“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

En este país...

domingo, 19 de abril de 2009

Lorca, Lorquita.


Los homófilos están de enhorabuena. Pintan oros para ellos. Los homófobos, a esconderse. A la espera de que se abra la fosa de Lorca, y en el supuesto de que se dé con sus restos, lo cual brindará a Ian Gibson la oportunidad de escribir otros dos nuevos libros por lo menos, nos presenta este consagrado hispanista pionero un acercamiento pormenorizado al universo homosexual del inmortal poeta granadino. Su título: “Caballo azul de mi locura”. Lorca y el mundo gay (Barcelona, Ed. Planeta, 1ª ed. marzo de 2009). A lo largo de 463 páginas, con profusión de fotografías esclarecedoras y explícitas, y un notable y valioso índice onomástico, Gibson se aplica a desgranar la trayectoria homosexual del autor de El público, por medio del estudio de su obra y del análisis de las amistades “gays” que fue sosteniendo. De su horizonte homófilo no se escapa ni San Miguel Arcángel.

El hispanista achaca a Miguel Primo de Rivera el ambiente declaradamente discriminatorio y homófobo que metió en sus respectivos armarios a intelectuales como García Lorca. Una homofobia azuzada por plumas ilustres, como la del Dr. Marañón, pero que en parte resultó también compartida por los propios amigos del retoño granadino, como el cineasta Luis Buñuel (“Con los maricones nunca pisa uno terreno firme”). Esto obligó a que tanto el poeta, como Salvador Dalí y el resto de amigos más o menos comunes, vivieran su opción sexual de una manera estanca y reprimida, que en ocasiones llegó a desmaterializarse como Houdini, y que contrastaba con esa actitud “locuela” de Eduardo Blanco-Amor, que lucía descocado su palmito por la misteriosa Buenos Aires. Blanco-Amor era el casanova provocativo de aquella lencería indiscreta que causaba repugnancia en muchas conciencias. Ya se sabía antes que Lorca se granjeó los favores de homosexuales reconocidos, pero discretos, como Emilio Aladrén, pero no tanto de otras conquistas, como la que afectó al “indeciso” Rafael Rodríguez Rapún. Con Lorca, Rodríguez Rapún hacía de macho en Algeciras. Gibson señala que no hubo vuelta atrás. Sucumbió a la contemplación hipnótica de los culos floreados del Bosco en El jardín de las delicias.

Así mismo, hubo conatos, "gatillazos", aventuras que no llegaron a despuntar en la vida del gran poeta, como la del silencioso y feérico empleado de banca Eduardo Rodríguez Valdivieso, quien cruzó con aquella dulce alma seis cartas, guardadas como oro en paño y publicadas por El País en “Babelia” en 1993. Las cartas de Lorca demuestran ásperamente que aún no había encontrado, en 1932, su amor fundamental.

Hay también una revelación extraordinariamente sorprendente, que le hizo Dalí a Gibson, y que éste ya aireó en El País dominical, el 26 de enero de 1986. Una única relación con penetración de Federico con una mujer, la liberada muchacha de diecisiete años Margarita Manso en la primavera de 1926. Margarita se ofreció a sustituir a Dalí en el altar del sacrificio homosexual y, presumiblemente, se dejó sodomizar por Lorca.

En el libro de Gibson se revelan algunos detalles íntimos del mundillo lorquiano, como que Dalí gustaba de la masturbación anal, según le confesó a Alberti el propio Federico. Por eso Lorca no podía dar crédito a que el hijo del notario se la pegara con una pareja hetero. Se dan cabida a gruesos rumores que circulaban en el mundillo literario de entonces, como el decir del pintor Beberide en Montparnasse de que el padre de Lorca había enviado a su hijo a Nueva York para que se dejara de perseguir a jovencitos en las vegas de Granada. O las aventuras con negros cimarrones en Cuba de un poeta inteligente, pero misógino hasta el tuétano. A raíz del estreno de Un perro andaluz, en carta dirigida a Dalí el 24 de junio de 1929, Buñuel llamaba “hijo de puta” a Federico, y “zorra ágil” a Concha Méndez, quien celebraba el fracaso del cortometraje entre quienes lo habían podido ver. En cuanto a sumisos admiradores como Cernuda, alaban la atracción de Lorca hacia los cuerpos masculinos desnudos, en contraposición a la teoría juanramoniana de la poesía como mujer sin aderezos. En fin, del escritor y fan de Federico Enrique Amorim, se reproduce una epístola secuestrada por un temblor cachondo, espinodorsal, muestreo más que explícito de las correrías cuasiinfantiles de la camarilla del poeta:

