Publicaba yo en este blog, el 15
de abril del corriente, unas reflexiones sobre el poema que le dedicó Leopoldo Mª Panero al P. Damián, el santo de Molokai
El descubrimiento del texto
poético se debió a una confidencia de mi buen amigo y maestro Francisco Salvador Martínez. Hace unos
días, me ha hecho llegar sus puntualizaciones a mi lectura interpretativa del
poema de Panero, que voy a reproducir y a valorar seguidamente:
“Leo, querido Antonio, a la
vuelta de unos pocos días por Ágreda, Tarazona y Tudela, otro de tus excelentes
trabajos, en este caso un generoso y espléndido estudio dedicado al poema de Panero
en torno al Padre Damián, y no quiero dejar de hacer unas mínimas
contribuciones a tu análisis.
El poema, sin duda, recoge
contenidos religiosos clásicos de los Salmos, de la liturgia de las Horas y
puede que del libro de Job, tomados -como bien analizas- no de una formación
escolar de esa índole, que el poeta no tuvo, sino quizá de un mundo de lecturas
personales, múltiples y diversas (no andan lejos, por cierto, los poemas del
Blas de Otero de Ángel fieramente humano, con sus dramáticas
interpelaciones al fiero Dios bíblico de los silencios), e incluso de posibles celebraciones
religiosas a las que asistiría en el psiquiátrico de Mondragón (podría
corroborarlo el estupendo rastreo que haces de la figura del tal vez hermano
corazonista Javier Cuesta).
Dentro de esas lecturas que
actúan como fuentes indirectas, creo que también hay unos paralelos formales
obvios con las Letanías de Satán de Baudelaire. Veo muy próximos el ¡ten
piedad de mí! y el ¡Oh, Satán, ten piedad de mi larga miseria! Panero
reflejaría de ese modo el malditismo al que fue tan dado en la totalidad de su
obra. Por otra parte, de lo que no tengo ninguna duda es que en el poema late
un auténtico y profundo sentimiento religioso. Panero escribe un texto dedicado
a un hombre de fe (el hermano Cuesta) y lo hace no desde la oración del ateo
unamuniano, sino desde la simpatía que en él evoca el Damián de Molokai del
fraile, un Damián por fin santo en nuestros días tras numerosas dilaciones y
“reseteados” en la maquinaria vaticana. Pero Panero es un poeta, un artista, un
creador, e “inventa” y recrea con gran acierto y desde el dolor la figura
humana del santo que duda y sufre (como también Jesús en los Olivos).
Y se trata de un dolor extremo en
el tono y expresionista en el léxico elegido (rey de los gusanos, labio
destrozado, baba de los días, muñón, cae al suelo mi carne…). Ya te conté,
Antonio, cómo ese poema leído hace años en una graduación de alumnos –momento
de elección desafortunada por mi parte, sin la más mínima duda- concitó
reacciones enfrentadas en el auditorio, y, sin duda, con predominio de las
sensaciones incómodas en personas muy diferentes. No gusta que te muestren en
esos momentos de debilidad y flaqueza a una figura tan reconocida y señalada (y
eso a pesar de estar convencido todavía hoy de que muy pocos tenían idea de
quién era y qué había detrás de su autor).
Y es dentro de ese contexto de
sufrimiento del santo belga donde creo que hay que hacer una mínima matización
a tu luminoso análisis. Interpretas el verso yo que ni hijos ni mujer
merezco como suprema aceptación del
celibato por parte de quien está consagrado al Señor. Pienso, por contra, que
Panero acierta ahí plenamente al expresar una queja velada pero contundente de
ese mismo celibato forzado. Desde hace tiempo, las biografías menos
hagiográficas y piadosas, pero sí rigurosas, venían mostrando la existencia de
una relación sólida y marital de Damián en Molokai. Era ese un aspecto que
incomodaba a los sectores más tradicionales de la propia congregación de los
SSCC y pugnaban por ocultarlo y rechazarlo como si esa flaqueza fuera un estigma
que anulaba lo más importante y trascendental de su obra en la isla. Aún
recuerdo a principios de los noventa una discusión en el colegio en unas
charlas a profesores con motivo de la presentación de una de esas biografías y
el deseo institucional de minimizar tales episodios indeseados. Por todo eso,
yo vería resignación obligada y asumida en ese magnífico Tú que eres mi
mujer y mis hijos, pues otra cosa no podría aceptarse en la católica y
eclesiásticamente célibe Europa del momento. ¡Cuánto me recuerda, por cierto,
este episodio al mucho más reciente de la vida del padre Vicente Ferrer en la
India!
En fin, querido Antonio, mi
enhorabuena y mi admiración por tus siempre sobresalientes trabajos. Pero por
encima de ellas, siempre el mayor de los cariños.”
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Razón tiene mi gran colega y amigo al resaltar el “malditismo” tan cercano a Leopoldo Mª Panero y su vinculación con Baudelaire. En particular, con las “Letanías de Satán”, donde se menciona a los leprosos, que dicen:
“Oh tú, el más sabio y bello de los Ángeles,
Dios traicionado por la muerte y privado de alabanzas,
¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!
(…) Tú que, hasta a los leprosos y a los parias malditos,
enseñas mediante el amor el sabor del Paraíso,
¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!
Oh tú, que de la Muerte, esa amante vieja y poderosa,
engendras la Esperanza --¡esa adorable loca!—
¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!”
Los primeros versos de Panero:
“Oh Señor Jesús, pues la lepra
me consume
¡ten piedad de mí!
Señor de los leprosos y rey de
los gusanos
ya que tengo el labio
destrozado
y el brazo convertido en muñón
y la baba de los días quema mi
esperanza
¡ten piedad de mí!
