucha gente instruida de España. Le sale de manera natural, espontánea, quizá porque en la familia el tratamiento de respeto de los hijos a los padres, y de estos a los abuelos, funciona mejor. Es mucho más tradicional. Y eso incluye cuidar el habla.Quizá sea Hispanoamérica la que salve al español de sus defectos, descuidos y miserias. Ella engrandeció la lengua española, y ella es el principal y gran estandarte de nuestro idioma común.
© Antonio Ángel Usábel, diciembre de 2020.
El escritor Fernando Sánchez Dragó cuenta la anécdota de que, alojado en un hotel de la capital azteca, le deslizaron bajo la puerta el periódico del día. Lo desplegó y se encontró con el siguiente titular: “Hombreriega asesina a su amante”. Tal calificativo, no reconocido por la RAE, era un neologismo calcado de “mujeriego”. Se supone que se refería a una mujer que andaba con hombres diversos. Los hispanoamericanos son más proclives a crear neologismos por calco sobre palabras ya existentes; por ejemplo, la voz verbal “sesionar”, ˋcelebrar una sesión´.