“Federicoooooooooo... Federiquísimo... Chorpatélico de mi alma... Mi maravilloso epente cruel, que no escribe, que no quiere a nadie, que se deja querer, que se fue al fondo de la gloria y desde allá, vivo, satánico, terrible, con un ramito de laurel en la mano, se asoma por arriba de los hombros de las nubes. Chorpatélico, que te has ido dejando polvo de estrellas en el aire de América. Un lagrimear (sí, mear, querida máquina mía, has escrito bien, mear) de Totilas Tótilas, todas llenas de cosméticos y batones ajados por la esta [las dos primeras letras cortadas], esa babosa de América que las embadurna y las lame.

Federicooooooooo... Epente que ama las frentes bravas y las ideas [faltan unas letras] melenadas. Chorpatélico que levanta la columna de ceniza y se va, se va tras los mares, mientras la poesía de América se queda machacando ajos, desmenuzando perejiles, atónita, y él, ÉL, corre por el mar y en Madrid Yerma, Yerma de aquella tarde en el hotel Carrasco, Yerma se yergue e ilumina y limpia y libra! ... Federicooooooooooo!...”
[febrero de 1935]

Antonio Ángel Usábel
(18-19 de abril de 2009)

sábado, 18 de abril de 2009

El mundo documental de ALAIN RESNAIS.

Acaban de ser editados en España dos DVD que contienen importantes trabajos documentales de este realizador francés (Vannes, 1922), precursor del “cine de la memoria”. Un tipo de cinematografía que se pregunta por el significado de la realidad, e intenta interpretar críticamente los principales acontecimientos históricos del siglo en que se desarrolla: la Shoa, la escalada nuclear, el colaboracionismo durante la ocupación de Francia por Alemania, la resistencia antifranquista, o la guerra de Argelia, han sido algunos de los temas abordados por la mirada de este cineasta.

Se le considera un precursor y un maestro del cine documental, al que incluso da cabida en largometrajes de ficción, como su ya mítica Hiroshima, mon amour (1959), basada en un guión de la escritora de las palabras y los silencios, Marguerite Duras. Dicha película se abre con una reflexión testimonial sobre los efectos del bombardeo de la ciudad japonesa.

Es en esa década de los años cincuenta del pasado siglo, coincidiendo con la Nouvelle Vague y con la renovación de la técnica de la novela, a cargo de Alain Robbe-Grillet, cuando Resnais se entrega de lleno a la realización de cortos, algunos muy extraños y por encargo, como El canto del estireno (1958), rodado en color y en cinemascope, y que muestra el proceso de obtención y de aplicación de este plástico derivado de los hidrocarburos, pero contado al revés, desde el final al principio, con una voz en off que va recitando unos versos alejandrinos inspirados en la antigua poesía didáctica francesa del primer racionalismo. Resnais contó, a tal fin, con la precisa colaboración del escritor Raymond Queneau, involucrado con el mítico sello Gallimard.

A famosos pintores posimpresionistas y cubistas dedicó también Resnais algunos cortos, aunque realizados –y esto es lo malo para el aspecto vital del cromatismo—en blanco y negro. Miradas a las vidas marginales de Van Gogh y de Gauguin (1948-1950). Sobrecogedor es su testimonio de la destrucción de Guernika por la Legión Cóndor, donde introduce recortes de prensa a modo de collage, y para el que tuvo en cuenta la contribución del poeta Paul Eluard.

Pero debemos destacar dos piezas maestras del conjunto editado ahora: Toda la memoria del mundo (Tout le mémoire du monde, 1956) y Noche y niebla (Nuit et brouillard, 1955). La primera es un claro homenaje al Borges de la Biblioteca de Babel (1941), esa biblioteca infinita –en este caso, la Nacional de Francia—construida y reconstruida cuantas veces haga falta, aprovechada hasta el último recoveco, para albergar la memoria eterna de la Humanidad. Se siguen los pasos que se dan para registrar los libros, desde que llegan, hasta que se catalogan, se ubican y se pueden consultar. Se repasa el tesoro de los manuscritos medievales y de los legados de los escritores contemporáneos. Y una afirmación curiosa: los hombres construyeron las bibliotecas como fortalezas para defenderse de los libros.

