“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

En este país...

domingo, 25 de mayo de 2014

San Damián, en resumidas cuentas.


Publicaba yo en este blog, el 15 de abril del corriente, unas reflexiones sobre el poema que le dedicó Leopoldo Mª Panero al P. Damián, el santo de Molokai

 
El descubrimiento del texto poético se debió a una confidencia de mi buen amigo y maestro Francisco Salvador Martínez. Hace unos días, me ha hecho llegar sus puntualizaciones a mi lectura interpretativa del poema de Panero, que voy a reproducir y a valorar seguidamente:
“Leo, querido Antonio, a la vuelta de unos pocos días por Ágreda, Tarazona y Tudela, otro de tus excelentes trabajos, en este caso un generoso y espléndido estudio dedicado al poema de Panero en torno al Padre Damián, y no quiero dejar de hacer unas mínimas contribuciones a tu análisis.
El poema, sin duda, recoge contenidos religiosos clásicos de los Salmos, de la liturgia de las Horas y puede que del libro de Job, tomados -como bien analizas- no de una formación escolar de esa índole, que el poeta no tuvo, sino quizá de un mundo de lecturas personales, múltiples y diversas (no andan lejos, por cierto, los poemas del Blas de Otero de Ángel fieramente humano, con sus dramáticas interpelaciones al fiero Dios bíblico de los silencios), e incluso de posibles celebraciones religiosas a las que asistiría en el psiquiátrico de Mondragón (podría corroborarlo el estupendo rastreo que haces de la figura del tal vez hermano corazonista Javier Cuesta).


Dentro de esas lecturas que actúan como fuentes indirectas, creo que también hay unos paralelos formales obvios con las Letanías de Satán de Baudelaire. Veo muy próximos el ¡ten piedad de mí! y el ¡Oh, Satán, ten piedad de mi larga miseria! Panero reflejaría de ese modo el malditismo al que fue tan dado en la totalidad de su obra. Por otra parte, de lo que no tengo ninguna duda es que en el poema late un auténtico y profundo sentimiento religioso. Panero escribe un texto dedicado a un hombre de fe (el hermano Cuesta) y lo hace no desde la oración del ateo unamuniano, sino desde la simpatía que en él evoca el Damián de Molokai del fraile, un Damián por fin santo en nuestros días tras numerosas dilaciones y “reseteados” en la maquinaria vaticana. Pero Panero es un poeta, un artista, un creador, e “inventa” y recrea con gran acierto y desde el dolor la figura humana del santo que duda y sufre (como también Jesús en los Olivos).
Y se trata de un dolor extremo en el tono y expresionista en el léxico elegido (rey de los gusanos, labio destrozado, baba de los días, muñón, cae al suelo mi carne…). Ya te conté, Antonio, cómo ese poema leído hace años en una graduación de alumnos –momento de elección desafortunada por mi parte, sin la más mínima duda- concitó reacciones enfrentadas en el auditorio, y, sin duda, con predominio de las sensaciones incómodas en personas muy diferentes. No gusta que te muestren en esos momentos de debilidad y flaqueza a una figura tan reconocida y señalada (y eso a pesar de estar convencido todavía hoy de que muy pocos tenían idea de quién era y qué había detrás de su autor).

 
 
Y es dentro de ese contexto de sufrimiento del santo belga donde creo que hay que hacer una mínima matización a tu luminoso análisis. Interpretas el verso yo que ni hijos ni mujer merezco como suprema aceptación del celibato por parte de quien está consagrado al Señor. Pienso, por contra, que Panero acierta ahí plenamente al expresar una queja velada pero contundente de ese mismo celibato forzado. Desde hace tiempo, las biografías menos hagiográficas y piadosas, pero sí rigurosas, venían mostrando la existencia de una relación sólida y marital de Damián en Molokai. Era ese un aspecto que incomodaba a los sectores más tradicionales de la propia congregación de los SSCC y pugnaban por ocultarlo y rechazarlo como si esa flaqueza fuera un estigma que anulaba lo más importante y trascendental de su obra en la isla. Aún recuerdo a principios de los noventa una discusión en el colegio en unas charlas a profesores con motivo de la presentación de una de esas biografías y el deseo institucional de minimizar tales episodios indeseados. Por todo eso, yo vería resignación obligada y asumida en ese magnífico Tú que eres mi mujer y mis hijos, pues otra cosa no podría aceptarse en la católica y eclesiásticamente célibe Europa del momento. ¡Cuánto me recuerda, por cierto, este episodio al mucho más reciente de la vida del padre Vicente Ferrer en la India!
En fin, querido Antonio, mi enhorabuena y mi admiración por tus siempre sobresalientes trabajos. Pero por encima de ellas, siempre el mayor de los cariños.”
………………………………………………………………………………..

Razón tiene mi gran colega y amigo al resaltar el “malditismo” tan cercano a Leopoldo Mª Panero y su vinculación con Baudelaire. En particular, con las “Letanías de Satán”, donde se menciona a los leprosos, que dicen:
“Oh tú, el más sabio y bello de los Ángeles,
Dios traicionado por la muerte y privado de alabanzas,
¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!
(…) Tú que, hasta a los leprosos y a los parias malditos,
enseñas mediante el amor el sabor del Paraíso,
¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!
Oh tú, que de la Muerte, esa amante vieja y poderosa,
engendras la Esperanza --¡esa adorable loca!—
¡Oh, Satán, apiádate de mi enorme miseria!”
Los primeros versos de Panero:
“Oh Señor Jesús, pues la lepra me consume
¡ten piedad de mí!
Señor de los leprosos y rey de los gusanos
ya que tengo el labio destrozado
y el brazo convertido en muñón
y la baba de los días quema mi esperanza
¡ten piedad de mí!
Fijémonos en que Baudelaire atribuye a Satán el poder consolador del amor, de la misericordia por la que son redimidos los parias y los leprosos, llevándoles a saborear, engañosamente,  las dulces puertas del Edén celestial.


