“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

“Con la edad, los ojos ven más lejos, no en la distancia, pero sí en el tiempo.” (aausábel, 2017)

En este país...

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domingo, 19 de octubre de 2014

No tienen perdón de Dios.


La Fundación Canal presenta estos días, y hasta el 5 de enero de 2015, en su sede de Mateo Inurria 2 (Madrid), una exposición imprescindible: Caminos a la escuela. 18 historias de superación. Antesala de un próximo largometraje documental, que se estrenará en diciembre de este año, es sencillamente ineludible si queremos despertar al mundo, a menudo terrible, en que vivimos. Porque mientras en el Primer Mundo se puede decir que aún vivimos, en muchos otros lugares de la Tierra, solo sobreviven.

 

Y ya es valentía sobrevivir para poder recibir una educación elemental. Más difícil incluso, para asistir a una escuela de enseñanza secundaria. Niños y niñas de padres sin recursos económicos, que acaso estarían obligados a arrimar el hombro en la manutención de su familia, deciden, con la valiente aprobación de sus progenitores, iniciar largas caminatas para acudir a diario a un colegio rudimentario. Saben que si algo les puede librar del SIDA, de la miseria, del hambre, es la educación. Tener una educación –un currículum—aumenta las posibilidades de escapar del hundimiento. Un niño hindú, discapacitado, de apenas ocho años, que quiere ser médico, opina sabiamente: “Llegamos al mundo sin nada, y de él nada podremos llevarnos. Solo nuestra voluntad de educarnos nos puede ayudar en esta vida”. Otro muchachito africano sueña con esforzarse para ser un día piloto de aviación. Él tiene un sueño. Otra niña musulmana quiere estudiar Medicina, para curar a los suyos, que tanto sufren. Una más, hispana, chiquitita, desea ser maestra, para enseñar al que no sabe. Estos niños tal vez no llegarán a realizar su sueño, pero por lo menos conocen hacia dónde caminan. Son conscientes de lo que buscan, de lo que anhelan, de lo que pueden dar a la vida y recibir de ella. “Te voy a dar mi sacrificio, mi esfuerzo, y a lo mejor Tú, Vida…”

Una niña africana vive con su madre en un inmenso asentamiento de chabolas. Hace años que no ve a su padre. Camina sola sorteando zanjas con orines y entre letrinas. Pero va limpia, impecablemente vestida y aseada. Lo mismo un muchacho hindú, que vive en la calle de Calcuta con su familia; también viste con meritoria limpieza. Vivir en la extrema pobreza no significa no tener dignidad. A veces, se tiene, y más que quien vive en la opulencia. Porque con poco se logra mucho: mostrar el alma, el interior de la persona, su clamor por recibir lo justo.
Estos niños, que poco o nada tienen, se ilusionan con el ritual de asistir a una clase. Aunque tengan que recorrer 180 kilómetros de autobús, durante dos horas, como en cierta región de Australia; aunque deban atravesar bosques y sabanas; o bien, tomar transbordadores o canoas entre islas; o bien, como “castigo” por su insolencia de pretender educarse, trabajar las niñas tras el colegio en un taller de costura de Casablanca, para ganarse los 180 dólares USA con que costear su propia educación. Gitanillos desalojados de sus chabolas en la misma región de París, donde está su escuela, que prueban un nuevo itinerario cada mes por el solo placer de volver a verla.


 
Estos son los aventureros de hoy en día. Los últimos Tigres de Mompracen. Si desfallecen, si descuidan por un momento su propósito, estarán traicionando a los suyos y negándose a sí mismos la última oportunidad que les queda.
Nuestros hijos tienen de todo: una casa digna, elementos de ocio, libros de texto, cuadernos, lápices, y buenas mochilas para transportarlos. Tienen a veces su centro escolar a diez minutos de casa, o en una cómoda ruta de apenas veinte. La mayoría –siempre hay excepciones-- no se tiene que preocupar por trabajar después de sus horas lectivas. Comen y duermen bien, y el que no lo hace, es porque se distrae hasta las tantas con el ordenador o la videoconsola. En los recreos, pocos son los que se mueven practicando algún deporte. Muchos prefieren los corrillos, los corralitos de perezosa inactividad, con los móviles encendidos y disparando mensajes y fotografías.
Bastantes de estos chicos sí aprovechan la oportunidad que se les da en esta sociedad discutible, y estudian y titulan, “para ser alguien en la vida”. Otros varios –nunca pocos—van al colegio o al instituto a “calentar el asiento”, y se pasan seis horas todos los días de aburrida contemplación al techo, por la ventana, o al móvil oculto en la mochila, donde habita el olvido. Hay quien de ellos ya tiene claro que no le gusta estudiar, pero que intentará hacerse mecánico o peluquero (profesiones muy necesarias, loables y legítimas en cualquier momento). Bien, por lo menos albergan un objetivo en su corazón. Otros, en cambio, ni siquiera saben si buscan algo, si quieren ser algo, porque todavía no se han encontrado a sí mismos. Estos adolescentes que no tienen iniciativas, y que luego, el día de mañana, quizá exijan a la sociedad lo que ellos no se han ganado, perdidos sempiternamente en su nihilismo, tardarán en reconocer que desaprovecharon lo que un día tuvieron, porque se les ofreció y no lo admitieron. Estos niños perdidos no tienen perdón de Dios. Los adolescentes del Tercer Mundo, o hacen por estudiar, o trabajan. En lo que sea, pero trabajan. Allí no vale un “no”. No vale desperdiciar un grano de arroz. No vale salirse por la tangente con falsas excusas. Empleos denigrantes, humillantes, sangrantes… pero allá no se permite una negativa. Doblar el espinazo, para intentar comer.
 
 La vida de muchos hogares en nuestra sociedad es lamentable y pasa por periodos verdaderamente críticos: hombres y mujeres –padres de familia—sin trabajo, sin subsidio de desempleo, con hijos en edad de emanciparse, y sin poder llegar a ser independientes por la misma ausencia de una oportunidad. Una sociedad capitalista que impone el trabajo esclavo e indignamente remunerado, y que solo ofrece como alternativa el exilio forzoso. Gente joven a puñados, bien preparada en las Universidades, y condenada al ostracismo. Es cierto que nuestra sociedad ofrece bien poco al que bien se forma, pero no es menos cierto que todo auxilio comienza en uno mismo, adoptando aquellas actitudes que mejor nos vayan a favorecer después. Niño del Primer Mundo, muchacho de Madrid, Sevilla o Barcelona, tienes que intentarlo. No te sirve un “no” por respuesta. Si tus padres lo tuvieron difícil, tú, a lo mejor, lo tienes casi imposible. Pero, como decía aquel polémico (y díscolo) teórico del movimiento revolucionario cubano: “Seamos realistas: hagamos lo imposible”. Lo imposible no se logra si al menos no se sueña y se lucha por ello. El camino es largo y tortuoso, lleno de trampas y de alimañas; la noche fría y traicionera, pero has de seguir siempre con firmeza y tesón tu sendero, para llegar a alguna parte. Para ser persona. Siempre para defender tu derecho a ser persona.
© Antonio Ángel Usábel, octubre de 2014.
Dossier oficial de la exposición "Caminos a la escuela"
Largo camino al cole.

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