El segundo corto que destacamos, de treinta minutos de duración, rodado en blanco y negro y color, es una denuncia crudísima de los campos de exterminio alemanes. Repaso pormenorizado al funcionamiento industrial y metódico de las “fábricas de la muerte”. Ojos como platos sorprendidos por la agonía, enormes mares de pelambre humana, pieles utilizadas para dibujar sobre ellas, cámaras de gas cuyo hormigón del techo aparece arañado por cientos de uñas ensangrentadas. Es tal la crudeza de este documental que fue prohibido. Y sin embargo, su horror exhala majestuosa poesía, y un poder de captación visual inigualable. Noche y niebla es el mejor testimonio gráfico sobre la memoria de la Shoa que hayamos visto. Una obra maestra que se acuerda de aquellos tres mil españoles, en su mayoría excombatientes republicanos, que dejaron sus vidas construyendo las célebres escaleras de la muerte de Mauthausen.

Ningún aficionado al cine ha de perderse esta serie de documentales, editados por dos sellos: Alain Resnais: Cortometrajes, al cuidado de Versus Entertainment, S.L. (C/ Cronos, 24-26, Portal 2, Estudio E-22, 28037 Madrid); incluye un libreto de comentario a cargo de Roberto Cueto; y Noche y niebla, presentado por Filmax Home Video (Sogedasa, Hospitalet de Llobregat, Barcelona).

Antonio Ángel Usábel
(18 de abril de 2009)

viernes, 17 de abril de 2009

Las propuestas poéticas de LEO ZELADA.


El pasado martes, 14 de abril, tuvo lugar, en la Asociación de Escritores y Artistas de España (C/ Leganitos, 10, 1º, Madrid) la presentación de la antología Nueva poesía y narrativa hispanoamericana (Madrid, Ed. Visión Libros, 2009; http://www.distribuciondepublicacion.com/; pedidos@visionnet.es). El acto corrió a cargo del propio responsable de la selección, el reconocido poeta peruano Leo Zelada, y del secretario de la entidad que cedía el local, D. Emilio Porta, quien contribuye también con algunos poemas al libro. Entre el reducido, pero disciplinado público asistente, se encontraban algunos de los autores de los textos escogidos, que fueron saliendo a la palestra para recitar o leer su obra.

En principio, hemos de felicitar a Leo Zelada y a D. Emilio Porta por la iniciativa que han tenido, primero de elaborar dicha antología, y seguidamente de presentarla ante gente comprometida y ante ciertos medios de comunicación. Se trata, evidentemente, de un proyecto a agradecer; no por modesto e independiente menos interesante y valioso. Empresas de este tipo hacen mucha falta para dar la oportunidad de expresarse y darse a conocer a poetas y narradores cuyas obras están teniendo (o sufriendo) una discretísima difusión, tanto en España como en sus países latinoamericanos de origen. Y como el caso de los que quedan en este volumen recogidos, cientos, quizá miles más. Pues si algo de negativo tienen las antologías es el hecho de excluir o no tener en cuenta a otros creadores u otras obras igualmente válidos. Toda selección suele acometerse con ciertos criterios personales, desde el subjetivismo del gusto propio. Y es aquí donde nos conviene aclarar algunos conceptos un tanto particulares que animan la obra del amigo Zelada.