Que es, así mismo, Satán quien trae a este valle de lágrimas la Esperanza, esa engañosa hada madrina a la quedaban abocados los prisioneros de Auschwitz (“Quien quiere vivir, está condenado a la esperanza”, dictaminó cierto superviviente). Satán es un espíritu burlón y sarcástico, a veces aposentador del Inquilino del Cielo. Es más, por la doctrina del doble, tan cara al siglo XIX, Satán y Dios comparten –para Baudelaire—la misma magnificencia. No otro es el milagro del dualismo: “¡Gloria y alabanza a ti, Satán, en las alturas/ del Cielo, donde reinas, y en las profundidades/ del Infierno, donde, vencido, sueñas en silencio!”
Para un crápula como Baudelaire nada había de más maravilloso atractivo que la gruesa capa de una noche sin luna ni luceros: la taberna, los beodos, los peregrinos sin techo, los jugadores, las enrabietadas prostitutas y sus chulos: “Sé lo que quieras, noche negra, roja aurora;/ no hay una fibra en todo mi cuerpo tembloroso/ que no grite: ¡Oh, mi querido Belcebú, yo te adoro!” Satán – Belcebú, olímpico triunfador, a través del vicio y del pecado, de la gala nocturna. Y sin embargo, tal encomio y reverencia se pagan caros, pues el vate maldito sufre una larga y fría oscuridad más larga y extrema que la del Ártico, bajo ese cruel “sol de hielo”, en ese áspero remedo del Salmo 130: “De profundis clamavi”: “Yo imploro tu piedad, Tú, la única que amo [¿la Muerte?],/ desde el fondo del abismo oscuro donde mi corazón ha caído./ Es un universo triste de horizonte plomizo,/ donde en la noche flotan el horror y la blasfemia”.
……………………………………………………………………….
Pero dejemos Las flores del mal y volvamos al santo homenajeado por Panero. Nada había de mundano o libidinoso en Damián de Veuster, un hombre que consagró su vida –y su muerte—a los leprosos. Hay que separar el personaje histórico de su recreación literaria, que no literal.
Porque Baudelaire, a Damián, le traía al fresco.
A veces pensamos en complicadas alternativas "extraoficiales", cuando en realidad lo más sencillo es lo que pasó.
El P. Damián se distinguió por una triple elección: 1°. Por ser sacerdote; 2°. Por ser misionero; 3°. Por sacrificar su vida al servicio de una causa.


Es como si hoy, un cura se marcha a cuidar a enfermos de Ébola. Probablemente, moriría a las pocas semanas, o incluso días.
Damián ya decía, antes de enfermar: "Nosotros los leprosos". Él era plenamente consciente de lo que escogió. En alguien tan decidido no hay lugar para una mujer ni una familia. Los leprosos fueron su familia. "Vosotros sois mi madre y mis hermanos".


Como Jesús, se hizo uno de nosotros. Abrazó el destino de aquellas personas, como Cristo la carnalidad humana.
Pocas veces, muy pocas, se ve una vocación tan grande, pues Damián dio su vida por sus semejantes, tal y como, verdaderamente, nos pidió Jesús en el Evangelio. "Aquel que dé su vida por mí, no la perderá, sino que vivirá para siempre". Al fin y al cabo, por un Misterio que se nos desvelará algún día, Él hizo lo mismo por nosotros.
Cuando San Pedro regresa a Roma para acompañar a los perseguidos por Nerón, en ese momento, ha perdido su miedo, porque ha comprendido. Ha comprendido que, en realidad, huía de quien nada se debe temer: el propio Jesucristo. Es Jesucristo el que le espera en Roma, no Nerón. Y de Jesucristo no cabe esperar ningún mal. Eso es lo que entiende también Damián de Veuster cuando se dirige a Molokai. La acción que exige la Fe del cristiano. “Post tenebras, spero lucem”.
Un mártir por la fe y por su servicio a los demás consagra toda su vida y su ser a Dios. Impensable sería que Damián pidiera a alguien humano y carnal para sustituir a ese "Tú". El Tú mayúsculo de Jesús lo es todo. "Tú eres mi mujer y mis hijos": es una forma de decir "nada preciso fuera de ti". El tono es el de un creyente que se ofrece por entero a Dios, aun cuando ese Dios fuera también un enfermo de lepra. No podemos pensar que Leopoldo María creara un salmo de fe y una imprecación irreverente a un tiempo. Se pone en la piel de un sacrificado que se dirige a Dios para hablar de su estado, sin especial alegría, pero tampoco con rencor. Es un alma sufriente, dolorida, mortificada por la enfermedad. Es un santo humano, en su completa dimensión, alejado de cualquier exaltación hagiográfica. Un santo de carne y hueso.
¿Creía Panero en la trascendencia de tal sacrificio? Probablemente no, ya que en otro poema asimila a Damián con la Nada.
………………………………………………………………….
Así pues, aun estando estéticamente cerca Leopoldo María de las letanías de Baudelaire, el sentido que hay que buscar en el sacrificio del P. Damián es solo una imitación de las espinas y la Pasión de Jesucristo. Doloroso Compromiso tempranamente asumido en alguien que dejó atrás unas tierras y un hogar para encontrar una respuesta eterna y trascendente a su vida.
No obstante, doy ahora mis más sinceras gracias a mi buen amigo Francisco Salvador por sus valiosas y experimentadas observaciones.
© Antonio Ángel Usábel, mayo de 2014.