Fijémonos en que Baudelaire
atribuye a Satán el poder consolador del amor, de la misericordia por la que
son redimidos los parias y los leprosos, llevándoles a saborear, engañosamente,
las dulces puertas del Edén celestial.
Que es, así mismo, Satán quien
trae a este valle de lágrimas la Esperanza, esa engañosa hada madrina a la
quedaban abocados los prisioneros de Auschwitz (“Quien quiere vivir, está
condenado a la esperanza”, dictaminó cierto superviviente). Satán es un
espíritu burlón y sarcástico, a veces aposentador del Inquilino del Cielo. Es más,
por la doctrina del doble, tan cara al siglo XIX, Satán y Dios comparten –para Baudelaire—la
misma magnificencia. No otro es el milagro del dualismo: “¡Gloria y alabanza a ti, Satán, en las alturas/ del Cielo, donde
reinas, y en las profundidades/ del Infierno, donde, vencido, sueñas en
silencio!”
Para un crápula como Baudelaire
nada había de más maravilloso atractivo que la gruesa capa de una noche sin
luna ni luceros: la taberna, los beodos, los peregrinos sin techo, los
jugadores, las enrabietadas prostitutas y sus chulos: “Sé lo que quieras, noche negra, roja aurora;/ no hay una fibra en todo
mi cuerpo tembloroso/ que no grite: ¡Oh, mi querido Belcebú, yo te adoro!” Satán
– Belcebú, olímpico triunfador, a través del vicio y del pecado, de la gala
nocturna. Y sin embargo, tal encomio y reverencia se pagan caros, pues el vate
maldito sufre una larga y fría oscuridad más larga y extrema que la del Ártico,
bajo ese cruel “sol de hielo”, en ese áspero remedo del Salmo 130: “De profundis clamavi”: “Yo imploro tu piedad, Tú, la única que amo
[¿la Muerte?],/ desde el fondo del abismo
oscuro donde mi corazón ha caído./ Es un universo triste de horizonte plomizo,/
donde en la noche flotan el horror y la blasfemia”.
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Pero dejemos Las flores del mal y volvamos al santo homenajeado por Panero. Nada
había de mundano o libidinoso en Damián
de Veuster, un hombre que consagró su vida –y su muerte—a los leprosos. Hay
que separar el personaje histórico de su recreación literaria, que no literal.
Porque Baudelaire, a Damián, le
traía al fresco.
A veces pensamos en complicadas
alternativas "extraoficiales", cuando en realidad lo más sencillo es
lo que pasó.
El P. Damián se distinguió por
una triple elección: 1°. Por ser sacerdote; 2°. Por ser misionero; 3°. Por
sacrificar su vida al servicio de una causa.
Es como si hoy, un cura se marcha
a cuidar a enfermos de Ébola. Probablemente, moriría a las pocas semanas, o
incluso días.
Damián ya decía, antes de
enfermar: "Nosotros los leprosos". Él era plenamente consciente de lo
que escogió. En alguien tan decidido no hay lugar para una mujer ni una
familia. Los leprosos fueron su familia. "Vosotros sois mi madre y mis
hermanos".
Como Jesús, se hizo uno de
nosotros. Abrazó el destino de aquellas personas, como Cristo la carnalidad
humana.
Pocas veces, muy pocas, se ve una
vocación tan grande, pues Damián dio su vida por sus semejantes, tal y como,
verdaderamente, nos pidió Jesús en el Evangelio. "Aquel que dé su vida por
mí, no la perderá, sino que vivirá para siempre". Al fin y al cabo, por un
Misterio que se nos desvelará algún día, Él hizo lo mismo por nosotros.
Cuando San Pedro regresa a Roma
para acompañar a los perseguidos por Nerón, en ese momento, ha perdido su
miedo, porque ha comprendido. Ha comprendido que, en realidad, huía de quien
nada se debe temer: el propio Jesucristo. Es Jesucristo el que le espera en
Roma, no Nerón. Y de Jesucristo no cabe esperar ningún mal. Eso es lo que
entiende también Damián de Veuster cuando se dirige a Molokai. La acción que
exige la Fe del cristiano. “Post
tenebras, spero lucem”.
Un mártir por la fe y por su
servicio a los demás consagra toda su vida y su ser a Dios. Impensable sería
que Damián pidiera a alguien humano y carnal para sustituir a ese
"Tú". El Tú mayúsculo de Jesús lo es todo. "Tú eres mi mujer y
mis hijos": es una forma de decir "nada preciso fuera de ti". El
tono es el de un creyente que se ofrece por entero a Dios, aun cuando ese Dios
fuera también un enfermo de lepra. No podemos pensar que Leopoldo María creara
un salmo de fe y una imprecación irreverente a un tiempo. Se pone en la piel de
un sacrificado que se dirige a Dios para hablar de su estado, sin especial
alegría, pero tampoco con rencor. Es un alma sufriente, dolorida, mortificada
por la enfermedad. Es un santo humano, en su completa dimensión, alejado de cualquier
exaltación hagiográfica. Un santo de carne y hueso.
¿Creía Panero en la trascendencia
de tal sacrificio? Probablemente no, ya que en otro poema asimila a Damián con
la Nada.
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Así pues, aun estando
estéticamente cerca Leopoldo María de las letanías de Baudelaire, el sentido
que hay que buscar en el sacrificio del P. Damián es solo una imitación de las
espinas y la Pasión de Jesucristo. Doloroso Compromiso tempranamente asumido en
alguien que dejó atrás unas tierras y un hogar para encontrar una respuesta
eterna y trascendente a su vida.
No obstante, doy ahora mis más
sinceras gracias a mi buen amigo Francisco Salvador por sus valiosas y experimentadas
observaciones.
© Antonio Ángel Usábel,
mayo de 2014.