No hace muchos meses (enero de este año), la revista RollingStone se hacía con la gracia de elegir los cien mejores cantantes de la Historia, pero aplicando a la propuesta una extremista condición: tenían que haber participado del espíritu de vanguardia, es decir, haber sido radicales, rebeldes, revolucionarios y contestatarios. Esto eliminaba de un plumazo a voces como las de los grandes crooners (vocalistas), capitaneados por la enorme figura, controvertida, de Frank Sinatra. ¿Cuál fue el resultado de aquel sesgado expositor? Que más que brillar el talento de los glorificados en él, lucía su desmañada trayectoria vital, o lo que es lo mismo, sus provocaciones y retos continuados al sistema que los vio nacer. Pero los responsables de RollingStone se olvidaban con ello de que el arte es una propuesta dirigida primero a los sentidos, y después, y sobre todo, al sentimiento. El arte es aceptado en la medida en que despierta el gusto (una clave desvelada a la perfección por Lope de Vega). Si algo “gusta”, es aceptado, y despierta una reacción positiva, que se traduce en una empatía hacia la obra y el estilo de su creador. Es el “yo” subjetivo el que decide lo que le gusta, lo que le hace disfrutar. No olvidemos nunca esta circunstancia selectiva. Aparte --muy aparte--, están otros factores que envuelven a un autor: su pertenencia a una determinada generación, a un movimiento estético, a un posicionamiento ideológico. John Ford, director de cine, no gustaba en los años cincuenta porque parecía un reaccionario; más tarde, los mismos “progres” que lo criticaban comenzaron a reconocerle como un maravilloso esteta, como un poeta de la mirada fílmica. Quienes troneaban a Ford reivindicaban por su parte la genialidad transgresora y fetichista de un Alfred Hitchcock, popularmente aclamado como el maestro del suspense. Y así los adictos a una causa entronizan o demonizan según la moda que su gurú les impone en el momento. Actúan con prejuicios que originan serios perjuicios contra un autor y su obra. Pasó lo mismo con Heidegger, o con Ezra Pound, de quien pocos saben que era un serio admirador del mejor narrador que ha dado la cultura española tras Cervantes: “España tiene un buen novelista, Galdós”.

No sólo el poder mediático selecciona dictatorial e impositivamente a los autores que deben ser publicados y leídos. También, partiendo de ciertos supuestos que nada o poco tienen que ver con la estética de la obra en sí, puede comportarse como un Robespierre el digno emprendedor de una tarea selectiva.

Leo Zelada enuncia en su prólogo su declaración de principios: las vanguardias fueron reemplazadas por el arte con criterios burgueses, acomodaticios, inofensivos. Un arte homogéneo, insensato por lo insensible. Acreedor de la “estética del pastiche”, como la bautiza Leo. No sabemos qué manía asalta a los posmodernos de subrayar lo discrepante como novedoso, estableciendo su elenco de los “elegidos para otra gloria”: quienes realmente “valen”, con sus posiciones arriesgadas, que merecen ser destacados del resto, los anodinos y parasitarios de las campañas de aceptación generalizada y de promoción editorial. Pero, además de las promociones que pudieron hacer triunfar a un Dalí, a un Picasso, o a un Dan Brown, existe la cuestión de estilo, la verdadera clave –insistimos—para despertar el agrado y la curiosidad hacia un creador y su obra. Dalí fue promocionado por su propia musa, Gala, que fue la artífice que lo convirtió en un genio de la pintura. Picasso, aparte de sus amistades políticas, se encumbró a sí mismo comprando su propia obra para así incrementar su cotización internacional. Lejos de estas peculiares maniobras está el gusto, la valoración del espectador. Y, sin embargo, hoy son pocos quienes no aceptan reconocer los méritos de esos dos artistas. Podrá gustar más una época que otra de su respectiva evolución, pero, en líneas generales, algo “gustan”. Es decir, a su triunfo absoluto han contribuido, más o menos por igual, dos elementos: la acción promocional, y el criterio particular del público. Se les reconoce un estilo propio, una innovación acertada sobre lo que antes existía –o se daba—que, además, es apreciado, “gusta”. Trasladado el caso a la literatura, ahí están los grandes autores que han creado estilo: Cervantes, Shakespeare, Lope, Quevedo, Bécquer, Dickens, Balzac, Tolstoi, Dostoievski, Zola, Galdós, “Clarín”, Valle-Inclán, Antonio Machado, Lorca, Cela, Carpentier, García Márquez, Vargas Llosa, Neruda… Coincidencia de crítica y público. Chapeau! Ya están convertidos en clásicos enormes. Se les seguirá leyendo, porque han sabido gustar. Han sabido ser “vanguardistas a su modo”, es decir, genuinos y geniales colosos “universalistas”. Esto no ha pasado con los simples autores de vanguardia. La vanguardia crítica porque sí, disruptiva, es efímera; estrella fugaz que apenas ilumina el cielo reposado de una noche de verano.

