“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

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En este país...

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miércoles, 28 de noviembre de 2012

Juan Carlos Calderón (1936-2012), nostalgia y arte en familia.

En el Río de la Pila de Santander hay un bar donde se toca jazz que se llama el Drink Club. Fue fundado por Ramón, el segundo de los hermanos Calderón. No se puede hablar de cultura en la capital cántabra sin pensar en esta familia, los Calderón. Tres hermanos y una hermana, Teresa. Fernando (1928-2003), el mayor, excelente pintor figurativo; Ramón (1932-2004), dibujante, pintor y escultor; Juan Carlos, que ha fallecido poco después de la madrugada del lunes, 26 de noviembre de 2012, a los setenta y seis años, de un penoso cáncer de esófago, en la clínica Quirón de Madrid.

 
Juan Carlos, excelente compositor de baladas y música melódica, de jazz, y meritorio arreglista. Vivían los hermanos en el número 37 de la calle del Sol, cerca del paseo de Menéndez Pelayo, todo él arbolado de plátanos. En Villa Asunción, un chalet con jardín, tenía la familia un amplio piso arrendado, epicentro de un terremoto de expresividad pictórica, manual y musical como pocas veces ha llegado a darse en un hogar. Eran tres chavales de una inquietud artística, de un ansia de expresividad desmesurada. “Hacíamos arte sin darnos cuenta” –testimonia Juan Carlos. Como jugando. “Había muchísimo cachondeo y cosas muy locas para entonces”, nos sigue contando. “En el Club de Tenis, en el Marítimo, transgredimos todo; no hicimos caso de nada”. Una transgresión que consistió en traer a España formas nuevas de expresividad, fundamentalmente aprendidas de Norteamérica (el jazz) e Italia (el redescubrimiento del arte pictórico renacentista, fusionado con el lenguaje de vanguardia). En el Drink Club, cuyo gerente era Ramón, comenzaron a celebrarse unas sesiones intensivas de jazz los fines de semana, y ahí fue donde se inició Juan Carlos, con su grupo Santander New Orleans Band. El jazz era un sonido prohibitivo en España en la década de 1950 y 1960. Era ir contra la norma: la canción española, la música clásica y sacra, la zarzuela y la marcha militar. A los Calderón igual les daba por bajar un piano al césped de su jardín y tocar en torno a él, cara a la galería.
 
Poco a poco, los hermanos se fueron decantando por una disciplina: Fernando, por los cuadros de pataches, los bergantines ligeros de dos palos típicos en el norte; Ramón, por sus esculturas naturalistas y compuestas, de conchas y maderos que la mar ha mecido y abrillantado; Juan Carlos, por sus improvisaciones de jazz y sus primeras curvas melódicas.

Juan Carlos era solo tres años mayor que mi padre. Ambos fueron compañeros de colegio en los Escolapios. Cuando se abrió el Drink Club, mi padre –que no era músico ni pintor-- lo frecuentaba y escuchaba las interpretaciones que ofrecían Juan Carlos y su grupo. No actuaban canónicamente sobre una tarima. Se revolcaban con los saxos y los trombones y trompetas por el suelo de la sala, improvisando en todas las posturas. Aquello era de locura, un desmadre. Y no solo se tocaba, se bebía, hasta altas horas o la noche entera incluso. Pero todo se hacía con un talento innato, sublime, sobresaliente, que afloraba en los momentos más jocosos. No tenían intención de lograr nada serio en principio, de pulirse y profesionalizarse. Era solo su modo de divertirse y pasarlo bien haciendo lo que más les gustaba. A Ramón, por ejemplo, le dio por decorar al óleo las cubas del Riojano, por obrar algo que se salía de lo corriente, que no se conocía. Juan Carlos, que estudiaba piano clásico con Laura Llorente, se dejó seducir por la beatlemanía y se dispuso a componer pop. Tuvo la suerte de dar con compañeros interesados en lo mismo, y ahí comenzó la profesionalización, el modo de ganarse la vida.

Una de sus primeras composiciones lleva el ortopédico título Concierto para flauta, orquesta y timbal, Vals nº 1. Cuando abandona Cantabria y se traslada a Madrid, en 1959, compone música para el cine mientras toca por las noches jazz en garitos de alterne. A su hermano mayor Fernando le gustaba presumir que, cuando Juan Carlos tocaba el piano en un local de la calle del Marqués de Villamagna, iba a verlo Ava Gardner, que luego se lo llevaba a su chalet alquilado de La Moraleja.

Juan Carlos colabora con buenos directores, de la talla de Angelino Fons, León Klimovsky (Una chica para dos, 1968), Jaime de Armiñán (Carola de día, Carola de noche, 1969), Julio Coll (El mejor del mundo, 1970), Luis Revenga (Mañana en la mañana, 1972), Pedro Masó (La familia, bien, gracias, 1979). Si bien es verdad que las necesidades alimenticias lo llevan a crear partituras de jazz descabalado para títulos de terror: La rebelión de las muertas (1973), Los ojos azules de la muñeca rota (1974).

