Con esta oración finaliza la
tragicomedia de Óscar. O la felicidad
de existir, basada en el libro de Érich-Emmanuel Schmitt Oscar y la Dama de Rosa (2002), que
el director Juan Carlos Pérez de la
Fuente ha llevado al Teatro Arapiles 16 de Madrid, contando con el
magistral talento de la actriz Yolanda
Ulloa. La única intérprete se desdobla en varios personajes, casi todos niños
que pueblan la sección infantil de un hospital.
Esta obra es la historia de
Óscar, el “Cabeza Huevo”, un niño de diez años, enfermo terminal de leucemia, y
de su consoladora amistad con una mujer voluntaria, Mami Rosa. Mami Rosa se
inventa que ha sido campeona de lucha libre e insta al niño a desahogar su pena
escribiendo todos los días a Dios. Porque, si es cierto que Papá Noel no
existe, no es menos verdad que Dios sí. Que nos escucha y a veces hace una
visita a nuestro pensamiento.
Óscar se aplica a escribirle a
Dios, confiándole su experiencia con sus amigos y sus deseos. Por allí se
asoman el Palomitas, el Bacon, el Einstein, y la deliciosa Peggy Blue, llamada
así por el tono poco oxigenado de sus venas. Un día Óscar se entera de que ya
no va a vivir más, y se queja de esa injusticia. Porque sus padres se morirán,
y Mami Rosa también, pero él lo hará primero, sin apenas confesar que ha
vivido.
Mami Rosa lo conduce a la capilla
del hospital y le muestra el crucifijo. El Hijo de Dios se enfrentó a la muerte
para darnos esperanza de que se la puede vencer. Y que no hay que temer a lo
desconocido –como sí lo hace Hamlet en su monólogo—sino abrazarlo con
curiosidad, como algo que tenemos que conocer. A la muerte –aunque nos cueste
mucho—hay que naturalizarla, ya que forma parte de la vida de los seres.
Mami Rosa sugiere a Óscar que
piense y crea que cada día que viva de los próximos doce, cumplirá diez años
más. Así se irá con ciento veinte años cumplidos, todo un veterano de este
mundo. Óscar le hace caso, y los estragos de la leucemia sobre su cuerpo se
confunden con los signos de la madurez y de la vejez.
A medida que seguimos la
representación –que Yolanda Ulloa vuelve completamente hipnótica, divertida y
creíble—nos hacemos la película de la historia en nuestra cabeza. Tras un
despertar, Óscar contempla la luz por la ventana como si fuera la primera vez,
y lo que ve lo deja fascinado; quizá sea la preparación necesaria para cuando
llegue en breve el instante del tránsito a ese país ignorado que solo hay que
recordar. El texto de Schmitt es una pequeña maravilla. Juan Carlos Pérez de la
Fuente acariciaba este proyecto desde hacía tiempo, e incluso había contado en
su momento con las figuras de María Jesús Valdés y Ana Diosdado para el
monólogo de Mami Rosa.
Dios puede ser quien nos acompaña
y quien nos espera. O puede ser esa quimera de mágico consuelo, “ese servicio
que el hombre inventa para el hombre”. En su primera carta, el niño se
cuestiona la existencia de ese ente cuya dirección postal nadie conoce. Pero
pronto siente que escribirle le reporta un beneficio espiritual, y llega a
cerrar sus misivas con una anhelante posdata. Más allá del placer de vivir,
Mami Rosa lleva a Óscar a creer en algo trascendente. Y a disfrutar de sus
últimos días con sensación de plenitud, y sin reproches.
© Antonio Ángel Usábel, febrero
de 2018.
* Obras de Érich-Emmanuel Schmitt en español:
Cartas a Dios. Óscar y la Dama
de Rosa, Booket, 2017, ISBN 978-84-08-16681-8
El Señor Ibrahim y las flores
del Corán, Booket, 2017, ISBN 978-84-08-16666-5
Concierto a la memoria de un
ángel, Booket, 2014, ISBN 978-84-233-4755-1
La mujer del espejo,
Alevosía, 2013, ISBN 978-84-15608-36-3
El libro más bello del mundo y
otras historias, Booket, 2012, ISBN 978-84-233-2075-2
Milarepa, Ediciones
Obelisco, 2003, ISBN 978-84-7720-987-4
El evangelio según Pilatos, Edaf, 2001, ISBN 978-84-414-0892-0