Visto el ideario que anima a nuestro Leo Zelada, veamos su efecto en su antología. En poesía, guerra declarada contra el lirismo. Destierro significativo y mortal de la poesía lírica rimada. Allí se colaron sólo José Mañoso, barcelonés del 56, con sus elogios asonantes o consonantes a las grandes figuras de otros tiempos, y Marina Muñoz Cervera, del 60. Fuera de ellos, algún caso de ritmo conseguido con la rima interna: Fernando Ruiz Granados (México, 1958), con su excelente poema Transformaciones. Con esto no insinuamos que todo lo demás no vale, que no merecería estar. La poesía en verso blanco es perfectamente admisible, porque es poderosamente testimonial de un tiempo y de una entidad. Pero no lo es todo para despertar los sentidos y la acción del sentimiento. Lo ideal es que un índice antológico recoja poesía libre y poesía rimada, el Lorca del Romancero gitano y el Lorca de Poeta en Nueva York, por poner un ejemplo mayoritario. Cada lector atravesará entonces distintos momentos y grados de afinidad y de emoción con los autores de los textos. Cada lector vivirá, en tal caso, su terciopelo azul.

En cuanto a la parte narrativa de la antología preparada por Leo, asoman relatos que conectan con la llamada “nueva narrativa histórica”, la visión de los vencidos y su conexión con su supervivencia mítica, en, por ejemplo, De cuando el niño lobo fue guerrillero, de Cristián Vila Riquelme (Chile, 1955). Más convencional y canónica resulta Ana Bolena, de Maria Sanguesa (Marruecos, 1955), poniendo voz a los devaneos de la reina inglesa en sus últimas horas. Incluso podemos encontrar relumbres de intertextualidad cinéfila en Cíclope, de la mexicana Elizabeth Vivero (1976). O de reivindicación del sentimiento social en Raíces mágicas, de Félix Rosado (España, 1965).

Proyecto valioso –concluyamos-- para disfrutar de lo ignoto, para recordarnos que la poesía y la narrativa de alcances modestos siguen vivas hoy día. Pero empresa poco generosa con otras formas de entender lo artístico.

No obstante, gracias a Leo Zelada por reivindicar Madrid como actual paraíso de la cultura mundial, y por regalarnos el sueño de aquella puerta entreabierta al saborear el primer verso de esta antología: “Fui peregrina del amor…”. Sigamos siendo todos peregrinos del arte de la literatura, del arte de escribir y de leer.

(Antonio Ángel Usábel,
Madrid, 16 de abril de 2009)

viernes, 10 de abril de 2009

La tramoya de la poesía experimental.

Con las vanguardias de principios del siglo XX se orinó un tipo de poesía --y de creación, en general-- que manchaba de forma insultante los botines de Monsieur Putrefacto. Aquello, como después las escenificaciones de Dalí para vender sus cuadros en Chicago o Nueva York, no era arte; era tramoya. Los vanguardistas se camelaron a los señoritos contestatarios a sus papás con números de barraca de feria en circos y anfiteatros. Lo que se vendía no era poesía --que no necesita "venderse" cuando por sí sola es capaz de llegar al alma--, sino otra cosa: recortes, "collages", cadáveres exquisitos, caligramas, ideogramas, telegramas, radiogramas... Era como un rizar el rizo dejando el rizo suelto. Como un pentagrama sin armonía. Como un retorno a la fastuosidad de las tarascas del Barroco, y de los tinglados en madera y papel que se levantaban el día del Corpus para los autos sacramentales. Como lo presentado no atrae por sí solo, no "mueve con fuerza a toda gente", representémoslo, de una manera ampulosa, grandilocuente, alborotada y genial: angelitos negros subiendo y bajando, rayos y truenos golpeando una montaña, el fragor de Vulcano asomando por una pira.

Los vanguardistas apelaron a lo mismo: la "presentación", la sorpresa, el desenfreno cachondo. Ramón Gómez desde un trapecio desflorando un poema, Artaud gritando como loco por entre los palcos, Apollinaire haciendo Dios sabe qué que no contara en Las once mil vergas o en Los Borgia.Después llegó el no va más: la fusión entre poesía y pintura, o entre poesía y escultura, o entre poesía y objetos. La cuartilla se había quedado pequeña para decir, y entonces se decidió no decir nada. Cada vez menos. Como un silabeo o un chisme contado al oído. Ya nos han hecho piezas de museo. Hemos transgredido el papel y nos han colgado del otro papel pintado de las paredes. Deo gratias! Sic transit gloria mundi.

Os anuncio una exposición que lleva por título holgazán "Escrituras en libertad. Poesía experimental española e iberoamericana del siglo XX", en Instituto Cervantes (C/ Alcalá, 49), hasta el 24 de mayo. Si alguien sueña con ir, que me lo diga y VAMOS.

jueves, 9 de abril de 2009

CELA y los "Papeles de Son Armadans" (1956-...)