Su primer trabajo grabado de jazz lo realiza junto a la cantante de pop edulcorado Elia Fleta. En 1963, consigue un puesto de pianista estable en el club Bourbon Jazz. Allí su teclado acompañaba a vocalistas como Don Byas, Stephan Grapelli, Carmen McRae, Dexter Gordon, o Donna Hightower.

Poco a poco, consigue que le produzcan más discos: en 1968, uno con un cuarteto para Polydor, producido por el ex alumno del Ramiro, Alfonso Sainz, que también le financia Juan Carlos Calderón presenta a Juan Carlos Calderón, con siete temas propios más una versión de Danny Boy, y grabada con un cuarteto propio. Sin embargo, su mejor y más celebrado disco de jazz, con tres temas suyos y tres de Miles Davis, Thelonious Monk y Oliver Nelson, y una big band de acompañamiento (catorce músicos), es Bloque 6 (reeditado en cd por Blue Note en 1996). Este elepé ganó el premio al mejor disco de jazz en Estados Unidos. Las puertas de la fama internacional se abrían para el santanderino. Si se consiguió grabar fue merced a una oferta disparatada de Juan Carlos Calderón a los responsables de Información y Turismo: incluir una orquesta de jazz de diecisiete miembros en el programa de los Festivales de España. Lo admitieron y el músico se puso a ello. Debutaron en Santander, para pasar luego a Palma de Mallorca y Barcelona. La iniciativa gustó, y el elepé se produjo. Así fue cómo la audacia de Calderón al proponer lo que no se había hecho antes le llevó a la escalada del éxito. Además de las manos de Juan Carlos al teclado, y Pedro Iturralde al saxo tenor y soprano, Bloque 6 tiene un maravilloso toque de palillos debido a Pepe Nieto.

Por aquellos tiempos (finales de los sesenta), hizo los arreglos para el La, la, la, de Massiel y se entregó a producir y a promocionar al mejor grupo de música ligera que hemos tenido, Mocedades. Un matrimonio de catorce años, y las más acertadas canciones de Juan Carlos, las baladas por las que siempre se le recuerda: Eres tú (segundo puesto en Eurovisión en 1973), Tómame o déjame, Pangue Lingua, La otra España, ¿Quién te cantará?, Charango. En 1975, Sergio y Estíbaliz interpretan Tú volverás, y Cecilia, Amor de medianoche, que gana el Festival de la OTI, lo que le confirma como el mejor autor de canción melódica romántica de España. La nostalgia llega a 1985, con el tema La fiesta terminó, en la voz de Paloma San Basilio. De Eres tú (único nº 2 de ventas en EE.UU. de un tema en español) se cuenta la anécdota de que fue grabada en inglés por el gran Bing Crosby con el título Touch The Wind. Y así la versionaron igualmente el mismo Mocedades, Nana Mouskouri, y hasta Johnny Mathis, con acompañamiento del propio Juan Carlos. En español, las mejores interpretaciones se deben a Mocedades, por supuesto, y al grupo The Kelly Family. Eydie Gorme solía llevarla también en su repertorio. Las malas lenguas mencionan una influencia en esa canción de Rapsodia de Rachmaninoff sobre un tema de Paganini. Pero la influencia del pasado es un aspecto común en Arte. Sucede en pintura, en escultura, en literatura… ¿Por qué no, también, en música? Sin ir más lejos, cuando escucho el tema principal de En busca del Arca perdida, de John Williams, siempre me parece descubrir notas del Don Juan de Richard Strauss. Esto no es malo, es como tomar un poema y darle otra forma.

Juan Carlos siempre componía primero la partitura, al piano, y luego pensaba en que se le añadiera la letra. Eso ocurrió con Amor de medianoche, una canción como para quedar encerrada entre las paredes de Villa Asunción, con letra de Evangelina Sobredo (Cecilia). Habla de muñecas, de sombras en los rincones y guiñoles. De un cuarto, y de una puerta que ha de ser abierta para dejar partir el amor. Estoy por apostar que es la canción que recoge aquel espíritu de la casa familiar de Santander: los Calderón aprendiendo de los padres, y creando juntos y por separado.

 
En 1977, Juan Carlos decide saltar el charco e irse a vivir a Los Ángeles, ciudad de adoración suya, junto con Santander y Madrid. Allí progresa musicalmente, ayuda a promocionar a jóvenes valores, etc., etc. Qué duda cabe que ni Luis Miguel ni Ricky Martin son Mocedades, que era el anillo al dedo para el estilo romántico del autor. A la vuelta, Juan Carlos sufre la crisis del cd, y se replante nuevas fórmulas de negocio relacionadas con grandes temas para ser grabados. Ahí es donde le ha sorprendido la Muerte. “Un día no puede ser. / Una hora tienes de vida”. No le ha dejado hacer lo que antes nadie había hecho.

Jacobo Calderón sobre su padre y programa funeral.

Teresa Calderón habla de su padre Juan Carlos.

Página oficial de Juan Carlos Calderón.