Camilo José Cela se cuenta entre mis escritores preferidos. Los otros quizá sean sus maestros: el Arcipreste de Hita, Fernando de Rojas, el anónimo autor converso del Lazarillo, Cervantes, Quevedo, Leopoldo Alas "Clarín", Benito Pérez Galdós, Zola, Dostoievsky y Valle-Inclán.

De personalidad indefinible, de militancia innombrable (pues tuvo varias, según el viento), compuso un estilo propio. Tan propio como el de cualquier gran sastre o diseñador de moda. La frase corta y ágil, la comparación entre cómica y venenosa, el nombre y apellidos de la criatura repetidos como un estribillo torero. La prosa de Cela caracteriza cuando hace sonreír. Pinta un garito en seis líneas y un personaje en cuatro palabras. Siempre la miseria que anida fiel con la falta de empréstitos, como las cigüeñas en el campanario. Siempre la razón del sexo como motora prominente del mundo. La historia de la literatura española de posguerra no sería la misma sin la enorme y absoluta presencia de La colmena, nuestro "boom", nuestro Cien años de soledad. La colmena se escribió en los últimos años de la década de 1940, y hubo de publicarse, aunque censurada, en la Argentina de Perón, en 1951. Sólo esa novela justifica la presencia de un escritor en el recuerdo literario de su tierra. Después vendría la propuesta del Joyce español, con Tiempo de silencio, novela parsimoniosamente interior, ensayo de un crimen contra la acción convencional, que ya había planeado con cierto éxito y menor sigilo la decana de las letras españolas, Carmen Laforet.

No todo el mundo sabe que Cela, cínico camaleón, censor de revistas religiosas, se las compuso para editar en Palma de Mallorca sus Papeles de Son Armadans, una publicación periódica con formato de volumen encuadernado, que habría de dar cabida a las voces de los mejores autores y críticos españoles, ya estuvieran en España, comulgando con el régimen o soportándolo, ya vivieran en el exilio aguardando "un cambio de aires y de mecedora". Su compadre de generación, Miguel Delibes, dedica a Cela el primer retrato de su estudio España 1936-1950: Muerte y resurrección de la novela (Barcelona, Ed. Destino, 2004). Allí, califica al de Padrón como "el más ruidoso fenómeno registrado en la literatura española en el medio siglo". Tanto por talento indiscutible, como por vocación añadida de showman. Cela se crecía con la soberbia de un Dumas: "Soy el número uno y pido perdón por lo fácil que me ha sido". Habla Delibes también de esos Papeles de Son Armadans, en los que no llegó a colaborar porque cuando se le invitó a ello en la redacción aún "no pagaban como el mejor". Luego Cela se olvidó de él como alma que lleva el diablo.

Lo cierto es que los Papeles constituyen hoy un valiosísimo testimonio crítico y artístico para el depauperado panorama creativo de la España de posguerra. Son una fuente de consulta ineludible, y un acierto de primer orden.A Cela se le podrá machacar tal vez de maleducado, grosero, prepotente y chaquetero, pero era el mejor escritor español después de Valle-Inclán y nuestro Premio Nobel más merecido. También, por supuesto, quien más hizo para dar voz literaria y crítica a los que no la tenían.

Acaba de anunciarse un libro que recoge la gestación, historia y correspondencia de los Papeles de Son Armadans: Correspondencia con el exilio (Ed. Destino). Da noticia de ello el diario "ABC" en su edición del martes, 7 de abril de 2009.

martes, 7 de abril de 2009

El valor de Internet.

Internet es un amplio mirador al mundo: al presente, pero también al pasado de la civilización, e incluso, al futuro. Una herramienta de comunicación impensable hace veinte años, y que hoy ha venido para quedarse con nosotros definitivamente. Pronto, no podremos vivir sin conectarnos a Internet. Ya, de hecho, apenas vivimos sin hacerlo una vez al día. Internet será como el sexo, un ritmo fundamental en la existencia de cada uno.En Internet hay de todo: bueno y malo, verdadero y falso, útil e inútil, doble o mitad. Lo importante es no dejarse nunca seducir por cualquier contenido. Tener espíritu crítico. Saber discernir. Aprender a separar el trigo de la paja (para no hacerse demasiadas, ¡ja,ja!) Quiero decir, demasiadas ilusiones. Y para alcanzar tal estado de gracia es indispensable HABER PASADO CIENTOS DE HORAS EN UNA BIBLIOTECA. Sin el amparo de los libros, de la profunda riqueza cultural (y cultual) que atesoran, es materialmente imposible y razonadamente impensable desarrollar un espíritu de discernimiento. Que se graben a fuego en la frente, como cinta de tenista, este pacto las nuevas generaciones.
Por Internet hay que saber moverse, saber qué buscar, dónde y cómo. Una vez encontrado el monolito informativo, someterlo al complejo análisis del bagaje cultural propio. Entonces se ve si sirve o no lo encontrado. Si aporta algo interesante y productivo a lo recogido en varios volúmenes de biblioteca. Por lo que voy viendo, Internet es una especie de anfiteatro máximo de la Síntesis. Un Coliseo de recortes, un hemisferio de sinopsis y un potaje de centones. Internet canibaliza libros y revistas, resumiendo muy a menudo sus sesudos contenidos en pobres artículos. Pero también puede iluminar caminos para el conocimiento y para la investigación: dar a conocer a poetas inéditos o poco publicados, a escritores del pasado de segundo o tercer orden, a movimientos culturales y artísticos (impagables los archivos documentales en fotografía, vídeo y audio), a gente con todo tipo de iniciativas e ideas. ¿Quieres publicar algo ya? No persigas editor, no te canses, no esperes a una decisión final... Ve a Internet, vuélcate allí y que comiencen a leerte miles de lectores potenciales (que no tienen que comprar nada). Se acabó tener un texto guardado en un cajón meses o incluso años. Se terminó mandarlo a tres o cuatro medios a la vez para que vea la luz o no dentro de año y medio. Ahora tienes Internet. No cobrarás por publicarlo, pero tampoco te ibas a hacer millonario a través de una revista o de una editorial.
Qué duda cabe que siempre se encuentra satisfacción en mostrar a los amigos un libro propio, que es algo que llena de orgullo. Pero ya no es el único medio útil para comunicar ideas y comunicarse. Además, en Internet los creadores de textos (o de obras en general) pueden encontrar una rápida réplica por parte de los lectores, o de otros autores. Seguramente Lorca y Machado hubieran sido felices de poder contar con Internet. Acaso hubiera salvado la vida a Toole, desesperado por no encontrar editor para su manuscrito. ¿Qué hubiera hecho Borges metido en este enlace a la Biblioteca de Babel? ¿Y los grandes hispanistas, como Menéndez Pelayo, José Mª de Cossío, Sánchez Albornoz, Salvador de Madariaga, Américo Castro, Menéndez Pidal, Ortega y Gasset? ¿O el descubridor de Altamira, Sautuola, que tardó años en lograr el reconocimiento de sus colegas europeos? ¿O Ramón y Cajal, para dar a conocer sus descubrimientos sobre la estructura de la neurona con medios muy precarios y largo tiempo discutidos? Los grandes investigadores, los enormes genios de la ciencia, la historia, la literatura, el arte, harían verdaderas maravillas hoy con Internet. Pero es que antes hay que ser eso, genial, y no se llega a ello sin horas de lectura, de observación, de experimentación, y de ESFUERZO.
Bien por Internet... et non solum.

domingo, 5 de abril de 2009

Homenaje en vídeo a LORCA.

A continuación, un pequeño montaje de vídeo de confección propia, sobre la relación de Federico García Lorca con la música y el folclore andaluces. En "You Tube" parece haber encontrado una cálida acogida.

La razón del título de este blog.

Os doy, en principio, la bienvenida a mi blog. Adelante, por favor. Pasen sin llamar.

"Nocturnos cantos ruanos" es un sintagma descriptivo literalmente tomado de uno de los mejores dramaturgos españoles, el insigne escritor gallego Ramón María del Valle-Inclán. En concreto de una acotación escénica de su "Comedia bárbara" Cara de Plata (1922):

"Nocturnos cantos ruanos, lejanas risas de foliadas, panderos, brincos y aturujos repenicados, tienen alertada en la cama a Pichona la Bisbisera. Los ojos brillantes y grandes, el fulvo cabello esparcido por la almohada, atenta al concierto, se desvela la moza andariega. Colgado en el rincón del horno alumbra un sainero candilejo, se agarima debajo una clueca, y en el círculo de la penumbra el gato abre el sacrilegio de sus ojos verdes. Resuena el paso de un caballo, suspira la moza, rebulle la clueca, se enarca el gato y se desvanece. Por la sombra del muro, lo anuncia la lumbre de los ojos verdes. Un golpe en la puerta.
Cara de Plata.—¡Abre, Pichona!
Pichona la Bisbisera.—Estoy desnuda en la cama.
Cara de Plata.—Trabajo adelantado.
Pichona la Bisbisera.—¡ Ay qué rey moro! ¿Di quién eres?
Cara de Plata.—Harto lo sabes.
Pichona la BISBISERA.-De verdad te desconozco.
Cara de Plata.—¡Abre!
Pichona la BISBISERA.-Espera que me eche un refajo. ¡No me hundas la puerta, tesorín!"

(jornada 2ª, escena 7ª)


Es sabido que Valle ideaba su teatro más como obra de lectura que como pieza estrictamente representable. Por eso inunda de impresionismo pictórico cada una de sus acotaciones escénicas, algunas de las cuales emulan las pinturas negras de Goya. Esos "Nocturnos cantos ruanos" se pueden interpretar como cánticos populares en la calle, sonido gutural de fiesta en fondo.

Valle ha sido siempre uno de mis escritores preferidos. Sus esperpentos son la máxima expresión de esa "escuela de llanto y risa" que es el teatro, tal y como lo caracterizó su contemporáneo Federico García Lorca. Hay diálogos de Luces de bohemia que anegan el alma de tragedia y de comedia, de pábulo ensordecido, como cuando Max Estrella se define a sí mismo ante el preso catalán como "el dolor de un mal sueño". Por su parte las comedias dramáticas sobre la Galicia señorial y lacaya, ya en profunda decadencia, se adelantan al "tremendismo" postulado después por Camilo José Cela, quien encuentra en Valle una flámula señera (como también lo hará Francisco Umbral). Honda ironía, crueldad tamizada por la carcajada, espanto que asalta cementerios, cuevas, alcobas, altares, capillas y sacristías, se mezclan en las arriesgadas vidas salvajes de Don Juan Manuel Montenegro y sus "lobos", sus hijos.

Valle era consciente de su genio creativo. "Quien más vale, no vale tanto como vale Valle", eligió como lema. Supo crear un estilo narrativo nunca visto antes, aunque sí olisqueado en el Quevedo de El Buscón. Aprovechó el argot del habla de la calle, los gitanismos y coloquialismos más castizos (hoy olvidados en buena parte), fusionándolos a términos elitistas, cultos, propios del versallesco o exótico Modernismo.

De ahí mi sincero homenaje a este gran e inigualable constructor de la lengua española.

Que conste que, hasta el último momento, dudé entre "Nocturnos cantos ruanos" y "Pachín González", que es el título de la última novela publicada por el escritor costumbrista cántabro José Mª de Pereda, gran amigo de Galdós y de D. Marcelino Menéndez Pelayo. Pachín González apareció en 1896, y, lejos de ser otro de los habituales relatos costumbristas del escritor, se convirtió en el primer ejemplo de ficción pseudoperiodística --de nonfiction novel, 'novela-reportaje basada en hechos reales'--, adelantándose en décadas a A sangre fría, de Truman Capote (enero de 1966). En efecto, la novelita de Pereda cuenta el paseo de Pachín con su madre por el muelle de Santander, momentos antes de estallar el buque Cabo Machichaco, una tragedia auténtica que tiñó de sombra y sangre la capital cántabra. Este barco estaba cargado de dinamita hasta los topes; seguramente una imprudencia provocó la deflagración fatal: miles de astillas se esparcieron por el puerto, atravesando cuerpos y gargantas. Fuegos, cadáveres destrozados, quemaduras de tercer grado, humareda y confusión general, incendios, se apoderaron de la ciudad de Santander en cuestión de instantes. El realismo descriptivo del autor es tal que se lee aún hoy con verdadera impresión y amargura. Un texto que merecería una mayor atención crítica. E, incluso, por qué no, hasta cinematográfica.

¿Cuáles van a ser mis inquietudes que van a alimentar mi blog? Pues, fundamentalmente, literarias: narrativa, poesía y teatro. Pero no sólo. También arte, espiritualidad, historia, cine, música, periodismo, actualidad.

Se admiten intervenciones y buenas propuestas. Espero que éste sea un buen elemento comunicativo a partir de ahora. ¡Muchas gracias a todos por vuestro interés y colaboración!
Un saludo afectuoso, Antonio Ángel Usábel.